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DEPRESION

Muy Interesante
Abril, 1991

BREVE HISTORIA DE LA DEPRESION


De la depresión endógena hay descripciones muy antiguas, pero bajo subterfugios mágicos o de
tipo científico. Los filósofos griegos la llamaban melancolía y mencionan en sus escritos estados
depresivos y maníacos. Areteo decía estar convencido de que la melancolía era el comienzo de la
manía, y también parte de ella: evolucionaba en ciclos y, al cesar los síntomas, a diferencia de
otras formas de locura, los melancólicos recobran por completo su personalidad normal. Los
romanos siguieron esos mismos estudios.
En el Cristianismo los melancólicos aparecen como víctimas cargadas de sentimientos de culpa.
Las manifestaciones depresivas son interpretadas como formas de pecado; ideas de culpa y de
condenación que sufre el deprimido. Sin embargo son ciertos pensadores religiosos quienes
empiezan a identificar depresión con enfermedad. No así el suicidio, que no adquiere carácter de
patología hasta finales del siglo XVI, aún por una minoría. El suicida -a veces un deprimido-
estaba condenado social y moralmente. A éste se le enterraba en lugares profanos, y en
sociedades como la anglosajona, si no moría en el intento se le condenaba a muerte en tormento.
Es San Isidoro de Sevilla quien libera a los pobres deprimidos de la convicción colectiva de que
eran ellos mismos con sus culpas los responsables de la situación. Se adelanta a los tiempos, al
decir que la depresión o melancolia es una enfermedad producida o por una alteración de los
humores, o por el efecto en el cuerpo de un disgusto.
La melancolía cobra vigencia médica a partir del siglo XVI. Títulos como "A treatise of
Melancholy" de Bright (1586), causan gran impacto en el pensamiento clínico de la época.
"Anatomy of Melancholy", de R. Burton (1624), siguió reeditándose hasta bien entrado el siglo XIX,
con tiradas impresionantes. El concepto de locura circular y su carácter hereditario surge en este
mismo siglo de la mano de los psiquiatras Falret. El alemen Kahlbaum describe la melancolía y la
manía como dos fases opuestas de la misma dolencia, y no enfermedades independientes entre
si. Pero es a partir de Freud y Kraepelin -dos talentos indiscutibles, pero diametralmente opuestos
en sus enfoques sobre la depresión- cuando surgen dos corrientes diferenciadas de la psiquiatría.
Para Freud y sus seguidores, la causa de muchas depresiones es psicológica, de forma que "el
estado de ánimo depresivo es una forma de adaptación que funciona como mecanismo de
defensa". Los seguidores de Kraepelin -es decir, la psiquiatría que podriamos llamar oficial,
universitaria, de la primera mitad de este siglo- aceptan como éste que las depresiones son
endógenas, de causa orgánica vinculada a factores hereditarios, y rechazan el psicoanálisis
preconizado por Freud.
Las polémicas surgidas entre las grandes mentes, la observación continua de pacientes, los
medicamentos, la investigación farmacológica y las consultas de psicólogos y psiquiatras han
hecho posible los modernos tratamientos con notable mejoría de los pacientes.

DEPRESION
Dicen que los cuarenta y cincuenta fueron las décadas de la angustia, y los sesenta, setenta,
ochenta y quizá los noventa son las de la depresión.
No existe aún confirmación científica, pero parece ser que una nueva epidemia de este mal azota
a la humanidad. Tal es su incidencia -el 20 por ciento de la población padece una depresión
alguna vez en su vida- que se le ha bautizado con el nombre de resfriado común de las
enfermedades mentales. Este costipado puede conducir a la pérdida de trabajo, de amistades de
toda la vida, a la ruptura de relaciones sentimentales y en el peor de los casos a la muerte. Los
deprimidos están más expuestos a accidentes y suicidios que las personas normales. Entre el 7 y
el 15 por ciento de los enfermos depresivos se quitan la vida. Según datos facilitados por la
Organlzación Mundial de la Salud -0MS- hay cerca de 2.000 suicidios diarios en el mundo, de
ellos 800 se deben a enfermedades depresivas.
Pero no hay que llamarse a engaño. Esta epidemia no es producto de nuestro alocado y
vertiginoso siglo XX, ni siquiera de nuestra era. Desde finales del Renacimiento, durante todo el
Barroco y la Ilustración, hubo en Europa una crisis de melancolía. Así, en Inglaterra, donde
aparece por primera vez la palabra romántico, fue una verdadera hecatombe.
