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La Iglesia y la Ciencia:

El caso Galileo

Melchor Sánchez de Toca Alameda


Jerez de la Frontera, 25 de abril de 2006

1. El mito Galileo

1.1. La fuerza de los mitos


Cualquiera de nosotros, en algún momento de su vida ha tenido que enfrentarse al Caso
Galileo, como un reproche dirigido contra los cristianos en general y contra la Iglesia en
particular. El caso Galileo pertenece a ese pequeño canon o lista de argumentos que se emplean
contra ella, en la que además figuran, las cruzadas, la inquisición, las riquezas del Vaticano y
otras cosas similares. Es parte de las «Leyendas negras» de la Iglesia, con las que tenemos que
lidiar habitualmente.
Un pequeño test, llevado a cabo por un profesor de matemática en una universidad estatal
entre sus estudiantes, revelaba los siguientes resultados: a un cuestionario sobre el caso Galileo,
el 15% no era capaz de decir por qué fue condenado Galileo; el 30% no sabía por qué
movimiento de la tierra (rotación o traslación) fue condenado; algunos creían que Galileo murió
en la hoguera, y el 20% que acabó sus días en una prisión de la Inquisición. La mayoría pensaba
que la historia no tenía ya interés hoy1.
Esto permite comprender el alcance del caso Galileo, en el que, al problema estrictamente
científico y epistemológico, se añaden muchos otros factores, sin excluir los personales, que
hacen de este caso uno de los momentos más apasionantes de la historia de la humanidad, en el
que se toca con la mano uno de los problemas centrales del hombre: la relación entre la fe y la
razón, entre la Iglesia y la ciencia.
Abordar el caso Galileo, por tanto, significa hablar del mito de Galileo. Así lo definió
Juan Pablo II, en el discurso de clausura de la Comisión de Estudio del Caso Galileo que él había
instituido:

1
P. COSTABEL «Galileo ieri, oggi», in Galileo Galilei, 350 anni di storia, 196-209, aquí 207-9.
A partir del siglo de las luces y hasta nuestros días, el caso de Galileo ha constituido una especie
de mito, en el que la imagen de los sucesos que se han creado estaba muy lejos de la realidad. En
esta perspectiva el caso de Galileo era el símbolo del supuesto rechazo del progreso científico por
parte de la Iglesia, o del oscurantismo “dogmático” opuesto a la búsqueda libre de la verdad2.
Este mito ha dejado huellas profundas en el alma europea. Al menos desde la Ilustración,
el caso Galileo, elevado a mito, ha servido para agrandar el foso existente entre la Iglesia y la
ciencia moderna. Decía el Papa:

Este mito ha desempeñado un papel cultural notable; ha contribuido a infundir en muchos


científicos de buena fe la idea de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y su
ética de la investigación, y la fe cristiana por otro. Una trágica y recíproca incomprensión ha sido
interpretada como el reflejo de una oposición entre ciencia y fe3.
La consecuencia de este mito es que para muchos, ciencia y fe son radicalmente
incompatibles: o se es creyente, o se es científico, pero es imposible ser a la vez ambas cosas.
Por parte católica, este asunto ha dejado profundas huellas. Para muchos católicos, este
asunto ha producido una especie de permanente sensación de incomodidad frente a la ciencia y a sus
avances, que se ha traducido en dos actitudes prácticas:
Por un lado, la resurrección de la vieja teoría medieval de la doble verdad, es decir, la
existencia de dos órdenes de verdad, una científica o natural, y otra sobrenatural o de fe, entre las
cuales no tiene por qué existir acuerdo, puesto que cada una se rige por sus propias leyes. Este es el
precio que han pagado algunos científicos católicos por mantener su fe y su práctica religiosa: vivir
contemporáneamente en dos regiones diversas sin contacto entre ellas. Esto es, de hecho, una forma
de fideísmo, que renuncia a buscar acuerdo entre lo que se cree por la fe y lo que se obtiene mediante
el conocimiento de la realidad.
Por otro lado, ha producido, un vago sentimiento de satisfacción frente a los límites de la
ciencia, como una especie de secreta revancha frente a tantas humillaciones infligidas por el
pensamiento científico. Sólo que en el fondo subyace la misma concepción errónea del
cientificismo, como si a mayor fe tuviera que haber menos ciencia, y a menor ciencia, fuera
posible un mayor grado de fe, sin que se pueda ser a la vez un gran científico y un profundo
creyente4.

2
JUAN PABLO II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 31 octubre 1992, n. 10. L’Osservatore Romano. Ed.
semanal en lengua española, 13-11-1992, 6-8.
3
JUAN PABLO II, ibid.
4
Cf. C. M. MARTINI, «Scritture dell’uomo e scritture di Dio» in Orizzonti e limiti della scienza. Decima cattedra dei non
credenti, Raffaelo Cortina Ed., Milano 1999, 146.

2
En definitiva, en el llamado caso Galileo lo que está en juego es la credibilidad de la
Iglesia. ¿Cómo puede una institución que se considera depositaria y Maestra de la Verdad haber
cometido un error tan grave de juicio al condenar el heliocentrismo? ¿Cómo pudo invadir un
campo que no era el suyo, convirtiendo en una cuestión teológica lo que era un problema
científico natural? Y es que el caso Galileo toca da de lleno en un aspecto central de la
comprensión del hombre moderno: el problema de la autonomía de las realidades humanas, la
autonomía de la razón frente al saber heredado5. Aude sapere! fue el lema de la ilustración, el
deseo del conocimiento autónomamente elaborado. En definitiva, el caso Galileo fue un caso
paradigmático de las relaciones entre la ciencia y la fe, entre la fides y la ratio. Galileo, en cierto
sentido no fue sino un catalizador de este proceso6.

