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LECTURAS COMPLEMENTARIAS

MAX SCHELER: LA MISIÓN DE LA ANTROPOLOGÍA

La misión de una antropología filosófica es mostrar exactamente cómo la


estructura fundamental del ser humano... explica todos los monopolios, todas la
funciones y obras específicas del hombre: el lenguaje, la conciencia moral, las
herramientas, las armas, las ideas de justicia y de injusticia, el Estado, la
administración, las funciones representativas de las artes, el mito, la religión y
la ciencia, la historicidad y la sociabilidad. [...]

Cuando el hombre se ha colocado fuera de la naturaleza y ha hecho de


ella su objeto -y ello pertenece a la esencia misma del hombre y es el acto
mismo de su humanización- se vuele en torno suyo estremeciéndose, por
decirlo así, y pregunta: ¿Dónde estoy yo mismo? ¿Cuál es mi puesto? [...] En
esta vuelta en torno suyo, el hombre hunde su vista en la nada, por decirlo así.
Descubre en esta mirada la posibilidad de la «nada absoluta»; y esto le impulsa
a seguir preguntando: «¿Por qué hay un mundo?» ¿Por qué y cómo existo
«yo»?
_________________________________________________
El puesto del hombre en el Cosmos, Losada, S.A., Buenos Aires 1971, 9ª ed.,
p.108-109.

MAX SCHELER: ANFIBOLOGÍA DEL TÉRMINO «HOMBRE»

Si se pregunta a un europeo culto lo que piensa al oír la palabra hombre,


casi siempre empezarán a rivalizar en su cabeza tres círculos de ideas,
totalmente inconciliables entre sí. Primero, el círculo de ideas de la tradición
judeocristiana: Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída. Segundo, el
círculo de ideas de la antigüedad clásica; aquí la conciencia que el hombre
tiene de sí mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su
posición singular mediante la tesis de que el hombre es hombre porque posee
«razón», logos, fronesis, ratio, mens, etc., donde logos significa tanto la palabra
como la facultad de apresar el «qué» de todas las cosas. Con esta concepción
se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por fondo
una «razón» sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre
entre todos los seres. El tercer círculo de ideas es el círculo de las ideas
forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y por la psicología genética y
que se han hecho tradicionales también hace mucho tiempo; según estas
ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del
planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino
animal por el grado de complicación con que se combinarían en él energía y
facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana. Esos tres círculos
de ideas carecen entre sí de toda unidad. Poseemos, pues, una antropología
científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero
no poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre
creciente de ciencias especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia
de éste mucho más de lo que la iluminan, por valiosas que sean. [...] en
ninguna época de la historia ha resultado el hombre tan problemático para si
mismo como en la actualidad. Por eso me he propuesto el ensayo de una
nueva antropología filosófica sobre la más amplia base. En lo que sigue
quisiera dilucidar tan sólo algunos puntos concernientes a la esencia del
hombre, en su relación con el animal y con la planta, y al singular puesto
metafísico del hombre -apuntando una pequeña parte de los resultados a que
he llegado.