En Italia y Francia se cebó en los seudointelectuales. Claro está que más que una patología,
aquello fue una moda. No hay duda.
Y podemos remontarnos más aún en la historia. Demócrito (460-370 a. de C.), que al parecer
había sido victima de una fuerte depresión, buscaba en los cadáveres de animales la residencia
de la bilis negra, fuente de la depresión. El fiIósofo griego contó a Hipócrates (460-377 a. de C.)
que deseaba buscar un tratamiento para curarla. En nuestros días los ejemplos de depresivos son
muy abundantes. ¿Quien no tiene un familiar o conoce a alguien que ha pasado por una
depresión?
Pero no debemos confundir este mal con la tristeza, un sentimiento que acompaña a todas las
personas sanas en determinados momentos de la vida.
A diferencia de otras enfermedades de la mente, como la esquizofrenia, cuyos síntomas están
muy bien definidos, la depresión se manifiesta de forma muy difusa, incluso enmascarada.
Cuando una persona cae víctima de ella, los familiares y amigos, incluso ella misma, se preguntan
si son los problemas de la vida diaria los que producen la sensación de depresión o si, por el
contrario, es la sensación de apatía y desgana la que conduce a los problemas cotidianos. Estas
son dos situaciones bien diferenciadas, pero que en ocasiones pueden presentarse mezcladas.
Si el origen de la enfermedad está ligado a los problemas con los que tenemos que luchar y
enfrentarnos a diario -dificultades en el trabajo, desengaños amorosos e, incluso, la defunción de
un ser querido- es muy probable que todo se solucione cuando se resuelvan los problemas o se
acepte la pérdida de los seres queridos. A estos trastornos del ánimo provocados por estados
emocionaies, a veces fuertes, los psiquiatras los consideran "menores", y generalmente son
fáciles de tratar. Pero estos trastornos menores en ocasiones también implican graves
consecuencias.
Se dan casos de gente a la que le ha tocado la lotería, y a los dos días se presenta en la
consulta del psiquiatra con una profunda depresión. Si la aparición de un cuadro depresivo no
tiene explicación aparente, la solución es más complicada. Estamos ante una depresión mayor. El
doctor Vallejo-Nágera la describe como una vivencia indefinible..., una amalgama de tristeza,
remordimiento, angustia, amargura, congoja, pena, desesperanza, apatía, conciencia de
incapacidad, además de sentimientos de culpabilidad, lo que amplifica el grado de intensidad de
alguno de estos estados. «Sin justificación alguna -dice el doctor Vallejo-Nágera- viven esas
emociones. Cuatro son los valores en psiquiatría que aclaran en qué momento surge una
depresión: la duración y la intensidad -que deben ser claramente superiores a lo habitual-, la
existencia de un acontecimiento desencadenante y la aparición de síntomas impropios de un
individuo normal, como pueden ser alucinaciones o ideas delirantes".
Los primeros síntomas del mal se manifiestan a lo largo de varias semanas cargadas de
malestares injustificados. El enfermo tiene reacciones hipocondríacas; parece aprensivo y
preocupado por su estado de salud. A un tiempo se entristece y comienza a llorar... Es llevadero.
Pero una mañana amanece con los síntomas alarmantemente intensificados. El
aspecto típico del deprimido es el de una persona aniquilada por la tragedia, menos cuando
recompone su figura por unos instantes, como ocurre cuando acude por primera vez a la consulta.
Para muchos el peor momento es el despertar, cuando el descenso de su actividad física y
psíquica es, junto a la tristeza, el síntoma más acentuado. El paciente sufre entonces una astenia
intensísima, un cansancio infinito. Se sienta en la cama, los movimientos son lentos. Intenta
ponerse en pie. No le apetece asearse, ni tiene preferencias por vestir de una u otra forma. Las
ideas fluyen lentamente, y los recuerdos tardan en asociarse. "Me cuesta trabajo pensar",
asegura. Todo el sistema nervioso parece que se vuelve más lento.
«Si le preguntas qué pasa, responderá que nada», dice la psicóloga Concepción de Diego. «El
afectado -añade- tiene el rostro contraído con expresión triste y dolorosa, las arrugas hacen acto
de presencia, como si hubiera envejecido diez años en poco tiempo. Su actividad intelectual es
torpe, y la sensación generalizada es de debilidad física... Estas
son algunas de las manifestaciones psicosomáticas que nos alertan de que la enfermedad está
ahí.»
