You are on page 1of 46

Aunque hayan transcurrido apenas unos días, lejanas parecen ya las

salvas de cohetes, los vivas y alegrías, las salves y plegarias que este pueblo

proclamara ante la misma Madre de Dios, nuestra excelsa Patrona, henchida

de gloria y honor por un pueblo que le ha rezado, venerado y alabado de mil

maneras, pero que hoy, aunque todavía la veneramos como Gloriosa Patrona

de la Hispanidad, en este mes de octubre tan peculiar que nos confunde de

equinoccio al transportarnos al tiempo floreciente y siempre anhelado de

Cuaresma y Semana Santa gracias a las Conmemoraciones que celebran mis

dos hermandades visueñas, hoy volvemos a ver a María prendida de dolor; la

misma Madre de Dios que lo acunara en su regazo, pronto volverá a

presentarse en nuestras calles con el Cordero Sacrificado entre sus brazos, la

Virgen de la Piedad

rota por el sinsentido,

palidez de porcelana,

tibia rosa sevillana

y trono de Amor rendido.

En su corazón partido

transido de aquella suerte

al sentir el cuerpo inerte,

guarda un soplo de esperanza

sabiendo que todo alcanza

Jesús en su Buena Muerte.


Es la Madre de la Piedad que sostiene al Hijo en el tránsito de su Buena

Muerte, la Misma Virgen María que ve traspasado su corazón por siete

puñales de Dolor cuando ve a su Hijo, el que entrara triunfante en Jerusalén,

Cautivo después, Nazareno con la Cruz a cuestas y, finalmente, muerto en la

Cruz, en la Verdadera Cruz en la que se entregó por Amor.

Por eso, a través de sendas conmemoraciones de dos Hermandades que

saben conjugar la Pasión y la celebración sin perder un ápice de su esencia

penitencial, los cofrades vamos a volver a vivir el tiempo siempre soñado, los

días que transcurren más en las vísperas que en sus propias horas, las

jornadas que marcan el calendario y la esencia de nuestras Hermandades: la

Semana Santa siempre anhelada, ahora transportada a este Octubre

inverosímil en nuestro pueblo.

Nuestra Hermandad conmemora, en solemne Acción de Gracias, el

Cincuentenario de la venida a la misma, y a El Viso, de la imagen del

Santísimo Cristo del Amor, llegada casi veinte años antes anunciada cuando

la Cofradía lo acoge como Sagrado Titular. Una celebración que culminará

con los Cultos conmemorativos y con la salida extraordinaria que ya empieza

a confundir nuestros sentidos trayendo a estos días las tareas, los aromas, las

músicas, la palabra, … las luces y las sombras de las mágicas jornadas de

Cuaresma.

Y considerando este ambiente fascinante que ya embarga a muchos,

pido que por un momento seamos capaces de soltar el liviano lastre de los

sentidos, que olvidemos las anheladas sensaciones del cofrade y nos dejemos
llevar por la afable corriente del silencio de las aguas tranquilas; que sobre

este espléndido escenario, caiga el telón de fondo de la tarde del Viernes

Santo. Que su silencio nos envuelva como lo hace la nube de incienso que, a la

caída de esa tarde, vela los tonos escarlatas del encendido cielo alcoreño

cuando el sol lo abandona para volver a abrazarlo con más fuerza cada día.

Os ruego que os dejéis conquistar por el silencio más penetrante, el

mismo que cubre el vientre fértil de la vega milenaria cuando se contempla

desde el otero de la lonja; el silencio del que sólo los sabios son dueños, el

mismo silencio que da brillo a la música y valor a las palabras más sensatas.

Y, si para ello fuera preciso, pido que cesen el ulular de los palomos y el

revoloteo de las alondras que rasgan el cielo visueño; que callen las fuentes,

los manantiales y los veneros, arterias de vida nueva en los fértiles alcores,

que cese el gorgoteo del agua en las besanas de la huerta feraz; que

enmudezca el soplo del viento furtivo que pocas veces falta a su cita con el

inquieto Doloroso cuando se dirige a los Oficios del Viernes Santo.