1.2. La Iglesia ante Galileo


Precisamente porque es una herida abierta, el caso Galileo ha sido objeto de atención en
diversos momentos. El proceso de reflexión sobre Galileo tuvo un momento decisivo durante el
Concilio Vaticano II. En la Constitución Gaudium et spes, en el número 36, la Iglesia proclamó
la autonomía de las realidades terrenas, y por tanto, de la actividad científica. Se trata de un
pasaje muy importante, que tiene que ver inmediatamente con Galileo:

Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha
vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la
sociedad o de la ciencia. .... Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están
dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre
debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello,
la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma
auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la
fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios (Cf. CONC.
VAT. I., Const. dogm. de fe católica Dei Filius, c. 3.: DS 3004-3005)7.
El Concilio reconoce que «quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar
en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios», un
elemento precioso para elaborar una espiritualidad del investigador, y añadía aún una nota crítica
deplorando «ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de
la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de

5
Cf. BRANDMÜLLER, Galilei e la Chiesa, ossia el diritto ad errare, LEV, Vaticano 1992, 9.
6
Así opina BRANDMÜLLER, Galilei e la Chiesa, 72.
7
Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno Gaudium et Spes, 36

3
agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe». Una
nota a pie de página señalaba a este respecto una autorizada biografía de Galileo8.
Juan Pablo II, que había seguido muy de cerca la redacción de este capítulo cuando era
arzobispo de Cracovia, era consciente de la importancia que el Caso Galileo seguía teniendo en la
Iglesia. Por eso, a comienzos de su pontificado, en un importante discurso en la conmemoración
del nacimiento de A. Einstein, expresó por primera vez su deseo de que

teólogos, sabios e historiadores animados de espíritu de colaboración sincera, examinen a fondo el


caso de Galileo y reconociendo lealmente los desaciertos vengan de la parte que vinieren, hagan
desaparecer los recelos que aquél asunto todavía suscita en muchos espíritus contra la concordia
provechosa entre ciencia y fe, entre Iglesia y mundo9.
El motivo fundamental era que «No se puede excluir la posibilidad de que nos
encontremos un día ante una situación análoga que requiera de unos y otros una clara conciencia
del campo y de los límites de sus respectivas competencias». Juan Pablo II quería evitar que en el
futuro se produjeran incidentes similares, debido a una comprensión equivocada de los límites de
cada disciplina.
El resultado fue la creación de la Comisión de Estudio del Caso Galileo en 1981, una
comisión que permaneció activa durante 11 años, con la tarea de estudiar a fondo el caso Galileo
en sus distintos aspectos, histórico-jurídico, bíblico-exegético, científico epistemológico y
cultural10. Puesto que el aspecto más importante de este caso es su dimensión cultural, la parte
más importante del caso recayó en el entonces Secretariado para los no Creyentes, hoy Consejo
Pontificio de la Cultura, lo que me ha permitido seguir muy de cerca este caso en los últimos
años.
En el discurso de clausura de la Comisión, el Cardenal Poupard, presentando sus
resultados y trabajos de ésta, recordó que ésta se había propuesto tres objetivos: tratar de

8
Cf. Mons. PIO PASCHINI, Vita e opere di Galileo Galilei, 2 Vols. Academia Pontificia de las Ciencias, Ciudad del
Vaticano, 1964.
9
JUAN PABLO II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias en la Conmemoración de Albert Einstein, 10-11-
1979, n. 7. L’O.R.Ed. semanal en lengua española, 2-12-1979, 9-10.
10
La Comisión de estudio del Caso Galileo, cuyo nombre exacto es “Comisión para el estudio de la controversia
tolemaico-copernicana en los siglos XVI y XVII”, fue creada en 1981. Para este he tratado más ampliamente este
tema en un artículo M. SÁNCHEZ DE TOCA, «Un doble aniversario: Un doble aniversario: XX aniversario de la
creación de la Comisión de Estudio del Caso Galileo y X de su clausura», Ecclesia 16 (2002) 141-168, y también en
un libro, actualmente en prensa, escrito junto con M. Artigas: ARTIGAS-SÁNCHEZ DE TOCA, Galileo y el Vaticano.
Historia de la Comisión de Estudio del Caso Galileo (1981-1992).

4
averiguar qué había pasado, cómo había pasado y por qué había pasado. Trataré ahora de resumir
lo esencial de estas preguntas.

2. ¿Qué sucedió?

Los hechos del proceso Galileo son suficientemente conocidos y la Comisión no aportó
sustanciales novedades, si exceptuamos la publicación íntegra de los documentos del Dossier
Galileo. Consciente de las limitaciones del caso, expondré aquí un resumen sucinto de los
acontecimientos. Sin embargo, como para entender el Caso Galileo, es necesario primero entender el
contexto de la época, comenzaré con una panorámica muy general de la astronomía y la filosofía
anteriores a Galileo.

2.1. El contexto de una época


Como es sabido, la cosmología medieval, heredada de Grecia, concebía la tierra como el
centro del universo, en torno al cual giraban, en órbitas circulares perfectas, las estrellas fijas,
situadas en la última esfera, y los planetas (del griego planetes, literalmente estrellas errantes),
dispuestas en círculos concéntricos alrededor de la tierra. Esta teoría tenía su más firme sostén en
la simple observación de los hechos, que ve salir el sol por un lado y ponerse por otro y ve a los
planetas girar en torno a la Tierra. En esta visión del mundo, el universo se hallaba dividido entre
el mundo sublunar, o sea, la Tierra, caduco y sujeto a corrupción, y el mundo supralunar, hecho
de una materia incorruptible, el éter que se movía en perfecta armonía.
Esta visión es lo que se denomina sistema tolemaico-aristotélico. A pesar de que había
sobrevivido durante siglos, tenía sin embargo, muchas deficiencias. Necesitaba «salvar las
apariencias», es decir, dar cuenta de algunos fenómenos astronómicos, aparentemente
caprichosos, como por ejemplo la recesión de los planetas. Para dar cuenta de estos fenómenos,
los astrónomos habían ido introduciendo pequeños mecanismos de corrección, como los
epiciclos, deferentes, ecuantes, etc., que lograban salvar las apariencias, a costa de cálculos
extraordinariamente complejos.
En este ambiente, un canónigo polaco de Cracovia, Nicolás Copérnico (1473-1543),
estudioso de astronomía, recuperó una idea ya sostenida en la antigüedad por los pitagóricos y
especialmente por Aristarco de Samos, que consistía sencillamente en colocar el sol en el centro

5
del cosmos, disponiendo los planetas en círculos alrededor del sol según la duración de sus
órbitas11. Este sistema tenía la virtud de simplificar enormemente los cálculos astronómicos,
necesarios por otra parte para la elaboración del calendario. Además, presentaba una armonía y
coherencia realmente seductoras. Copérnico presenta así su propuesta:

