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Ahora bien, hablaré de libertad positiva a la luz del enfoque que Berlin
nos ofrece en su texto Cuatro ensayos sobre la libertad. Según Berlin, a lo
largo de la historia de la Filosofía se han dado dos sentidos fundamentales de
este concepto: uno positivo y otro negativo.
Ahora bien, en sus textos de La vida del espíritu y La condición humana, Arendt
subraya la contingencia de los actos humanos y, consecuentemente, destaca el
sentido positivo de la libertad que le lleva a cuestionar concepciones necesarias
como el determinismo histórico y el iusnaturalismo.
Para esto, Arendt recurre al argumento, que ya había sido planteado por San
Pablo, de que la libertad se asume a partir de la “posibilidad de cambio”, facultad
que no tienen los demás animales, que siempre estarán determinados por la
naturaleza. La libertad humana, por el contrario, está garantizada básicamente
por la capacidad de decir sí o no a lo que venga dado de afuera. Cito del texto de
Crisis de la República: “Sin la libertad mental para afirmar o negar la existencia,
para decir sí o no, no sería posible acción alguna, y la acción es, desde luego, la
verdadera materia prima de la política”1[1]
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libertad, la cual consiste en la participación en los asuntos públicos o en la
admisión en la esfera pública”3[3].
Con esta cita, quiero explicar por qué, para Arendt, la lucha por la
liberación o por amplios márgenes de libertad negativa no conduce
necesariamente al ejercicio de la libertad política; y así es cómo, históricamente,
hemos visto altos niveles de participación pública en medio de restricciones
severas y, a la inversa, poco ejercicio de la libertad política en personas que
gozan de altos márgenes de libertades jurídicas y sociales.
Esto es, que el poder se alcanza con la unión, pues la fuerza decisional
de mayorías organizadas puede tener más alcance que cualquier forma de
dictadura o de violencia. De ahí que existan países pequeños que aventajen a
grandes naciones.
Para esto, Arendt clasifica las formas de vida activa en: labor, fabricación y
acción. La labor corresponde a la actividad ligada a las necesidades vitales del
cuerpo humano, produce bienes de consumo y puede realizarse sin la presencia
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del otro; ya la fabricación se caracteriza porque produce bienes artificiales de uso;
y la acción sería ya la actividad propiamente política.
No será el ansia de dominio a lo que invitará Arendt, sino que, por utópico que
parezca y sin caer en sentimentalismos baratos, reivindicará la importancia de la
comprensión y el valor de la "philía" como principal impulsor de una auténtica
actividad política. Y para esto, parte de una crítica severa al ensimismamiento.
De estos hechos, Arendt comenta que tanto el extremo pecado como el mal
voluntariamente deseado son muy raros, incluso, más raros que las buenas
acciones. Aunque, por supuesto, esto no anula los efectos de la maldad. Las leyes y
todas las instituciones duraderas se arruinan no sólo por la embestida de la maldad
elemental, sino también por el impacto de la inocencia bruta.
Arendt intenta rescatar de los griegos este compromiso con lo público, este nivel
de maduración ética propia de los que superan el exclusivo interés por uno mismo
(gr. idiótes: los que no se interesaban por lo público, sólo por lo particular) o el
egocentrismo (en términos freudianos). "Con la urgencia tensa de los que tienen en
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su mente la historia del mundo, dejaba de lado a quienes sólo pensaban en sí
mismos"5[5].
Con esta cita, también, quiero cuestionar la crítica que hace Toni Negri a nuestra
autora judeo-alemana en cuanto afirma que "Arendt desdeña a Rousseau como
teórico de la compasión (...). Ataca con ferocidad la categoría de la piedad y de la
compasión como funciones devastadoras de la formación de la ideología de la
cuestión social"6[6].
Para aclarar esta crítica, primero, habría que analizar la distinción que hace
Arendt entre piedad, compasión y solidaridad en el segundo capítulo de su texto
Sobre la Revolución. Según nuestra autora, la piedad es un sentimiento pervertido
de la compasión, que existe funcionalmente por la desgracia de los otros; la
compasión ya es, más bien, la disposición estética de compartir pasiones (gr.
pathos); mientras que la solidaridad es un principio que puede inspirar y guiar la
acción, en cuanto participa de la razón y, por lo tanto, de la generalidad, capaz de
deliberar por los intereses no sólo de los oprimidos, sino de toda la comunidad, sin
sentimentalismos que respondan a intereses particulares.
Sostengo, así, que, si algo criticaba Arendt, además del totalitarismo, era el
ensimismamiento y el egoísmo, no precisamente a la piedad o a la compasión. En el
peor de los casos, la gente que tiene piedad o capacidad de sufrir por el dolor ajeno
se interesa por resolver necesidades inmediatas de algunas personas, con lo que,
finalmente, no transgrede algún derecho humano fundamental. Mientras que la
insensibilidad por el "otro", sí, resulta peligrosamente aterradora, hecho mismo que
explica la frescura de los nazis.
