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La clave para experimentar a Cristo: nuestro espíritu humano

Witness Lee
Living Stream Ministry
Anaheim, California

© 2000 Living Stream Ministry


Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser
reproducida o trasmitida por ningún medio -gráfico, electrónico o mecánico, lo
cual incluye fotocopiado, grabación o sistemas informáticos- sin el
consentimiento escrito del editor.
ISBN 0-7363-0992-6
Traducido del inglés
Título original: The Key to Experiencing
Christ-the Human Spirit
(Spanish Translation)
Publicado por
Living Stream Ministry
2431 W. La Palma Ave., Anaheim, CA 92801 USA
P. 0. Box 2121, Anaheim, CA 92814 USA
000102030405/987654321
LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO: NUESTRO- ESPÍRITU HUMANO

"Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad
en El" (Col. 2:6). Recibir a Cristo es sin duda una experiencia maravillosa; no
obstante, es sólo el disfrute inicial de Sus riquezas. Muchos cristianos desean
experimentar a Cristo y aplicarlo en todos los aspectos de su vida. Esperamos
que en este folleto encuentren la ayuda necesaria para experimentar
diariamente a Cristo, quien es nuestra vida (Col. 3:4).

Pongamos el siguiente ejemplo: para entrar a un cuarto cerrado necesitamos


saber cuál es la llave y cómo usarla. De la misma manera, si deseamos abrir la
puerta que nos conduce a experimentar la plenitud de Cristo, necesitamos
poseer la llave y saber cómo usarla. El propósito de este folleto es mostrar la
llave. Si obtenemos esta llave y sabemos cómo usarla, tendremos el secreto
para experimentar a Cristo, quien es nuestra vida. Así que, la llave es de suma
importancia.

Un versículo crucial del Nuevo Testamento es 1 Tesalonicenses 5:23, que dice:


"Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y
vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para
la venida de nuestro Señor Jesucristo". El hombre consta de tres partes
distintas y delimitadas: el espíritu, el alma y el cuerpo.

Es fácil establecer la diferencia entre el cuerpo y el alma; todos sabemos que


estas dos partes son distintas, pero no es tan fácil distinguir la diferencia entre
el alma y el espíritu. De hecho la mayoría piensa que el espíritu y el alma son
lo mismo, pero como vimos en el versículo antes mencionado, el Espíritu de
Dios esta-blece claramente en la Palabra que el hombre está formado de tres
partes. En esta cláusula las tres partes aparecen unidas gramaticalmente por
dos conjunciones: "vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo".
Otro versículo que muestra la diferencia entre el espíritu y el alma es Hebreos
4:12, que dice: "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que
toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu". El alma y
el espíritu no son lo mismo, ya que este versículo nos dice que pueden ser
divididos. Así que el alma y el espíritu no deben confundirse.

En el universo existen tres mundos o esferas diferentes: el mundo físico, el


mundo psicológico y el mundo espiritual. Debido a que el hombre tiene tres
partes, puede tener contacto con estas tres esferas distintas. La primera de
ellas corresponde al mundo físico, el cual está lleno de cosas materiales. Los
humanos tenemos contacto con el mundo físico por medio de los cinco
sentidos del cuerpo: el oído, la vista, el olfato, el gusto y el tacto. Otra esfera es
el mundo espiritual. ¿Acaso podemos percibir el mundo espiritual por medio de
estos cinco sentidos? Por supuesto que no. La única manera de percibir el
mundo espiritual es por medio de nuestro espíritu. Nuestro espíritu posee el
sentido espiritual con el cual podemos percibir a Dios.

Además, existe el mundo psicológico, el cual no es ni físico ni espiritual.


Supongamos que alguien le regala mucho dinero y usted se pone muy feliz. ¿A
qué mundo pertenece esta felicidad, al mundo físico o al espiritual? No
pertenece a ninguno de los dos. Tanto la felicidad como el gozo y la tristeza,
son sentimientos que pertenecen al mundo psicológico. La palabra psicología
proviene del término griego psujé, que en el Nuevo Testamento se traduce
alma. La psicología es "el estudio del alma". Así que, tenemos el mundo
psicológico o anímico, en el cual experimentamos gozo o tristeza. El hombre
fue creado con tres partes -el espíritu (Zac. 12:1), el alma (Jer. 38:16) y el
cuerpo (Gn. 2:7)-a fin de que pudiera tener contacto con los tres mundos o
esferas diferentes: el mundo espiritual, el mundo psicológico y el mundo físico.