Que mitigue su florido discurso la Naturaleza exultante de la primavera,

la que hace estallar el azahar que anuncia la Semana Mayor y perfuma el palio

de la Dolorosa, la que cubre nuestros campos con su delantal de flores y hace

de esta tierra la más hermosa del mundo; la misma Naturaleza que pronto

empezará a desnudar sus carnes, despojándolas de su dorada cobertura.

Ruego silencio a la tierra, al agua, al fuego y al viento; y a vosotros,

cofrades visueños, dueños de la palabra en tertulias, charlas y encuentros en


los mágicos días de vísperas que ocupan la Cuaresma siempre deseada,

diálogos donde se abocetan las líneas de futuro y los proyectos de nuestras

Hermandades; que callen los Cabildos, las reuniones, los corrillos en las

puertas de los templos en días de cultos, las charlas que aliñan los ensayos de

las cuadrillas de costaleros, los rumores, las grandes verdades y las pequeñas

mentiras.

Que se agote el crepitar nervioso de la cera que dibuja el mapa de la

Semana Santa en las calles de El Viso; que cese el racheo de las cuadrillas de

costaleros, que se apaguen las voces de mando de los capataces, que

enmudezcan las cornetas y tambores, que el silencio empañe los

pentagramas, que callen los coros, capillas y bandas musicales… que cese el

vibrar de las flores en los entrevarales de los palios, que se agote el balanceo

de las caídas y las bambalinas, el tintinear de los faroles y candelabros de cola,

… que nada os distraiga del silencio.

Quiero hoy aquí ese silencio sabio, sobrio y elegante. Y lo pido porque,

como dijo el poeta

Así como del fondo de la música

brota una nota

que mientras vibra crece y se adelgaza

hasta que en otra música enmudece,

brota del fondo del silencio


otro silencio, aguda torre, espada,

y sube y crece y nos suspende

y mientras sube caen

recuerdos, esperanzas,

las pequeñas mentiras y las grandes,

y queremos gritar y en la garganta

se desvanece el grito:

desembocamos al silencio

en donde los silencios enmudecen.

Y ese silencio donde los demás enmudecen es el silencio de los pregones

que hoy pudieron ser y no han sido. Pregones que, desde luego, podrían

imponerse imperialmente ante este pregonero que lo es, no por reunir más

méritos que otros, sino por simple designación de la Comisión de mi

Hermandad, a la que agradezco su atrevimiento.

Pregones que pudieron ser y no han sido; pregones que quiero que estén

aquí presentes, en medio de estas palabras que ojala, y así le pido a mi Cristo

del Amor, no envilezcan tan grande ocasión y tan alta responsabilidad, pues

quiero que éste sea el pregón, no de este veterano aprendiz de cofrade, sino el

de toda tu Hermandad aquí reunida.

Pregones que están en la memoria colectiva de la Hermandad y en la de

cada uno de sus Hermanos y devotos, porque del corazón salieron y esa

semilla siempre cae en buena tierra. Pregones que suenan perennes y se


escuchan entre los muros de esta Iglesia, en cualquier rincón de nuestra Casa

Hermandad, o en muchas casas de El Viso; pregones que permanecen

rectamente escritos en los renglones torcidos de nuestras calles, en la propia

calle Amargura, en el Calvario, en medio del gentío de la calle “los cerros”, o

entre los naranjos de la recoleta calle Real.

Pregones que podrían haber sido proclamados este y cualquier otro día.

¡cuántos pregones, Cristo del Amor, se han divulgado en tu honor en el seno

de tu Hermandad o en este pueblo! ¡cuántos trabajos, cuántos desvelos,

cuánta devoción amontonada entre los empinados cerros alcoreños a lo largo

de estos cincuenta años!

Porque no otra cosa sino los más sentidos pregones de exaltación han

sido todos los esfuerzos de esta Hermandad y de nuestra gente, por tenerte

entre nosotros primero, y por establecer y acrecentar la devoción que hoy

tantos te profesamos, Señor.