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es llamado por San Agustín, caritas, mientras que el deseo erróneo de objetos
perecederos es llamado cupiditas. Y fue este aspecto lo que le preocupó a
Arendt, pues no encontraba la forma de que el principio cristiano de la no
mundanidad pudiera ser adecuado para conducir a la gente. Su preocupación
tardía por los espacios públicos no pudo enraizarse en la Filosofía Cristiana, sino
en el pensamiento griego, una vez más.
Arendt se queda con el concepto aristotélico de la amistad, nada que ver con la
dicotomía amigo-enemigo de Carl Schmitt. En su texto Crisis de la República
menciona, por ejemplo, cómo, en la historia de las revoluciones, nunca fueron los
oprimidos y los degradados quienes mostraron el camino, sino quienes no estaban
oprimidos ni degradados, pero no podían soportar que otros lo estuvieran.
A diferencia del amor filial de los padres o el amor de pareja, por lo intensamente
privados que son, acaban eximiendo compromisos comunitarios, y hasta están
dispuestos a corromperse y a hacer cualquier daño con tal de que la persona amada
no sufra.
"El amor, por su naturaleza intrínseca, no es de este mundo, y por esta razón,
más que por su infrecuencia, no es sólo apolítico, sino antipolítico; quizá, la más
poderosa de todas las fuerzas humanas antipolíticas"7[7].
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1.3. Libertad, promesa y justicia en la política
Y de aquí, quiero dejar ver cómo este concepto de justicia implica una
jerarquización, supeditación que acaba justificando la desigualdad social y de
oportunidades. No es gratuito que los filósofos griegos acabaran justificando la
esclavitud.
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b) Ya el segundo concepto de Justicia, como el cumplimiento de un pacto, se lo
debemos a Hobbes, noción que posteriormente desarrollarán Locke, Rousseau y
John Rawls, principalmente,
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Si no cumpliéramos las promesas, no seríamos nunca capaces de lograr
el grado de identidad y continuidad que conjuntamente producen la "persona"
acerca de la cual se puede contar una historia. En el discurso arendtiano, un
cuerpo político que es resultado del pacto se convierte en verdadera fuente de
poder para todo individuo; de otra manera, tendríamos subordinación, pero no
"capacidad de acción" o poder.
Conclusión
Hace tiempo que vengo sosteniendo que hay dos formas de asumir la filosofía:
con fragilidad o con arrogancia.
Arendt sostiene una concepción contingente del sujeto político y por eso
es que cuestiona el determinismo histórico y el iusnaturalismo. Para nuestra
autora, el ser humano tiene la posibilidad de cambiar cuando quiera gracias a que
cuenta con la facultad de la libertad (que, en términos de Berlin, corresponde a la
libertad positiva).
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Además, el concepto arendtiano de libertad política resulta de un
interesante ejercicio ecléctico que vuelve compatibles el sentido positivo de la
libertad con la idea griega de la política, de donde obtiene un concepto que
exhorta emotivamente a la participación pública. Y esto se deja ver en cuanto que
la libertad política ya no será concebida como un efecto necesario de la
liberación; el hombre ya no debe esperar a que estén dadas las libertades
negativas para que sea posible la participación pública, porque será en el
ejercicio de la libertad positiva que pueda crear espacios políticos. Nuestra autora
considera que no debemos esperar a que las formas de gobierno sean honestas
o a que la cultura política sea democrática para interesarnos en lo público.
Bibliografía
PÍA, Lara, María, "Hannah Arendt: los espacios reflexivos de construcción moral"
en OLIVE, León y VILLORO, Luis, et. al., Filosofía moral, educación e historia,
UNAM, México, 1996.
DIETRICH, Heinz, et. al., Fin del capitalismo global. El nuevo proyecto histórico,
Nuestro tiempo, 1998.
JAEGGER, W., Paideia: los ideales de la cultura griega, 2a. edic., FCE, México,
1986.
12
[1] ARENDT, H., Crisis de la República, Taurus, Madrid, 1973, p.13.
13
[2] ARENDT, H., Orígenes del totalitarismo, t.3., Alianza, Madrid, 1987., p.580.
14
[3] ARENDT, H:, Sobre la Revolución, Alianza, Madrid, 1988, p.33.
15
[4] ARENDT, De la historia a la acción, Paidós, Barcelona, 1995, p.46.
16
[5] YOUNG-BRUEHL, op. cit., p.11.
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[6] NEGRI, Toni, El poder constituyente, Libertarias Prodhufi, Madrid, 1994, p.37.
18
[7] YOUNG-BRUEHL, op. cit., p.345.
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[8] Ibid., p.85.
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[9] NIETZSCHE, F., Así hablaba Zaratustra, Porrúa, México, 1983, p.33.
21
[10] ARENDT, H., La vida del espíritu, op. cit., p.256-7.
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[11]ARENDT, H., La vida del espíritu, Centro de estudios constitucionales, Madrid, 1984,
pp.256-7.
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