Habiéndome dado cuenta de tales defectos, medité a menudo, si no podría hallarse por ventura una
combinación más razonable de círculos de la cual se infiriesen todas las anomalías aparentes y
según la cual todo se moviese uniformemente en torno de su propio centro, conforme lo exige la
norma del movimiento absoluto. Después de proponerse este problema dificilísimo y casi
imposible de solventar, al fin se me ocurrió una idea de como podría resolverse mediante
construcciones menos numerosas y mucho más sencillas que las antes usadas, con tal que se me
concediesen algunos postulados (que se llaman axiomas)12.
Sin embargo, la decisión de asignar al sol la posición central se debió simplemente a
razones estéticas y filosóficas, no astronómicas ni basadas en evidencias empíricas. Copérnico
gozó del aprecio general y dedicó a Paulo III su obra De Revolutionibus Orbium Celestium, que
apareció póstuma el mismo año de su muerte, en 1543.
Una teoría tan audaz tuvo detractores, como era de esperar, principalmente por razones de
tipo filosófico y astronómico y también, dado que algunas afirmaciones suyas entraban en
contradicción con la Escritura, de tipo teológico. Lutero y los reformadores consideraron
absurdas las proposiciones de Copérnico y en general no tuvo mucha aceptación13. Sin embargo,
sus cálculos prestaron un impagable servicio en la reforma del calendario que llevó a cabo la
comisión pontificia presidida por el jesuita Cristóforo Clavius por encargo de Gregorio XIII, y
que dio como resultado el calendario que hoy conocemos como Gregoriano.

2.2. Galileo matemático y científico

2.2.1 El «cannocchiale»
Casi 50 años después de la muerte de Copérnico, un joven matemático de la universidad
de Padua, tuvo la ocurrencia de apuntar un telescopio fabricado por él, no hacia la tierra para

11
Cfr. G.E. PONFERRADA, «Rehabilitación de Galileo?», 242.
12
NICOLÁS COPÉRNICO, Hipótesis acerca del movimiento de la Tierra alrededor del sol, fuente: de la red.
13
No sólo: la obra de Copérnico topó con la oposición radical de Lutero, quien lo tachó de loco. Cf. G. E. PONFERRADA,
«¿Rehabilitación de Galileo?», 679. En España, en la misma época se leía el De Revolutionibus en la cátedra de
cosmología de Salamanca. Véase el número dedicado a Fray Diego de Zúñiga (1536 c.-1589) en La Ciudad de Dios
CCXII (1999) 5-57.

6
usos militares, como hasta ahora se había venido haciendo, sino al cielo estrellado. Los
descubrimientos fueron sensacionales.
En primer lugar, descubrió que la luna tenía montañas y valles y rugosidades, y no era por
tanto la esfera perfecta que decía Aristóteles. A continuación, y más importante, descubrió
cúmulos de estrellas en la vía láctea, y muchas otras estrellas que a simple vista no eran visibles,
de modo que el universo era mucho mayor de lo que hasta ahora se pensaba. Observando Júpiter,
descubrió tres pequeños planetas que giraban alrededor de él como un sol en miniatura, con lo
que resultaba que la tierra no era el único centro del universo. Por último, y más importante,
descubrió también que el planeta Venus presentaba fases en su movimiento. Todos estos
descubrimientos convirtieron a Galileo en un copernicano decidido, y con todo el fervor del
converso, publicó sus resultados. Sin embargo, a diferencia de Copérnico, que en este punto fue más
cauto, Galileo creyó que sus descubrimientos demostraban la veracidad del sistema copernicano y
que podía, por tanto, afirmarse como verdad y no sólo como hipótesis.
De la noche a la mañana, Galileo se hizo famoso, y vio reconocida su obra en los ambientes
científicos, especialmente en el colegio romano, donde funcionaba el primer observatorio de
Europa14.

2.2.2 Los procesos de Galileo


Unos descubrimientos tan sensacionales y el entusiasmo que puso Galileo en difundir sus
ideas, pronto le acarrearon envidias y críticas. En el fondo, aunque las ideas de Copérnico
circulaban libremente desde hacía algunos años, fue Galileo quien obligó a plantearse realmente
la nueva situación que sus observaciones planteaban.
Una de las objeciones principales a que Galileo tuvo que hacer frente fue la de que sus
teorías contradecían la Escritura, que, en algunos pasajes, afirma que la Tierra está firme y no se
mueve. Además estaba en contra de Galileo la experiencia común, que ve salir el sol por un
extremo y ponerse por el otro, una experiencia corroborada por la Escritura.
Sobre este punto conviene tener en cuenta dos cosas: la primera es que en época de
Galileo, tanto para católicos como para protestantes, todo lo que afirma la Biblia es de fe, y debe
interpretarse literalmente, a menos que haya razones fundadas que permitan interpretar un pasaje

14
Los viajes de Galileo están magníficamente descritos en W. SHEA-M. ARTIGAS, Galileo en Roma. Crónica de 500
días, Madrid: Encuentro, 2003.

7
en sentido espiritual. Es un problema con el que ya se encontró san Agustín a propósito de la
esfericidad de la Tierra.
En segundo lugar, lo que para nosotros es conocimiento adquirido, en época de Galileo
chocaba frontalmente con el sentido común y la experiencia cotidiana. Afirmar que la Tierra
giraba alrededor del sol era una temeridad, sobre todo, sin una física convincente que explicase
por qué los cuerpos no salían despedidos al viajar a tales velocidades alrededor del espacio.
Sobre este punto, puede ser ilustrador lo que cuenta Pierre Costabel, uno de los principales
historiadores de ciencia, recogió en un artículo publicado por el Consejo Pontificio de la Cultura
una encuesta hecha en Francia, publicada en 1981 bajo el título Echec à la science. La survivance
des mythes chez les Français. A la pregunta sobre si el sol gira en torno a la tierra, el 37%
respondió «es cierto». Los organizadores, después del análisis de las respuestas por franjas de
edad, profesión, etc., llegaron a la conclusión de que más de un tercio de la población vivía
todavía en una visión pre-copernicana. Con todas las reservas oportunas, la encuesta revelaba la
profunda ignorancia común acerca de la ciencia y la astronomía en general.