El alma a su vez consta de tres partes. Una de ellas es la parte emotiva (Dt.
14:26; Cnt. 1:7; Mt. 26:38); es en ella que amamos, deseamos, odiamos, y
sentimos gozo o tristeza. Otra parte del alma es la mente (Jos. 23:14; Sal.
139:14; Pr. 19:2). En la mente se hallan los pensamientos, razonamientos,
ideas y conceptos. La tercera parte del alma es la voluntad (Job 7:15; 6:7; 1 Cr.
22:19), con la cual tomamos decisiones. El gozo y la tristeza pertenecen a
nuestra parte emotiva; los razonamientos y pensamos se producen en nuestra
mente; y en la toma de decisiones la voluntad es la que opera. Por
consiguiente, la mente, la voluntad y la parte emotiva son las tres partes que
conforman el alma. Con la mente pensamos, con la voluntad decidimos y con
la parte emotiva expresamos nuestros gustos, disgustos, amor u odio.

Cuando tenemos contacto con el mundo psicológico utilizamos nuestra alma,


que es la parte psicológica de nuestro ser. El principio es el mismo con
respecto al mundo espiritual. Para tener contacto con el mundo espiritual
debemos usar nuestro espíritu. Permítame ejemplificar esto de la siguiente
manera. Supongamos que alguien habla con usted. El sonido de la voz es real,
pero si usted se tapa los oídos y trata de usar los ojos para ver la voz, no
percibirá nada porque está usando el órgano equivocado. Si queremos
escuchar el sonido de la voz debemos usar el órgano del oído. Podemos aplicar
el mismo principio para distinguir los colores. Supongamos que frente a usted
tiene el color azul, el verde, el morado, el rojo y muchos otros colores
hermosos. No obstante, si ejercita su oído tratando de escuchar los colores, no
podrá apreciar la belleza de ellos. Aunque las sustancias estén presentes,
usted no podrá verlas, pues está usando el órgano equivocado.

¿Cómo podemos entonces tener contacto con Dios? ¿Cuál de nuestros órganos
debemos usar? Primero debemos ver cuál es la sustancia de Dios. En 1
Corintios 15:45, 2 Corintios 3:17, Juan 14:16-20 y 4:24 se nos dice que Dios es
Espíritu. ¿Podemos acaso tener contacto con Dios con nuestro cuerpo físico?
¡No! Ese no es el órgano correcto. ¿Podemos entonces tener contacto con Dios
con el órgano psicológico de nuestra alma? ¡No! pues ése tampoco es el
órgano apropiado. Únicamente por medio de nuestro espíritu podemos tener
contacto con Dios, puesto que Dios es Espíritu. En Juan 4:24 dice: "Dios es
Espíritu; y los que le adoran, en espíritu ... es necesario que adoren". Este es
un versículo sumamente importante. El primer Espíritu mencionado en este
versículo aparece con mayúscula y se refiere al Espíritu divino, a Dios mismo.
El segundo espíritu está escrito con minúscula, porque se refiere a nuestro
espíritu humano. Dios es Espíritu, así que debemos- adorarle en nuestro
espíritu. No podemos adorarlo ni tener contacto con El mediante el cuerpo o el
alma. Puesto que Dios es Espíritu, la única manera en que podemos adorarlo y
tener contacto y comunión con El, es en nuestro espíritu y con nuestro espíritu.

Veamos otro versículo en el cual se mencionan estos dos espíritus. En Juan 3:6
dice: "Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Los creyentes sabemos que
hemos sido regenerados, que hemos nacido de nuevo. Pero, ¿sabemos qué
significa esto? Simplemente quiere decir que nuestro espíritu fue regenerado
por el Espíritu de Dios. La Palabra dice que lo que es nacido del Espíritu (del
Espíritu de Dios) es espíritu (espíritu humano). Este versículo revela en qué
parte de nuestro ser nacemos de nuevo; no es en el cuerpo ni en el alma, sino
en el espíritu. Cuando creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, el
Espíritu de Dios entró a nuestro espíritu. El Espíritu Santo nos vivificó y nos
impartió vida a fin de regenerar nuestro espíritu. En el momento en que
creímos en el Señor Jesús, el Espíritu Santo vino a nosotros juntamente con
Cristo como vida, para vivificar y regenerar nuestro espíritu. A partir de ese
momento El mora en nuestro espíritu (Jn. 4:24; Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17).