Pero, ¿cuáles son las causas últimas de la depresión? Las situaciones límite de estrés en las
grandes ciudades las desgracias personales son dos buenos detonantes, pero los datos
recopilados hasta la fecha demuestran que no lo explican todo.
Es cierto que las personas deprimidas sufren más momentos de estrés en sus vidas. Pero esta
apatía del cerebro se presenta en todo el espectro de población, independiente de razas y, quizá,
en todas las culturas. Si la chispa fuera el estrés, ¿cómo podría explicarse que un aborigen
australiano o un indio del Amazonas caigan víctimas de la depresión?
Las causas de las menores -depresión normal reactiva- son los trastornos afectivos. Debajo de
ellas siempre hay una gran pérdida: de un ser querido, de un negocio... Puede darse en la
jubilación, ante la pérdida del reconocimiento de la persona en la actividad laboral. O en la mujer
de 40 a 50 años de profesión sus labores con hijos mayores que abandonan el hogar, lo que se
llama síndrome del nido vacío.
En los niños suele presentarse muy enmascarada. Los que han sufrido la muerte de sus padres
u otro ser querido, o han sido separados de ellos, o son hijos de divorciados, tienen una
probabilidad dos o tres veces mayor de ser víctimas de la depresión que los niños que no han
pasado por estos trances. Un niño deprimido tiene la cara triste, pierde movilidad e interés por el
juego. Además duerme mal, es exigente y llorón, reusa todo contacto humano, no progresa en su
desarrollo psicomotor, pierde peso y cae en un estado de letargo. En cuanto al sexo, la depresión
se ceba con las mujeres, que se deprimen en una relación de dos a uno con respecto a los
hombres. Esta preferencia por el sexo femenino se puede explicar, en parte, por la menor
relevancia social de la mujer en nuestra sociedad.
La depresión sólo tiene una discreta relación con la suerte o la desgracia, y con los éxitos o los
fracasos. Entonces, ¿qué es lo que desencadena un cuadro depresivo mayor? ¿Dónde esta el
misterio de este desorden? Un palabra clave: genética. ¿Está el mal en nuestros genes? Quizás
si, quizás no. Los científicos han podido comprobar que los gemelos univitelinos, que se parecen
como dos gotas de agua incluso a nivel molecular, tienen un 40 por ciento de probabilidad de
presentar simultánea mente una depresión mayor. Casi nadie duda de que hay una predisposición
hereditaria, aunque se desconoce la manera de transmisión. Si un padre es depresivo, su hijo no
tiene por que serlo necesariamente; hay otras variables que influyen. La muerte de un ser querido,
la pérdida de la vivienda por un incendio o la ruina de un negocio puede ser el factor que acciona
el gatillo. Pero es obvio que si la pistola no está cargada, jamás se disparará la bala.
En los últimos años, los genetistas han descubierto que algunos trastornos mentales, como la
esquizofrenia y el Corea de Huntington; podrían estar ligados a un gen defectuoso. Una de estas
enfermedades de origen genético, y que recuerda en algunos de sus síntomas a la de presión, es
la maníaco-depresión o enfermedad bipolar, un mal que se caracteriza por una desproparcionada
reacción de euforia y depresión. Por un lado el enfermo se siente eufórico, optimista, pletórico,
mientras que, por otro, se convierte
en la imagen misma de una persona hundida, triste y desesperada. Hace apenas dos años, David
Housman, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y Daniel Gerhard, de la Universidad de
Washington en Saint Louis, descubrieron en el brazo corto del cromosoma 11 el gen responsable
de la enfermedad bipolar. Este descubrimiento ha abierto una nueva esperanza, y los
invetigadores sospechan que el gen de la depresión mayor no debe andar muy lejos.
Lo que sí parece claro es que el secreto de la enfermedad se esconde en la cabeza, en algún
rincón del cerebro. Desde hace algunos años, los psiquiatras saben que cualquier trastorno
cerebral se corresponde con un desajuste bioquímico, y hay quien cree que también con un
alboroto genético. Así, un cambio en la conducta significa un cambio en la química
cerebral.Efectivamente. Entonces, ¿que es lo que ocurre en la cabeza para que nos sintamos
deprimidos? Los cerebros melancólicos presentan un déficit de algunos
neurotrasmisores sinápticos, en concreto noradrenalina, que forma parte de un grupo de
sustancias químicas llamadas catecolaminas, y serotonina, que pertenece al grupo de las
indolaminas. Recordemos que un neurotrasmisor es un mensajero químico que libera una neurona
para ponerse en contacto con otra. De lo que ocurra con la noradrenalina y la serotonina en el
camino entre las dos células nerviosas, es decir, en unas 20 millonésimas de milímetro, depende
que la información llegue intacta a su destinatario. Los neurotransmisores pueden ser liberados en
cantidades inferiores a las necesarias, o ser atacados por bandoleros químicos que los destruyen.