a) El proceso de 1616
Para defenderse de los ataques de sus adversarios, Galileo explicó su posición y rebatió
las objeciones al copernicanismo en dos cartas, que constituyen dos tratados de exégesis más que
de astronomía: una al P. Benedetto Castelli, (21 de diciembre de 1613) y otra a la Duquesa Madre
a Cristina de Lorena (1615). La defensa, apasionada y vehemente, tenía que ver más con
dificultades exegéticas que con objeciones científicas, como en general sucedió en toda la
controversia entre la nueva astronomía y la Escritura15. Pero con ello Galileo llevó la discusión a
un terreno que no era el suyo, el de la exégesis y la teología, donde tenía todas las de perder.
Ante la fama creciente de Galileo y su entusiasmo pro-copernicano, el Santo Oficio
consideró que había llegado el momento de examinar la cuestión. Y así lo hizo en febrero de
1616. Convocó una comisión de peritos que examinaron dos proposiciones, a saber: que el sol
está en el centro del universo y no se mueve; que la tierra se mueve alrededor del sol. El parecer
de los peritos fue declarar formalmente herética la proposición de que el sol se halla inmóvil en el
centro, en cuanto contradecía el sentido literal de la Escritura; en cambio declaraba la

8
proposición de que la tierra se mueve «absurda filosóficamente», y teológicamente «in fide
erronea»16.
Se trataba de un juicio puramente filosófico-teológico, y no científico, que consideraba
únicamente la inerrancia de la Escritura. Los miembros de la Congregación veían en peligro esta
inerrancia con las teorías heliocéntricas, a pesar de las explicaciones de los defensores del
sistema copernicano17. Sucesivamente, la Congregación del Índice, encargada de redactar la lista
de libros prohibidos, declaró el sistema copernicano «Sacrae Scripturae omnino adversantem»,
pero no herético. La Congregación mandó también incluir en el Índice las obras de Copérnico,
Zúñiga y Foscarini, las de los dos primeros únicamente «donec corrigantur», es decir mientras no
se corrigieran, en el sentido de hablar de heliocentrismo como hipótesis y no como realidad18.
En aquel proceso Galileo no fue ni condenado ni interrogado. Pero dado que era el más
ardiente defensor del copernicanismo, y el más conocido propagandista de esta doctrina, el
Cardenal Belarmino recibió el 25 de febrero 1616 el encargo de notificar a Galileo la prohibición
de sostener y enseñar la doctrina de Copérnico, a lo cual Galileo accedió, como consta en los
documentos del proceso19. Posteriormente, en mayo de 1616, ante las murmuraciones que corrían
en torno a Galileo, el Card. Belarmino, a petición de éste, accedió a declarar que Galileo no había
sido condenado, ni tuvo que abjurar ni someterse a penitencia20.

15
Esta es la tesis fundamental de la obra monumental de PIERRE-NOËL MAYAUD, Le conflit entre l’Astronomie
Nouvelle et l’Écriture Sainte aux XVI et XVII siècles. Un moment de l’histoire des idées. Autour de l’affaire Galilée,
6 vol, Honoré Champion, Paris 2005.
16.
Documenti, p. 99.
17
Cf. BRANDMÜLLER, Galileo e la Chiesa, 73.
18
Documenti, 103.
19
Documenti, 100s.
20
Documenti, 138. El texto de Belarmino dice: Nos, Roberto Card. Belarmino, habiendo oido que el Sr. Galileo Galilei
ha sido calumniado e imputado de haber abjurado en nuestra mano, y también de haber sido penitenciado por esto con
penitencias saludables; y siendo demandados acerca de la verdad, decimos que el sobredicho Sr. Galileo no ha abjurado
en nuestra mano, ni de algún otro aquí en Roma, ni menos en otro lugar que nos sepamos, opinión o doctrina suya
alguna, ni tampoco hánsele impuesto saludables penitencias ni de otra suerte, sino solo le ha sido denunciada la
declaración hecha por N.Sr. [el Papa] y publicada por la Sacra Congregación del Índice en la cual se contiene que la
doctrina atribuida a Copérnico, que la tierra se mueva en torno al sol y que el sol esté en el centro del mundo sin
moverse de oriente a occidente, es contraria a las Sacras Escrituras, y por eso no se puede defender ni tener. En fe de lo
cual hemos escrito y suscrito la presente de nuestra propia mano este día de 16 de mayo de 1616.

9
b) El proceso de 1633
Galileo continuó su actividad, sin tomar muy en serio la advertencia de Belarmino y el
decreto de 1616. Con su habitual agresividad, continuó también enzarzándose en agrias
polémicas con los astrónomos del Colegio Romano, que habían sido sus primeros benefactores,
cuando era un perfecto desconocido. Todo ello le granjeó notables antipatías. En este tiempo
publicó en 1624 Il Saggiatore en contra del astrónomo jesuita Grassi, a propósito del origen de
los cometas, dedicado al Papa Urbano VIII, admirador y protector de Galileo, que había sido
recientemente elegido al Solio pontificio.
Quizá excesivamente confiado en la alta protección de que gozaba, Galileo se atrevió a
exponer abiertamente sus convicciones copernicanas en un libro, escrito en forma de diálogo, en
el que refutaba el aristotelismo y defendía el heliocentrismo. Se trata del Diálogo acerca de los
sistemas máximos, en el que aportaba lo que él creía que era la prueba definitiva del sistema
heliocéntrico, a saber, las mareas, que él atribuía al movimiento compuesto de rotación y
traslación. Para publicarlo, consiguió fraudulentamente el imprimatur, abusando de la confianza
que tenía con el Papa. Y esto fue la gota que colmó la paciencia de sus adversarios, quienes no
tardaron en denunciarlo. El Papa mismo estaba sumamente irritado, ya que Galileo había puesto
argumentos suyos en boca de Simplicio, que en el diálogo defendía el aristotelismo, con la torpeza a
que alude su nombre. Esta vez había ido demasiado lejos, y tuvo lugar el lamentable juicio causante
del mito Galileo. En 1632 se abrió proceso contra el libro y contra su autor.
Galileo tuvo que comparecer ante el tribunal del Santo Oficio, acusado de no tratar del
heliocentrismo en términos hipotéticos, y de afirmar claramente la movilidad de la tierra y la
estabilidad del sol; y también, de haber desobedecido el decreto de 1616 de no enseñar tal doctrina,
que prometió observar21. El juicio tuvo sus más y sus menos, y fue penoso para sus mismos
jueces, entre los que había admiradores de Galileo. En todo momento fue tratado con la
consideración debida a sus 70 años y a su fama, y estuvo alojado en el Palacio Medici, excepto
una breve estancia en los apartamentos del Santo Oficio, nunca en la cárcel. Sin embargo,
durante el proceso, Galileo adoptó una posición cambiante, con numerosas contradicciones, que
irritaron aún más a sus detractores e impidieron una solución pactada: Galileo prometía no
enseñar más la doctrina de Copérnico y se daba carpetazo al asunto. En lugar de ello, el jueves 16