Ya el término y el concepto de hombre encierran una pérfida anfibología,


sin aclarar la cual ni siquiera se puede acometer la cuestión del singular puesto
del hombre. La palabra hombre indica en primer lugar los caracteres
morfológicos distintivos que posee el hombre como subgrupo de los
vertebrados y de los mamíferos. Es claro que -cualquiera que sea el resultado
que ofrezca este modo de formar el concepto de hombre el ser vivo llamado
hombre, no sólo está subordinado al concepto de animal, sino constituye
también una provincia relativamente muy pequeña del reino animal. [...] Mas
prescindiendo por completo de semejante concepto, que junta en la unidad del
hombre la marcha erecta, la transformación de la columna vertebral, el
equilibrio del cráneo, el potente desarrollo cerebral del hombre y las
transformaciones orgánicas que la marcha erecta tuvo por consecuencia (como
la mano de pulgar oponible, el retroceso de la mandíbula y de los dientes, etc.),
la misma palabra «hombre» designa en el lenguaje corriente y en todos los
pueblos cultos, algo tan totalmente distinto, que apenas se encontrará otra voz
del lenguaje humano en que se dé análoga anfibología. La palabra hombre
designa, en efecto, asimismo un conjunto de cosas que se oponen del modo
más riguroso al concepto de «animal en general» y, por lo tanto, también a
todos los mamíferos y vertebrados [...]. Es claro que este segundo concepto del
hombre ha de tener un sentido y un origen completamente distintos del
primero, que designa sólo un rincón muy pequeño de la rama de los
vertebrados. Llamaré a este segundo concepto el concepto esencial del
hombre, en oposición a aquel primer concepto sistemático natural. El tema de
nuestra conferencia es: si ese segundo concepto, que concede al hombre
como tal un puesto singular, incomparable con el puesto que ocupan las demás
especies vivas, tiene alguna base legítima.
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El puesto del hombre en el Cosmos, Losada, S.A.., Buenos Aires 1971, 9ª ed.,
p.23-26.

MARX: EL TRABAJO DIFERENCIA EL HOMBRE DE LOS ANIMALES

La primera premisa de toda historia humana es, naturalmente Ia


existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho
comprobable es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y,
como consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de la naturaleza.
No podemos entrar a examinar aquí, naturalmente, ni la contextura física de los
hombres mismos ni las condiciones naturales con que los hombres se
encuentran: las geológicas, las oro-hidrográficas, las climáticas y las de otro
tipo. Toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos fundamentos
naturales y de la modificación que experimentan en el curso de la historia por la
acción de los hombres.
Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la
religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los
animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida,
paso éste que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir
sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.

El modo como los hombres producen sus medios de vida depende, ante
todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y
que se trata de reproducir. Este modo de producción no debe considerarse
solamente en cuanto es la reproducción de la existencia física de los
individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos
individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo
de vida de los mismos. Tal y como los individuos manifiestan su vida, así son.
Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que
producen como con el modo cómo producen. Lo que los individuos son
depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.

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La ideología alemana, Grijalbo, Barcelona 1970, p. 19-20.

MARX: EL TRABAJO COMO PROYECTO.

El trabajo es en primer término, un proceso entre la naturaleza y el


hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia
acción su intercambio de materias con la naturaleza. En este proceso, el
hombre se enfrenta como un poder natural con la materia de la naturaleza.
Pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y
las piernas, la cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse, bajo una forma
útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que
de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma
su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y
sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina. Aquí, no vamos a
ocuparnos, pues no nos interesan, de las primeras formas de trabajo, formas
instintivas y de tipo animal. Detrás de la fase en que el obrero se presenta en el
mercado de mercancías como vendedor de su propia fuerza de trabajo,
aparece, en un fondo prehistórico, la fase en que el trabajo humano no se ha
desprendido aún de su primera forma instintiva. Aquí, partimos del supuesto del
trabajo plasmado ya bajo una forma en la que pertenece exclusivamente al
hombre. Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del
tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por
su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor
maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de
que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del
proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso
existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia
ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda
la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe
que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene
necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye
un acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los
órganos que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a
que llamamos atención, atención que deberá ser tanto más reconcentrada
cuanto menos atractivo sea el trabajo, por su carácter o por su ejecución, para
quien lo realiza, es decir, cuanto menos disfrute de él el obrero como de un
juego de sus fuerzas físicas y espirituales.
__________________________________________________
El Capital, F.C.E., México, Vol. 1, 1973, p.130-131.