Jesucristo vino a esta tierra y vivió como hombre por treinta y tres años y
medio. Luego, fue crucificado por nuestros pecados; El murió, resucitó y llegó a
ser Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17 vemos que "el Señor
(Cristo) es el Espíritu". Debemos rebozar de alabanzas por el hecho de que
Cristo como Espíritu vivificante ha entrado en nosotros. Fuimos creados como
vasos o recipientes compuestos de cuerpo, alma y espíritu. Nuestro espíritu
humano es el órgano en el cual Cristo, en calidad de Espíritu vivificante, ha
entrado en nuestro ser. Los versículos anteriores muestran claramente que
ahora Dios mora en nuestro espíritu. Sin embargo, debemos recordar que el
Dios que está en nosotros no es sólo Dios, sino además Jesucristo. Todo lo que
Cristo es, y todo lo que El realizó, logró y obtuvo, está incluido en este Espíritu
vivificante. Ahora este Espíritu ha entrado a nuestro espíritu y se ha mezclado
con él, uniendo-a ambos espíritus en un solo (1 Co. 6:17). Alabemos al Señor,
pues hemos llegado a ser uno con El en nuestro espíritu. Si aprendemos a
volvernos a nuestro espíritu podemos establecer contacto con la Persona de
Cristo. ¡Este es el secreto y ésta es la llave!

Los incrédulos sólo tienen la vida física en su cuerpo y la vida humana o


psicológica en su alma, pero no tienen la vida eterna de Dios en su interior,
pues aún no han recibido en su espíritu a Cristo como vida eterna. Por esta
razón ellos únicamente pueden vivir en el alma y en el cuerpo. Antes de ser
salvos nosotros también vivíamos y andábamos con nuestro ser
completamente inmerso en el alma. Pero al obtener la salvación recibimos otra
vida dentro de nosotros, la vida Cristo, y ahora debemos aprender a vivir por
esta vida. Lo que necesitamos hoy es dar un giro y movernos en otra dirección,
es decir, volvernos de nuestra alma a nuestro espíritu. Antes de ser salvos
vivíamos por la vida humana, en el alma, pero desde el momento en que
fuimos salvos empezamos a vivir por la vida divina, en nuestro espíritu.

¿Se dan cuenta por qué es tan necesario volvernos siempre a nuestro espíritu?
Ya que Cristo mora en nuestro espíritu, si queremos establecer contacto con El,
tenemos que volvernos a nuestro espíritu. Antes de hacer o decir algo, o de ir a
cualquier parte, debemos primero volvernos a nuestro espíritu. Si aprendemos
esta lección, veremos un gran cambio en nuestra vida.
Cristo es el Espíritu divino, nosotros tenemos un espíritu humano, y ambos se
unen como un solo espíritu. ¡Esto es en verdad maravilloso! Por consiguiente,
al volvernos a nuestro espíritu y ejercitarlo, podemos experimentar todo lo que
Cristo es para nosotros. En 1 Timoteo 4:7-8 el apóstol Pablo nos insta a que nos
ejercitemos para la piedad. Algunos hermanos acostumbran hacer ejercicio
diariamente para mantener su cuerpo saludable.

Esto es recomendable; aun el apóstol Pablo dijo que el ejercicio corporal es


provechoso, pero sólo hasta cierto grado. Sin embargo, Pablo describe aquí
otra clase de ejercicio, el cual aprovecha para siempre, ¡no sólo para esta vida
sino por la eternidad! Por lo tanto, debemos prestar atención a esta clase de
ejercicio, al ejercicio de nuestro espíritu.