21.
Documenti, 108.

10
de junio de 1633, la Congregación del Santo Oficio, presidida por el Papa, determinó que se le
debía interrogar acerca de su doctrina, y obligarlo a abjurar de vehemente, según la fórmula
habitual, ante el pleno de la Congregación: se le condenaba ad formalem carcerem y se le prohibía
enseñar en el futuro de cualquier modo que la tierra se movía y el sol estaba quieto. El Dialogo
quedaba igualmente prohibido22. El acta está redacta con las formalidades habituales, por lo que
se incluye la mención a la aplicación de tortura (comminata ei tortura), que nadie tenía intención
seria de aplicar, naturalmente.
El 21 de junio, en el Santo Oficio, Galileo afirmó que no había sostenido la opinión
copernicana con posterioridad a 1616. Y cuando se le hizo ver que el Diálogo, publicado en 1630,
defendía esa opinión, contestó diciendo que su intención era exponer imparcialmente las razones
astronómicas a favor de cada sistema, y cómo, siendo inconcluyentes, debía recurrirse a una superior
autoridad, cual era la de la Iglesia. Naturalmente, los jueces observaron que no era una exposición
parcial, sino muy parcial a favor de Copérnico, por lo cual le exhortaban a decir la verdad,
amenazando, según la fórmula ritual, con tortura. Galileo concluyó diciendo: «Yo no tengo ni he
mantenido esta opinión de Copérnico después que se me intimó con decreto a dejarla»23.
Así se llegó a la sesión del miércoles 22 de junio de 1633, en Santa María Sopra Minerva,
ante el pleno del Santo Oficio, en la que los jueces le comunicaron la sentencia. Fue seguramente lo
más desagradable de todo el proceso. Esa sentencia y esa abjuración han marcado muy
negativamente el caso Galileo. Lo que en aquel momento parecía un triunfo de las autoridades
romanas, a la larga ha sido un tremendo lastre que se ha utilizado repetidamente en contra de la
Iglesia.
La sentencia es larga y dura, sin duda con el ánimo de que la condena de Galileo sirviera
como escarmiento para quienes pretendían defender el copernicanismo o interpretar la Sagrada
Escritura a su modo. Hacía un resumen de los acontecimientos desde 1616, y concluía:

Por lo manifestado en el proceso y confesado por ti mismo, el Santo Oficio te ha encontrado


vehementemente sospechoso de herejía, o sea, de haber sostenido y creído la doctrina falsa y
contraria a las Sagradas y divinas Escrituras, de que el sol es el centro de la tierra y no se mueve
de oriente a occidente, y que la tierra se mueve y no es el centro del mundo, y que se pueda

22
Documenti, 229.
23
Cf. Documenti, 155.

11
sostener y defender como probable una opinión después de haber sido declarada y definida
contraria a la Sagrada Escritura24.
Galileo incurría en las censuras y penas establecidas para esos casos, de las cuales se le
absolvía con tal que abjurara de su doctrina (cosa que hizo inmediatamente); se ordenaba la
prohibición del Diálogo; y se condenaba a Galileo a la cárcel en el Santo Oficio, imponiéndole la
penitencia de recitar una vez a la semana los siete salmos penitenciales.
Esto es lo que produce escándalo a nuestros contemporáneos: el poder coercitivo de un
sistema que es capaz de obligar a un hombre a pronunciarse contra sus más íntimas convicciones. Y
es también el origen de otra leyenda, falsa como otras, que hace pronunciar a Galileo, saliendo de
Santa María: «Eppur’ si muove!» es decir: Y sin embargo se mueve.
Muchos científicos modernos reprochan a Galileo su falta de dignidad y servilismo en
plegarse al dictado del tribunal. Sin embargo, hay que tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, que
Galileo mismo, a pesar del apasionamiento puesto en la defensa, sabía que su obra tenía puntos
débiles y que la demostración del heliocentrismo no era apodíctica. En segundo lugar, Galileo, era
hijo de la Iglesia y pudo pronunciar su abjuración con recta conciencia, aun con el corazón en
tumulto25: después de todo, se trataba del pronunciamiento de un tribunal eclesiástico, y no de
una declaración Ex cathedra, y por tanto, no de un juicio infalible. Y esto lo sabía muy bien
Galileo, que también entendía de teología.

2.2.3. Los últimos días de Galileo


La condena a la cárcel era sólo formal, pues por su edad y la estima de que gozaba, no
entraba en consideración una reclusión. El Papa autorizó en seguida que permaneciera en el
palacio del Embajador del Duque de Toscana, donde tuvo plena libertad para recibir visitas.
Algún tiempo después, se le autorizó a trasladarse a Arcetri, cerca de Florencia. Todavía continuó
escribiendo e investigando, con plena libertad para recibir visitas, tanto de dignatarios
eclesiásticos como de «herejes» de ultrapuertos, como los ingleses John Milton o Thomas
Hobbes. Publicó sus Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuove scienze attenenti
alla meccanica, obra verdaderamente capital para la ciencia moderna. Galileo murió finalmente el
8 de enero de 1642, rodeado del afecto y la admiración de los suyos.

24
Galileo Galilei, Opere, edición de Antonio Favaro, 1890-1909 (reimpresión de la Edición Nacional: Florencia,
Barbèra, 1968), volumen XIX, p. 405.
25
Cf. BRANDMÜLLER, 115.