ARNOLD GEHLEN: EL HOMBRE COMO SER CARENCIAL

Hace ya mucho tiempo, se observó que el hombre considerado


morfológicamente constituye, por así decirlo, un caso excepcional. En los
demás casos, los progresos de la naturaleza consisten en la especialización
orgánica de sus especies, o sea, en la formación de adaptaciones naturales,
cada vez más eficaces, a determinados ambientes. Gracias a su constitución
específica, un organismo animal «se mantiene» en una multitud de condiciones
a las cuales está «ajustado» sin que vayamos a preguntar aquí cómo se
produjo esta armonía. Ahora bien, si se considera al ser humano teóricamente,
adviértense algunas características que enumeraremos.

1. Está «orgánicamente desvalido», sin armas naturales, sin órganos de


ataque, defensa o huida, con sentidos de una eficacia no muy significativa; los
órganos especializados de los animales superan con creces cada uno de
nuestros sentidos. No está revestido de pelaje ni preparado para la intemperie,
y ni siquiera muchos siglos de auto observación le han aclarado si en verdad
posee instintos, y cuales son. Esto se comprobó hace mucho tiempo; lo
señalaron tanto Herder (1772) como Kant (1784). [...] Esta «retardación», a la
cual le debe el hombre un exterior como quien dice embrionario, es un
elemento aclaratorio sumamente valioso, porque permite comprender también
otras propiedades humanas, sobre todo el período desproporcionadamente
largo de desarrollo, la prolongada etapa de desvalimiento del niño, la tardía
maduración sexual, etc. Todas estas características se engloban bajo el
concepto de «falta de especialización», que justifica el describir y comparar al
hombre en oposición al animal. [...]

2. Adondequiera que miremos, vemos al ser humano propagado por


toda la tierra y sojuzgando cada vez más la naturaleza, a pesar de su
desvalimiento físico. No es posible indicar un «ambiente», una suma de
condiciones naturales y originarias indispensables para que el hombre pueda
vivir, sino que lo vemos «conservarse» en todas partes: en el polo y en el
ecuador, en el agua y en la tierra, en el bosque, en el pantano, la montaña y la
estepa. Vive como «ser cultural», es decir, de los productos de su actividad
previsora, planificada y mancomunada, que le permite procurarse,
transformando previsora y activamente, conjuntos muy diversos de condiciones
naturales. De ahí que se pueda llamar esfera cultural a la respectiva suma de
condiciones iniciales modificadas por su actividad, en las cuales sólo el hombre
vive y puede vivir. Por eso, algunas técnicas de obtención y elaboración de
alimentos; algunas armas, actividades y medidas comunes organizadas para
protegerse de enemigos, de la intemperie, etc., forman parte del haber cultural
aún de las civilizaciones más rudimentarias, y en rigor no hay hombres
propiamente «primitivos», esto es, sin ningún grado de cultura.

Los productos de esta actividad planificada y transformadora, incluidos


los respectivos materiales y recursos intelectuales -ideas, imágenes-, deben
contarse entre las condiciones de vida físicas del hombre, enunciado que no
rige para ningún animal. Las construcciones del castor, los nidos de las aves,
etc., nunca están planificadas de antemano, sino que resultan de actividades
puramente instintivas. De ahí que llamar al hombre Prometeo tenga un sentido
exacto y razonable. [...]

Así pues, el hombre es un «ser carencial» orgánicamente (Herder), no


apto para vivir en ningún ambiente natural, de modo que debe empezar por
fabricarse una segunda naturaleza, un mundo substitutivo elaborado y
adaptado artificialmente que compense su deficiente equipamiento orgánico.
Esto es lo que hace dondequiera que lo vemos. Vive, como quien dice, en una
naturaleza artificialmente convertida por él en inofensiva, manejable y útil a su
vida, que es justamente la esfera cultural. También se puede decir que él se ve
biológicamente obligado a dominar la naturaleza.
_____________________________________________
Antropología filosófica, Paidós, Barcelona 1993, p.63-66.