Son, y hubieran sido los mejores pregones este día; sinceros, humildes y

callados la mar de las veces, pregones que nunca buscaron el aplauso forzado

ni la gratuita complacencia, sino que permanecen escritos con letras de oro en

la memoria colectiva de esta Hermandad para dar cada día sentido a la

esencia misma del Cofrade: su devoción y compromiso.

Tantos y tantos pregones podrían proclamarse entre estos muros;

verdades que sonarían como la más afinada polifonía que cantase tus glorias y

penase por tu Pasión. El canto y el llanto, porque como dijera Cernuda,


“Andalucía es una tierra que llora mientra canta”.

Han sido tantas las voces hechas alabanza, tantas las músicas hechas

trabajo, ruegos y consuelo,... y en medio una única partitura, un sólo motivo:

Tú, Cristo del Amor, dando sentido, luz y guía, a los sueños, anhelos,

esperanzas e ilusiones, de tantos cofrades dolorosos que, desde antes incluso

de tu presencia hecha imagen entre nosotros, te entregaron lo mejor de sí

mismos.

Pregones que están hoy aquí en la mente de todos; historias que se

escapan por la puerta trasera del corazón, llamando a todos los sentidos, y

que se escurren entre estos muros como si buscasen posarse ante tus Benditos

piés, igual que si fuesen los rojos claveles del antiguo monte de tu primer

paso, uno a uno, clavel a clavel pinchados sobre la seca enea, cada cual

distinto pero todos iguales para formar juntos el celestial suelo, que teñido de

rojo por tu Preciosísima Sangre derramada en la Cruz, te eleva sobre el

mundo en tu Pasión victoriosa.

Pregones soñados, pregones cantados, mudos pregones, sin palabras, y

otros con los más bellos versos que ofrecerte pudieran; pregones hechos con

las manos, con los pies, con el alma o la conciencia, o con el sudor de la

frente; sin premuras, con paciencia; pregones de tu Hermandad, de tu gente,

de las Juntas de Gobierno, de los nazarenos, capataces y costaleros, de

quienes modelaron o cuidaron tu imagen, de quienes dulcemente te cantan

en los cultos o de quienes lo hacen en la calle con las más desgarradas y

hondas saetas. Pregones hechos besos sobre tus pies, húmedos pregones que
se escapan de los ojos que se rinden ante tu imponente figura un Viernes

Santo, pregones del Amor y el Dolor, los pregones de tu Hermandad.

Hoy yo quisiera Señor

que la voz que te cantara

no fuera sólo la mía

aunque así lo aparentara.

Cualquier cosa que te diga,

antes ya ha sido contada;

cualquier verso que te cante,

mejores voces cantaran;

y por mucho que yo quiera

escribir esta proclama

con decisión y osadía

se que mejores palabras

te dedican cada día

quienes a tu Cruz abrazan,

o aquellos que en cincuenta años

de devoción continuada

tan gran esfuerzo y trabajo

en tu nombre dedicaran.
Hoy yo quisiera Señor

que sólo el silencio hablara,

que no puede haber mejor

música en un pentagrama.

Hoy yo quisiera Señor

que brotara la palabra

y te hablara sin temor

de lo que sienten sus almas,

para decir con fervor

en esta hermosa mañana

desde la vega al alcor

cuanto siente la Hermandad

a su Cristo del Amor.

Porque ¡qué mejores pregones pueda haber que la propia historia de

esta Hermandad afanada en torno a tu devoción! ¡Qué mejores pregoneros

pudiera haber que no fueran todos aquellos que han gastado su tiempo y sus

desvelos amparados en tu Amor eterno!

Hoy el pregón se escribe solo, brota como el agua de fuentes serenas,

rememorando la historia de la Hermandad en estos cincuenta años y

recordando los hechos de quienes la hicieron posible.

Una historia rica en acontecimientos, con momentos dulces y otros

trágicos; historia viva representada por muchos actores, unos que fueron
pasando, y otros que siempre estuvieron, y siguen estando en la palestra; una

historia que de ninguna manera puede entenderse sin la Presencia central de

tu Amor, entregado en la Pasión de la Cruz, o bien en el Sagrado Misterio de

la Eucaristía, ni tampoco sin la pena por el Dolor de tu Madre, esencia pura

del sentimiento de la propia Hermandad.