12
3. ¿Por qué pasó?

Queda aclarar la parte más difícil para nosotros. ¿Por qué se llegó a esa condena? En el
asunto Galileo hubo varios problemas que conviene separar cuidadosamente.

3.1. Problema personal


Hubo en primer lugar un problema personal. El carácter polémico, hiriente y poco
caballeresco con sus adversarios, granjeó desde el primer momento enemistades profundas a Galileo.
Galileo no siempre observó un comportamiento ético en su carrera científica: plagió, copió sin
citar fuentes, se enzarzó en disputas personales empleando un tono nada académico26. Incluso su
vida privada presenta aspectos poco edificantes, como el hecho de que tuviera varios hijos
naturales, o que impusiera la vida religiosa a algunas de sus hijas sin posibilidad de elección.
Galileo trató muy mal a sus adversarios, y éstos le pasaron factura. No vamos a rasgarnos las
vestiduras porque esto haya sucedido en la Roma papal del setecientos, cuando en nuestras
democracias actuales se ven intrigas y venganzas semejantes. No podemos olvidar tampoco las
envidias y otras pasiones puestas en juego. Un carácter más sereno hubiera seguramente evitado a
Galileo muchos problemas, quizá incluso le hubiera ahorrado el proceso.
Estos defectos personales, explican en parte el proceso. Pero no restan mérito alguno a su
contribución como científico. Más aún, aducir estos defectos de Galileo como defensa para tratar
de salvar la reputación de la Iglesia, sólo desacredita a quien los lleva a cabo, y a fin de cuentas,
no resuelven el meollo del problema, que no es de carácter personal. Galileo puede ser
considerado con razón el padre de la ciencia moderna independientemente de sus pecados de
juventud27.

26
En la polémica con el jesuita Grassi, Galileo anota en sus libros términos como ignorante, pedante, loco malvado,
estupidísimo, buey, mentiroso y engañador. En el Diálogo sobre los sistemas máximos, los improperios contra los que
no sostienen su teoría (Brahe, Kepler, Scheiner, los mejores astrónomos de su tiempo) fueron tales que no pasaron
inadvertidos al censor de la obra: «Lo strapazzo de gl’autori contrarii e di chi più si serve la Santa Chiesa [referido a
Scheiner]». I Documenti del Processo di Galileo Galiei, 108. Cf. nota 19.
27
Véase, por ejemplo, los capítulos, por lo demás muy interesantes, que dedica Vittorio Messori a Galileo en su libro
Leyendas negras de la Iglesia, Planeta Testimonio, Madrid, 1996.

13
3.2. Problema exegético
En segundo lugar, hubo un problema exegético, que fue el gran problema subyacente a la
controversia. Curiosamente, en este punto Galileo se mostró perspicaz, anticipando soluciones
que después serían propuestas por el Vaticano II. «Aunque la Escritura no puede errar —escribe
en la carta a Benedetto Castelli—, con todo podrían errar alguno de sus intérpretes y
expositores». Ambas, la Escritura y la naturaleza, proceden del Espíritu Santo, «aquélla como
dictado del Espíritu Santo y ésta como observantísima ejecutora de las órdenes de Dios»28. Por
tanto, no puede haber contradicción entre ambas. Cuando se presenta un contraste entre una
afirmación probada de las ciencias y una sentencia de la Escritura, habrá que revisar la
interpretación que hacen los teólogos. Galileo anticipaba cosas de las que habló el Concilio
Vaticano II, como la importancia del estudio de los géneros literarios, puesto que, tomadas al pie
de la letra algunas cosas, resultan falsedades, como que Dios tiene manos o se arrepiente. Y
también que el tipo de verdad que enseña la Escritura, es la verdad causa nostrae salutis, es decir,
las verdades de fe necesarias para la salvación del alma, y no cuestiones astronómicas. Galileo es
sorprendentemente moderno en su manera de abordar la Escritura.

3.3. Problema científico-epistemológico


En cambio es en el terreno científico, en concreto en la demostración del sistema
heliocéntrico, sus opositores superaron en parte a Galileo. Si los jueces de Galileo no
distinguieron entre una cosmología caduca y la fe, Galileo en cambio no supo distinguir entre el
análisis de los fenómenos naturales y la construcción teórica que da cuenta de ellos. Pensó que lo
que Copérnico proponía como teoría era sin más la realidad, atraído sin duda por la elegancia y la
armonía de dicha teoría. El Cardenal Belarmino, en cambio, parece distinguir estos dos planos
cuando afirma que «no es lo mismo demostrar que, supuesto que el sol esté en el centro y la tierra
en el cielo, se salvan las apariencias, que demostrar que en verdad el sol esté en el centro y la
tierra en el cielo; porque la primera demostración creo que puede hacerse, pero de la segunda
tengo grandísima duda». En otros términos, Belarmino sugería que el modelo copernicano ofrecía
notables ventajas desde el punto de vista predictivo, pero no tenía por qué ser una descripción fiel

28.
Edizione Nazionale delle Opere di Galileo Galilei, Ed. A.Favaro, Ristampa, G.Barbera, 1929, V.282.

14
de la realidad y, sobre todo, en el estadio actual de la física, no se veía cómo se podría demostrar
el movimiento de la Tierra en torno al Sol.
Galileo no fue capaz de percibir esto. El reproche constante de sus jueces fue que en sus
libros no lograba demostrar irrefutablemente el sistema copernicano. Muchos de sus argumentos
eran, sí, ataques al viejo sistema, pero no lograban probar el nuevo de manera concluyente. El
particular, Galileo se obstinó en dos argumentos. El primero fue las fases de Venus. Observando
Venus con el telescopio, Galileo observó que Venus presentaba fases en su órbita como la luna. En el
sistema tolemaico, Venus se movía sobre un deferente colocado entre la Tierra y el Sol, y por ello
presentaba siempre la misma cara. El descubrimiento de las fases refutaba, sí, el sistema tolemaico...
pero no lograba demostrar el sistema copernicano. Se trataba de un simple error de lógica. Las fases
de Venus se explicaban también en el sistema de Tycho Brahe, o podían tener otra explicación. El
segundo argumento por el que apostó Galileo como prueba irrefutable fueron las mareas, el flujo y
reflujo del mar, que él creyó debido a la combinación de los movimientos terrestres.
Con argumentos así no logró convencer a sus jueces, que no eran ignorantes de astronomía.
Galileo se enfrentaba al sentido común y a lo que se pensaba era el sentido literal de la Escritura.
Tuvo una intuición genial, propia de las grandes mentes. Pero una intuición, sin pruebas, no es
todavía ciencia. La demostración mecánica y óptica del movimiento de la tierra alrededor del sol
vino mucho tiempo después, cuando ya nadie se preocupaba de una vieja polémica. Cuando se
tuvo tal prueba, Benedicto XIV mandó retirar del Índice los libros de Copérnico y concedió sin
dificultad el imprimatur al Diálogo de Galileo
De ahí que algunas corrientes de epistemología hayan criticado muy duramente a Galileo. No
tanto por el hecho de haber cometido errores, que cualquier científico puede cometer, sino por haber
querido imponer su modelo a toda la comunidad científica. El juicio de P. Feyerabend, representante
del llamado «anarquismo epistemológico», es especialmente duro:

Galileo intentó invadir campos que no eran de su competencia, y campos en los que aún no existía
conocimiento experto alguno. Consideró lo que había descubierto como la verdad, y trató de
imponer esta verdad a otros. Belarmino, con modales más educados y con menos desprecio para
los que sostenían una opinión contraria, intentó hacer lo mismo. No podemos condenarlo por eso,
pues en su época no había métodos democráticos de juzgar asuntos acerca de lo verdadero y lo
opinable. Incluso, podemos elogiarlo, ya que la verdad que trató de imponer era más humana que

15
la de Galileo. La victoria de su verdad habría prevenido al mundo de las más indeseables
consecuencias del crecimiento de la ciencia y la tecnología29.
Esto ha llevado a algunos a proponer la teoría de las culpas cruzadas, como si en el Caso
Galileo se hubiese dado un trágico intercambio de papeles. El teólogo Belarmino demostró mayor
comprensión del método científico; Galileo, el científico, en cambio, avanzó intuiciones geniales
en el campo de la interpretación de la Escritura. Cada uno de ellos acertó,... en el campo que no
era el suyo.

3.4. Problema cultural


El problema principal en toda esta historia, fue sin embargo de orden cultural. La doctrina
copernicana se venía a sumar al ataque que desde distintos frentes se venía haciendo contra la
física aristotélica. Lo que estaba amenazado era, principalmente, una visión del mundo, lo que
Kuhn llamó un «paradigma»30. La controversia fue, pues, antes de tipo filosófico y cultural que
teológica. Esto se aprecia en los escritos de Galileo, el cual se queja de que los peripatéticos, —
así llama a los defensores del sistema aristotélico-tolemaico— en sus desesperados intentos de
defensa, han recurrido incluso a la Escritura. Es decir, que la contradicción con la Escritura no
fue el primer obstáculo de la nueva física, sino primero y principalmente un sistema que hacía
agua por todas partes. Así, dice Galileo:

... e per questo produssero varie cose, ed alcune scritture pubblicarono ripiene di vani discorsi, e,
quel che fu più grave errore, sparse di attestazioni delle Sacre Scritture, tolte da luoghi non ben da
loro intesi e lontano dal proposito addotti31.
Y más adelante
[...]e però diffidando ormai di difesa, mentre restassero nel campo filosofico; si son risoluti a
tentar di fare scudo alle fallacie de’ lor discorsi col manto di simulata religione e con l’autorità
delle Scritture Sacre, applicate da loro, con poca intelligenza, alla confutazione di ragioni nè intese
nè sentite. E prima, hanno per lor medesimi cercato di spargere concetto nell’universale, che tali
proposizioni siano contro alle Sacre Lettere, ed in consequenza dannade ed eretiche32.

29
PAUL K. FEYERABEND, «Galileo and the tyranny of truth», 159. El juicio de un autor tan poco sospechoso de hacer
apología como Ernst Bloch, es aún más duro: «Después que la relatividad del movimiento consta fuera de duda, un
sistema antiguo cristiano tiene pleno derecho a mantener la inmovilidad de la tierra en razón de la importancia humana y
a ordenar el mundo sobre la base de lo que acontece en la tierra». Das Prinzip Hoffnung, Frankfurt a.M. 1959. 920. En
RATZINGER, Wendezeit für Europa?, Johannes Verlag, Einsiedeln, 1991,70.
30.
T.S. KUHN, La estructura de las revoluciones científicas. FCE, Méjico.
31
GALILEO GALILEI, Lettera a Madama Cristina di Lorena, Granduchessa di Toscana, 1615. Edizione Nazionale delle
Opere di Galileo Galilei, Ed. A. Favaro. Ristampa, G. Barbera, Firenze, 1932. p. 309
32
ibid. 311.

16
En este pasaje, Galileo discute con los aristotélicos, no con los teólogos. Sólo que los
teólogos, con excepciones como el Cusano, eran mayoritariamente aristotélicos convencidos.
En definitiva, mientras que entre el sistema tolemaico y la Escritura no se veía
contradicción alguna, el sistema copernicano planteaba dificultades para interpretar algunos
pasajes, que con buena voluntad se hubieran podido resolver. El error de los jueces de Galileo
consistió en no saber distinguir entre una cosmología y la fe. Pero para operar esta distinción
habría que haber exigido a los jueces de Galileo que fueran capaces de desprenderse de sus
moldes culturales como uno se desprende de su propia piel. De ahí que el Card. Poupard comente
así lo que sucedió:

los jueces de Galileo, incapaces de separar la fe de una cosmología milenaria, creyeron,


erróneamente, que la adopción de la revolución copernicana, por lo demás aún no probada
definitivamente, podía echar por tierra la tradición católica, y que tenían el deber de prohibir su
enseñanza33.
Se trató pues de la incompatibilidad cultural, no científica ni dogmática, sino sólo
cultural, de integrar los nuevos datos de la investigación científica con la inerrancia de la Biblia.
Y es que el copernicanismo ponía el problema, entonces inédito, de la relatividad de las
conexiones culturales entre la fe religiosa y la concepción científica del universo34. Es un dato
que conviene tener en cuenta para evitar en el futuro otros dolorosos malentendidos, como señaló
el Papa en el discurso de la jornada Galileiana.