Pero también puede ocurrir, y es la hipótesis que se ha sugerido recientemente, que cuando llega
el mensajero a su destino, si no hay nadie para recibirle, se pierde.
Entonces, si el origen del mal está en un desajuste en los sistemas de trasmisión de información,
¿cómo se puede tratar de prevenir o paliar los efectos de la depresión? Pues intentando
restablecer la comunicación. En apariencia parece sencillo, pero la realidad es muy distinta. A
veces, la depresión viene acompañada de otras enfermedades igualmente peligrosas. Desde hace
algún tiempo, coincidiendo con el desarrollo de la inmunología, los científicos saben que el estado
de ánimo y la salud mental influyen directamente sobre nuestros mecanismos de defensa. Si el
jefe supremo de las fuerzas de combate -es decir, cada uno de nosotros- no sabe imprimir a sus
tropas los ánimos necesarios para enfrentarse al enemigo, su eficacia queda peligrosamente
mermada.
Esto ha dado lugar al nacimiento de una nueva disciplina científica, la psiconeuroinmunología.
"Ciertas personas -comenta el dermatólogo Ramón Miquel Suázer -Inclán, jefe del departamento
de investigación de los Laboratorios Alonga- son más propensas a padecer una depresión
psiquica reactiva, que se manifiesta acompañada de jaquecas e infecciones, como los herpes
zóster... Los intentos por quitarse la vida a causa de este virus han superado los suicidios por
cáncer... El suicidio llega cuando el herpes afecta la zona ocular, a un ganglio correspondiente al
trigémino, el nervio sensitivo y motor que inerva los músculos masticadores y sensibiliza la mayor
parte de las estructuras faciales.»
En su camino, el virus destruye la envoltura del trigémino, que provoca dolores infernales.
También los hongos, las bacterias y otros microbios se aprovechan de la situación.
Afortunadamente, los microorganismos pueden ser erradicados o controlados con medicamentos
-antibióticos y antivirales-, pero queda hacerse con las riendas de la depresión. Esta se cura
únicamente gracias a la psicoterapia y los antidepresivos. En la actualidad, las técnicas
psicoterapéuticas están bastante perfeccionadas y estandarizadas, y se ha demostrado que son
eficaces para tratar las depresiones menores y muchas de las endógenas. Existen tres terapias
básicas al alcande de los enfermos, ya que algunos tratamientos en clínicas privadas sólo pueden
ser soportados por gente adinerada. Una de ellas es la psicoterapia conductista, que parte de la
idea de que el enfermo se deprime cuando no recibe un apoyo positivo en sus esfuerzos, y lo que
se persigue es enseñar al paciente a superar los puntos negativos. La segunda técnica es la
psicoterapia cognitiva, que se basa en la idea de que la depresión se desencadena cuando la
persona proyecta su futuro de forma pesimista, y lo que intenta el psicoterapeuta es ayudar a
contrarrestar tales suposiciones. La tercera se basa en una técnica de apoyo, encaminada a
resolver los problemas cotidianos de los pacientes y mejorar sus relaciones sociales, tanto en el
entorno social como en el familiar. No se pretende hurgar en el subconsciente, ni modificar
arraigadas conductas infantiles.
En muchos casos, la psicoterapia por sí sola no da resultados, y hay que recurrir a fármacos, los
antidepresivos. La Rauwolfia serpentina es una planta curativa de la India, y su alcaloide, la
reserpina -de claros beneficios como hipotensor y sedante- comenzó a usarse en las depresiones.
Pero después se supo que en realidad no las curaba que mas bien las acentuaba. Mas tarde se
descubrió gue la isoniacida -fármaco empleado en el tratamiento de la tuberculosis- curaba o
mejoraba la depresión.
La isoniacida aumentaba las aminas cerebrales, pero lo que hacía en realidad era eliminar la
sustancia que oxida éstas

Soledad Caba

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