HENRI BERGSON: EL HOMBRE COMO HOMO FABER

¿A qué tiempo hacemos remontar la aparición del hombre sobre la


tierra? Indudablemente, a aquel en que se fabricaron las primeras armas, los
primeros útiles. [...] Veremos que al lado de muchos actos explicables por la
imitación, o por la asociación automática de imágenes, los hay que no
dudamos en declarar inteligentes; figuran en primera línea los que testimonian
un pensamiento de fabricación, ya porque el animal llegue a fabricar él mismo
un basto instrumento ya porque utilice en su provecho un instrumento fabricado
por el hombre. [...] Sin duda, hay inteligencia allí donde hay también inferencia;
pero la inferencia, que consiste en una flexión de la experiencia pasada en el
sentido de la experiencia presente, es ya un comienzo de invención. La
invención se hace completa cuando se materializa en un instrumento fabricado.
A esto tiende la inteligencia de los animales como a un ideal. Y si, de ordinario,
no alcanza a fabricar objetos artificiales y a servirse de ellos, se prepara en
este sentido por las variaciones mismas que ejecuta sobre los instintos que le
son suministrados por la naturaleza. En lo que se refiere a la inteligencia
humana, no se ha hecho notar lo bastante que la invención mecánica ha sido
su paso esencial y que todavía hoy nuestra vida social gravita en torno a la
fabricación y utilización de instrumentos artificiales que las invenciones que
jalonan la ruta del progreso han trazado también su dirección. Tenemos
dificultades en darnos cuenta de ello, porque las modificaciones de la
humanidad retrasan de ordinario las transformaciones de sus útiles. Nuestros
hábitos individuales e incluso sociales sobreviven mucho tiempo a las
circunstancias para las que estaban hechos, de suerte que los efectos
profundos de una invención se dejan ver cuando hemos perdido ya de vista la
novedad. Ha pasado un siglo desde el invento de la máquina de vapor y aún
comenzamos a experimentar la sacudida que nos ha producido. La revolución
que ha operado en la industria ha alterado las relaciones entre los hombres.
Surgen nuevas ideas y sentimientos nuevos están a punto de nacer. Dentro de
miles de años, cuando la perspectiva del pasado no se perciba sino en grandes
líneas, nuestras guerras y nuestras revoluciones contarán poco, suponiendo
que exista el recuerdo de ellas; pero de la máquina de vapor, con su cortejo de
invenciones de todo género, se hablará quizá como se habla del bronce o de la
piedra tallada; servirá para definir una edad. Si pudiésemos prescindir de
nuestro orgullo, si para definir nuestra especie nos atuviésemos estrictamente a
lo que la historia y la prehistoria nos presentan como característica constante
del hombre y de la inteligencia, no hablaríamos del hombre como homo
sapiens, sino como homo faber. En definitiva, la inteligencia, considerada en lo
que parece ser su marcha original, es la facultad de fabricar instrumentos
artificiales, en particular útiles para hacer útiles, y variar indefinidamente su
fabricación.
__________________________________________________
La evolución creadora, En Obras escogidas, Aguilar, México 1963. p. 557-558.
Traducción de José Antonio Miguez, (p. 602-605 de las Oeuvres, PUF, París
1959).

ERNST CASSIRER: EL HOMBRE COMO ANIMAL SIMBÓLICO

En el mundo humano encontramos una característica nueva que parece


constituir la marca distintiva de la vida del hombre. Su círculo funcional no sólo
se ha ampliado cuantitativamente, sino que ha sufrido también un cambio
cualitativa. El hombre, como si dijéramos, ha descubierto un nuevo método
para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el efector, que se
encuentran en todas las especies animales, hallamos en él como eslabón
intermedio algo que podemos señalar como sistema «simbólico».

Esta nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana.