¿Por qué decimos que ejercitarnos para la piedad equivale a ejercitar nuestro
espíritu? Consideremos esto primero desde el punto de vista lógico. Pablo aquí
está hablando de dos clases de ejercicio: uno es el ejercicio de nuestro cuerpo,
¿cuál es el otro? ¿Se refiere acaso al ejercicio de nuestra mente, a una
gimnasia psicológica en nuestra alma? Creo que ya hemos tenido suficiente de
esta clase de ejercicio en la escuela primaria, en la secundaria y en la
universidad. Desde nuestra niñez aprendemos a ejercitar nuestra mente.
Sabemos ejercitar bastante bien esta parte de nuestro ser. Así que, además del
ejercicio de nuestro cuerpo y nuestra mente, ¿qué otra clase de ejercicio
necesitamos? Debemos responder espontáneamente: el ejercicio de nuestro
espíritu.

Lo importante como cristianos no es que seamos muy activos, sino qué es lo


que nos mueve a actuar. Debemos preguntarnos: ¿estoy actuando dirigido por
el cuerpo, el alma o el espíritu? Muchos hermanos y hermanas jamás ejercitan
su espíritu, sólo usan su mente, emoción, voluntad o su cuerpo físico. Muchas
veces oramos, hablamos, discutimos, leemos la Biblia, razonamos y debatimos,
ejercitando principalmente nuestra alma. ¡Incluso podemos citar la Escritura
guiados por el alma! ¡Ya es hora de volvernos a nuestro espíritu. ¡Debemos
regresar a él!
Por ejemplo, cuando acudimos al Señor en oración o leemos la Palabra de Dios
a fin de tener contacto con El, debemos rechazar nuestra vida anímica
-nuestros pensamientos, sentimientos y deseos- y volvernos a nuestro espíritu
donde podemos tener contacto y comunión con el Señor. No podemos
acercarnos a Cristo mediante el ejercicio de nuestra alma, pues El está en
nuestro espíritu, no en nuestra alma. Sólo cuando usamos nuestro espíritu
podemos tener contacto con El. Por supuesto, el Señor no nos pide que
renunciemos definitivamente a las facultades propias de nuestra mente, parte
emotiva y voluntad. Ciertamente Dios mismo creó nuestra mente, emoción y
voluntad a fin de que las usemos para Su gloria. Pero el Señor sí demanda que
desechemos el aspecto adámico y corrupto de dichas facultades humanas, y
que permitamos que la vida de Cristo en nuestro espíritu controle
absolutamente nuestro ser. Nuestra mente, parte emotiva y voluntad fueron
dañadas a tal grado que el hombre natural no puede tener contacto ni
comunión con Dios. En 1 Corintios 2:14 dice: "Pero el hombre anímico no
acepta las cosas que son del Espíritu de Dios". Esta es la razón por la que
necesitamos el nuevo nacimiento en nuestro espíritu (Jn. 3:6-7).
Antes de que fuéramos salvos nos encontrábamos totalmente caídos. Vivíamos
y nos movíamos por la vida anímica caída, la cual se oponía por completo a
Dios. No debemos permitir que esta vida caída nos controle, sino vivir dirigidos
absolutamente por la vida divina que está en nuestro espíritu. A partir del
momento en que somos salvos no debemos depender más de nuestra vida
anímica caída, sino de la vida divina en nuestro espíritu, la cual debe ser el
único origen de nuestro diario vivir. Por lo tanto, no es nuestra mente, emoción
y voluntad las que deben ser rechazadas y anuladas; sino más bien, la vida del
alma. Debemos entender que esta vida natural y anímica ya fue puesta en la
cruz (Gá. 2:20; Ro. 6:6) y que ahora debemos tomar a Cristo como nuestra
vida. No obstante, las facultades de nuestra alma seguirán siendo el
instrumento que el Espíritu usa para expresar al Señor.

También debemos entender claramente que no sólo debemos ejercitar nuestro


espíritu cuando oramos o leemos la Palabra de Dios, sino en todo nuestro vivir.
Si usted no tiene la confirmación y el sentir en su espíritu cuando intenta hacer
algo, entonces debe detenerse en eso que está por hacer o decir, sin ponerse a
razonar si es bueno o malo. En lugar de preguntarse si lo que intenta hacer es
bueno o malo, debe considerar si usted está en el espíritu o en el alma.
Debería preguntarse: "¿Estoy haciendo esto dirigido por mi mismo o por el
Señor?" Cuando usamos la expresión por el Señor no nos referimos al Señor de
una manera objetiva, sino subjetiva, pues El es el Espíritu vivificante mezclado
con nuestro espíritu. De manera que, debemos ejercitar nuestro espíritu en
todo lugar y en todo momento.