Y aunque la historia de la Hermandad sea densa y fecunda, no

podríamos hoy dejar de evocar algunos de los hitos que la ilustran con

especial brillantez, ni tampoco podríamos extraviar la mención de algunos de

sus protagonistas. Cualquiera de ellos ha dejado escrito su pregón, yaciendo

impreso con caracteres áureos en la crónica de la Hermandad.

Por eso quiero que el silencio nos devuelva, con suave brisa, el que fuera

profético pregón del Hermano Mayor Camilo León Guerrero, de Manuel

Campillo, Miguel López y demás miembros de la Junta de Gobierno allá por

1944, cuando deciden incorporar como Titular a un Cristo del Amor todavía

sin imagen de culto, pregón que quedó grabado para siempre con la maestría

caligráfica de mi tío-abuelo Manuel León Cordones en el libro de actas de la

Hermandad. Pregón de la prudencia y la cordura, que supo centrarse en las

ideas principales, el culto y la devoción, y no dejarse seducir por la premura

vana que les habría conducido a adquirir cualquier imagen. Ya por aquel

entonces, y por eso tenemos que rememorar nuestra historia, en esta

Hermandad no valía cualquier cosa.

¡Que se oigan las voces añoradas de aquellos primeros pregoneros del

Cristo del Amor! Fueron nuestros profetas en tu devoción; sus ideas, sus
formas, su estilo, su constancia y su probada fe tienen que ser, por siempre, el

camino en la construcción de la Hermandad y su faro en los momentos

difíciles.

Todos los anhelos de aquellos precursores tendrían que cumplirse y

terminaron por hacerlo años después, en 1960, cuando la Hermandad

gobernada por el entrañable, y nunca bien ponderado, Salvador Jiménez

Sánchez Barbudo, que lo hiciera acompañado por puntales tan sólidos como,

entre otros, Rafael Belloso, Diego Vergara, y especialmente nuestro Hermano

Ejemplar Ricardo Jiménez Palacios, consiguieron, tras arduas gestiones ante

las autoridades eclesiásticas y la Parroquia de San Andrés de Sevilla, que la

imagen del Cristo del Amor, hasta entonces en la Iglesia de San Martín, fuese

cedida a nuestra Hermandad. La Imagen, porque la advocación ya

proféticamente estaba en la Hermandad. ¡qué no podrían decirle ellos, que lo

conocieron en penumbras y arrinconado, cuando lo viesen ahora en su altar

bien cuidado o en el apogeo penitencial del Viernes Santo! ¿Acaso no sigue

siendo Ricardo la memoria viva de la Hermandad, y su más fiel escudero? Tu

pregón Ricardo, igual que podría serlo el de aquellos que te acompañaron, no

por callado es menos conocido entre los presentes; tu ejemplo es la mejor

prosa, tu entrega y constancia, las mejores rimas; tu constante afán de

superación y el cuidado con que tratas las cosas de tu Hermandad la mejor y

más sabia voz con la que alguien cantar pudiese al Señor.

Y a partir de entonces continuó ya para siempre la historia de la


Hermandad, marcada definitivamente por el sesgo de tu Amor y amparada en

la intercesión de tu Bendita Madre, la que llora tus Dolores en expresión

inigualable y es Reina del Sagrario, Concebida sin mancha en su Purísimo Ser.

La casa del recordado Manolo Guerrero fue tu primer altar en El Viso;

volviste a nacer entre nosotros en la casa de un carpintero, todo en torno a Ti

volvía a cobrar sentido. Y allí recibirías los primeros gestos de veneración, en

un lugar humilde y ancestral de nuestro pueblo, allí acudirían nuestros

hermanos rememorando la adoración de los pastores en Belén. ¡cuántas

oraciones no te ofrecería Manolo! ¡qué pregón no se proclamaría esa noche en

forma de rezos, bendiciones, jaculatorias, invocaciones o plegarías, … que de

todo habría conociendo a Manolo,... quién levantó también tu primer altar ya

en la Iglesia, restauró y adecuó tu primer paso, y quién tantas veces, hasta que

dejase este mundo, te acompañó en los Cultos oficiando de sacristán con su

peculiar estilo y queriendo guiar, cómo si acaso hiciera falta, a tu otro

servidor, el eterno Campanero de esta iglesia!