Comparado con los demás animales el hombre no sólo vive en una realidad
más amplia sino, por decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad. Existe
una diferencia innegable entre las reacciones orgánicas y las respuestas
humanas. En el caso primero, una respuesta directa e inmediata sigue al
estímulo externo, en el segundo la respuesta es demorada, es interrumpida y
retardada por un proceso lento y complicado de pensamiento. [...] ...El hombre
... ya no vive solamente en un puro universo físico, sino en universo simbólico.
El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo,
forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de
la especie humana. Todo progreso en pensamiento y experiencia afina y
refuerza esta red. El hombre no puede ya enfrentarse con la realidad de un
modo inmediato; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara. ... (El hombre)
en lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido conversa
constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en
imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que
no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio
artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica.
Tampoco en esta vive en un mundo de crudos hechos o a tenor de sus
necesidades y deseos inmediatos. Vive, más bien, en medio de emociones y
esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus
fantasías y sus sueños. [...]

Desde el punto de vista al que acabamos de llegar podemos corregir y


ampliar la definición clásica de hombre. A pesar de todos los esfuerzos del
irracionalismo moderno, la definición del hombre como animal racional no ha
perdido su fuerza. (pero) la razón es un término verdaderamente inadecuado
para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y
diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en
lugar de definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un
animal simbólico. De este modo podemos designar su diferencia específica y
podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el camino de la
civilización.
________________________________________
Antropología filosófica, F.C.E., México 1974, p.47-49.

ARISTÓTELES: EL HOMBRE COMO ANIMAL RACIONAL Y COMO ANIMAL


POLÍTICO

Se admite que hay tres cosas por las que los hombres se hacen buenos
y virtuosos, y esas tres cosas son la naturaleza, el hábito y la razón. [...] Los
otros animales viven primordialmente por acción de la naturaleza, si bien
algunos en un grado muy pequeño, son también llevados por los hábitos; el
hombre, en cambio, vive también por acción de la razón, ya que es el único
entre los animales que posee razón; de manera que en él estas tres cosas
deben guardar armonía recíproca entre sí; los hombres, en efecto, obran con
frecuencia de manera contraria a los hábitos que han adquirido y a su
naturaleza a causa de su razón, si están convencidos de que algún otro camino
de acción les es preferible.
_________________________________________________
Política, VII,12,1332 -b.

[...] Es evidente que la ciudad-estado es una cosa natural y que el


hombre es por naturaleza un animal político o social; y un hombre que por
naturaleza y no meramente por el azar, apolítico o insociable, o bien es inferior
en la escala de la humanidad, o bien está por encima de ella [...] y la razón por
la cual el hombre es un animal político en mayor grado que cualquier abeja o
cualquier animal gregario es algo evidente. La naturaleza, efecto, según
decimos, no hace nada sin un fin determinado, y el hombre es el único entre los
animales que posee el don del lenguaje. La simple voz, es verdad, puede
indicar pena y placer y, por tanto, la poseen también los demás animales [...],
pero el lenguaje tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo y, por
consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que es particular propiedad del
hombre, que lo distingue de los demás animales, al ser el único que tiene la
percepción del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto y de las demás
cualidades morales, y es la comunidad y participación en estas cosas lo que
hace una familia y una ciudad-estado.
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Política, I, 1, 1253.
THOMAS HOBBES: EL HOMBRE NO ES UN ANIMAL POLÍTICO POR
NATURALEZA

La mayor parte de los que han escrito sobre las repúblicas suponen que
el hombre es un animal político, nacido con una cierta disposición natural a la
sociedad. Pero si consideramos más de cerca las causas por las cuales los
hombres se reúnen en sociedad, pronto aparecerá que esto no sucede sino
accidentalmente y no por una disposición especial de la naturaleza.
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De cive, I,1,2.

Hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de


discordia: primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.
La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la
segunda para lograr seguridad; la tercera para ganar reputación. [...] Con todo
ello es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder
común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se
denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos.
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Antología: Del ciudadano. Leviatán, Tecnos, Madrid 1965, p. 136-9.

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