Es fácil distinguir la diferencia entre el cuerpo y el alma, pero no es tan sencillo


ver la diferencia entre el alma y el espíritu. Creo que nos ayudaría mucho el
siguiente ejemplo. Supongamos que uno ve algo que quiere comprar. Cuanto
más examina el articulo, más siente deseos de obtenerlo. Finalmente se decide
y lo compra. Su parte emotiva ha sido ejercitada puesto que le gusta lo que ha
comprado. Por otra parte, también ha ejercitado su mente al examinar el
producto, y finalmente ha ejercitado su voluntad al adquirirlo. Por lo tanto, toda
su alma se ha ejercitado. Sin embargo, cuando va a comprarlo, algo en lo más
profundo de su ser protesta y se lo prohibe. Este es el espíritu. El espíritu es la
parte más profunda del hombre. En todos los aspectos de nuestro vivir
debemos seguir este sentir interior.

¿No es verdad que la mayoría de los cristianos nos olvidamos de este


indicador? Siempre estamos razonando en lo que está bien y lo que está mal.
Pensamos que si algo está mal no debemos hacerlo, y si algo está bien,
entonces debemos hacerlo. Este no es el camino correcto. El bien y el mal es la
enseñanza de la religión, y si nos conducimos de acuerdo con la religión
entonces Cristo no tiene ningún valor. Experimentar a Cristo y disfrutar la
salvación que Dios ha efectuado es algo completamente distinto de la religión;
no se trata de hacer el bien o el mal, sino de vivir en el alma o en el espíritu. El
cristianismo entero ha descuidado este indicador. Pero el Señor quiere
recobrarlo hoy, pues esta es la "llave", la clave o secreto del vivir del creyente.
Por consiguiente, en todo lo que hagamos o digamos sólo tenemos que
discernir si estamos en el espíritu o en el alma. No es un asunto de que algo
sea correcto o incorrecto, bueno o malo, sino de que pro-venga de Cristo o del
yo, del espíritu o de alma. Debemos discernir si toda nuestra vida y diario
andar se conduzca o no en nuestro espíritu.

En los cuatro evangelios -Mateo, Marcos, Lucas y Juan- el Señor Jesús repetidas
veces nos dice que debemos negar nuestro yo y perder el alma, esto es, la vida
anímica (Mt. 16:24-26; Mr. 8:35; Le. 9:23-25; Jn. 12:25). Luego, en las epístolas,
de nuevo nos dice que andemos, vivamos, oremos y hagamos todas las cosas
en el espíritu (Hch. 17:16; Ro. 1:9; Ro. 12:11; 1 Co. 16:18; 1 P. 3:4; Ef. 6:18; Ap.
1:10). Por lo tanto, debemos permanecer siempre en nuestro espíritu.
Cuando una persona ejercita su espíritu, el Espíritu de Dios puede moverse y
fluir libremente en él. Pero esto constituye una verdadera batalla, ya que
Satanás sabe que si todos los creyentes liberamos nuestro espíritu, él será
derrotado. Por consiguiente, el enemigo procura sutilmente oprimir el espíritu
de los santos. Mientras él tenga éxito en esto, estaremos acabados. Así que,
tenemos que pelear esta batalla. Es preciso que aprendamos a ejercitar y
liberar nuestro espíritu en todo momento y en todo lugar. Ya sea en privado o
en público, debemos siempre ejercitar nuestro espíritu.

En conclusión, debemos estar conscientes de que Cristo es el Espíritu que mora


en nuestro espíritu. Además, debemos conocer la diferencia entre el espíritu y
el alma al negar nuestro yo anímico y seguir al Señor en nuestro espíritu.
Cuando cooperamos con nuestro espíritu de esta manera, Cristo ocupará el
primer lugar en nuestra vida. De esta forma, experimenta-remos a Cristo en
nuestro espíritu y aprenderemos a aplicarlo en todo nuestro vivir.

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