Conclusión

Llega el momento de delinear algunas conclusiones, o, al menos, de establecer algunos


puntos claros en la cuestión, que enumero a continuación.
1. Galileo no fue condenado como hereje en ningún momento. Se le aplicó una medida
disciplinaria en conexión con la condena del heliocentrismo. A su vez, el heliocentrismo o
copernicanismo no fue condenado como doctrina herética en cuanto tal, sino únicamente sobre la
suposición de que era incompatible con la Escritura. Desaparecida la aparente incompatibilidad con
la Escritura, desapareció la condena. No se trató nunca de un pronunciamiento infalible, aunque el

33
P. POUPARD, Discurso en la conclusión de los trabajos de la comisión pontificia, 31-10-1992, 5. L’O.R. Ed. semanal
en lengua española, 13-11-1992, pp.6-8.
34
P.POUPARD, La posizione attuale della Chiesa cattolica nei riguardi di Galileo. Conferenza al Convegno di Studi

17
tribunal estuviera presidido por el Papa. En la situación histórica del juicio se dejó deliberadamente
la puerta abierta a la demostración del punto en litigio.
2. Galileo fue un hombre profundamente creyente. Pecador, como muchos, sin excluir a sus
jueces. Y si es cierto que mantuvo actitudes que hoy día la comunidad científica reprobaría como
poco éticas, eso no resta un ápice a sus méritos científicos y a su genialidad. Fue además hijo de la
Iglesia, y no un librepensador. El mismo papa Pablo VI lo propuso como modelo de hombre
creyente, junto a Miguel Ángel y a Dante, ambos paisanos suyos35.
3. Por ello no puede hablarse de un enfrentamiento de Galileo con la Iglesia, puesto que tanto
Galileo como sus jueces eran miembros de la misma Iglesia. Fue un conflicto de un hijo de la Iglesia
frente a otros. El hecho de que el organismo que juzgó a Galileo fuera parte de la curia romana, no
modifica esta afirmación.
4. El caso Galileo representa un problema que sólo pudo darse en un contexto cristiano,
porque la ciencia experimental moderna sólo pudo darse precisamente en el contexto cultural
judeocristiano que tiene como base la Biblia. Históricamente ha sido así. Ninguna otra cultura, ni
siquiera la antigua Grecia, que alcanzó logros admirables en la matemática, ha producido algo
comparable a la ciencia moderna. Para que ésta surja, es necesaria la convicción de que el mundo es
racional, está impregnado de logos, y no de caos; que la materia es buena, y se comporta según
leyes estables, sin estar sujeta al capricho de espíritus o demonios; que esta inteligibilidad de la
naturaleza es posible captarla con el entendimiento humano, el cual puede llegar a conclusiones
verdaderas; Todas estos presupuestos, necesarios para que pueda nacer la ciencia moderna sólo
se pueden dar en un ambiente cristiano36. Galileo estaba convencido de ello, y sostenía que la
naturaleza era escritura de Dios, fiel ejecutora de sus decretos, en la cual era posible hallar un
conocimiento verdadero acerca del mundo.

dedicato a Galileo Galilei. Sarno, 26 marzo 1994, p. 5


35.
«Amate la fede di cotesta terra privilegiata e benedetta; la fede dei vostri santi, la fede degli spiriti magni, di cui ieri ed
oggi si è celebrata l’immortale memoria, Galileo, Michelangelo e Dante; la fede dei vostri padri», PABLO VI, Homilía en
el Congreso Eucarístico Nacional de Pisa, 10-6-1965. Insegnamenti di Paolo VI, III (1965) 336-342; 342. L.E.V.,
Vaticano, 1965. p. 342.
36
Cf. P.HODGSON, «L’origine chrétienne de la science moderne», en P.POUPARD (ed.), Après Galilée. Science et foi,
nouveau dialogue, Desclée, Paris 1994. 123-145. Esta es, en definitiva, la opinión de P. Duhem, el gran historiador de la
ciencia, opinión defendida con apasionamiento por Stanely Jacki en sus libros.

18
5. El conflicto surgió precisamente por la convicción compartida por Galileo y jueces de que
la verdad no puede contradecir a la verdad37. Este ha sido un principio católico constantemente
mantenido y afirmado por la Iglesia: que la verdad no puede contradecir a la verdad. En este
principio se funda el optimismo cristiano frente a la ciencia, pues la ciencia, si se apoya sobre
conclusiones ciertas, no podrá jamás estar en contradicción con lo que afirma la Escritura, ni
viceversa. Ciencia y fe son dos modos de conocimiento de la verdad, «las dos alas con las que el
entendimiento humano se remonta al conocimiento de la Verdad» (Fides et Ratio 1), diversos,
regidos cada uno por sus propias leyes, pero nunca en contradicción. En el discurso de la jornada
galileana, el Papa afirmaba solemnemente:

Existen dos campos del saber: el que tiene su fuente en la Revelación y el que la razón puede
descubrir con sus solas fuerzas. A este último pertenecen las ciencias experimentales y la filosofía.
La distinción entre los dos campos del saber no debe entenderse como una oposición38.
6. Galileo ha sido durante largos años símbolo de contradicción, de una «trágica y recíproca
incomprensión». El Galileo exegeta y creyente, puede convertirse, en el Milenio que empieza, en un
modelo de diálogo entre la ciencia y la fe. Galileo fue a la vez un creyente ante la ciencia de su
tiempo, y un científico ante la fe.

37
«Stante questo, ed essendo di più manifesto che due verità non posson mai contrariarsi... , è offizio de’ saggi
espositori affaticarsi per trovare i veri sensi de’luoghi sacri, concordanti con quelle conclusioni naturali delle quali prima
il senso manifesto o le dimostrazioni necessarie ci avesser resi certi e sicuri». GALILEO GALILEI, Lettera a Benedetto
Castelli, 21.12.1613. Edizione Nazionale delle Opere di Galileo Galilei, 281-288. Ed. A. Favaro. Ristampa, G. Barbera,
Firenze, 1932. p. 282.
38
JUAN PABLO II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 31-10-1992, n. 12. L’O.R. Ed. semanal en lengua
española, 13-11-1992, 6-8.

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