Y rápidamente, tu Imagen sería expuesta al Culto en la Iglesia, en la

Capilla de la Virgen del Carmen primero, y finalmente, diez años más tarde,

en la que todos reconocemos como tu Capilla, posiblemente el lugar más

antiguo de la Iglesia, conservado gracias al empeño de D. Francisco Peláez y

lleno de sentido para siempre con el Amor de tu presencia, cercano al Dolor

de tu Madre, tal como decía aquella bellísima décima que hoy inspira mis

palabras:
Cordero muerto de Amor,

¿dónde vas tan temprano

Sin en el altar más cercano

Aún palpita Tu dolor?

Que no toquen esa flor,

Dejadla así, en el madero

Cristo del Amor que quiero

Que sepa El Viso al verte

Que hasta en la Cruz de tu muerte

Tú nos amaste primero.

Y aquí mismo has recibido culto en estos cincuenta años; estos muros te

han visto exaltado en sus alturas en los traslados a tu paso, en esta Iglesia,

nuestra Hermandad te rindió culto por primera vez en Triduo Solemne; desde

aquí sales cada Viernes Santo, presidiendo un cortejo de Amor y Dolor, para

recibir las plegarias del pueblo entre tus brazos abiertos de par en par; y de

aquí partió también el primer Via-Crucis que recorriese las ancestrales calles

de este barrio presidido por la Cruz que soporta a tu Imagen, a hombros de

tus costaleros y devotos primero, y finalmente en la parihuela que labrase

Antonio Carrión, otro de los muchos fieles que has ido cautivando.

Y desde entonces, paso a paso, al igual que el espléndido cortejo de

nazarenos que acompaña al Cristo del Amor el Viernes Santo, con humildad y
silencio, sin estridencias ni algaradas, se ha venido consolidando la devoción

al tiempo que transcurría la Historia de la Hermandad. Una Hermandad que

ha procurado, y hoy tenemos la prueba, darle el sitio que corresponde al Dios

del Amor en medio de nosotros, proceso éste que se cerraría en los años 80

cuando se lleva a cabo la fusión con la antigua Hermandad Sacramental,

quedando de esa forma Dios-Amor hecho eucaristía como primer Titular de la

Hermandad, y cumpliendo así el sueño de aquellos primeros cofrades de

nuestra Hermandad que decidieron, hace setenta años, incluir en el Título de

la Hermandad la Advocación del Amor.

Tu Hermandad ha dado forma, con el propio transcurrir de los hechos

que hemos narrado al más hermoso pregón, que no es otro que el que brota

por la llaga de tu costado para encontrar, como en la parábola del sembrador,

tierra buena en medio de nosotros, la Hermandad que te honra, y las

personas que, al frente de ella, han velado para que todo se cumpliese de la

forma que Tú has querido: los recordados y ya difuntos en Tu Gloria Rafael

Belloso y Francisco Rueda, y quienes permanecemos al servicio de tu

Hermandad, a la que tanto tienen todavía que dar y enseñar, Ricardo

Jiménez, José Manuel López, Manuel García, quién por cierto me inspiró, sin

darse cuenta quizás, la idea de cómo estructurar esta alocución; y un servidor,

que también tuvo que ocupar un lugar que nunca quiso, y al que otros, con

recursos difíciles de rechazar, empujaron; y, finalmente José Antonio Martín

y las personas que actualmente rigen la Hermandad siguiendo Tus designios y

el ejemplo de quienes les precedieron. Todos ellos como cabezas visibles de


nuestra Corporación en su momento, han venido escribiendo, a lo largo de

estos cincuenta años, el Pregón de tu Hermandad, con discreción y elegancia,

con paciencia y desvelos, entre los sueños de un Viernes Santo inacabable y la

dura realidad que aprendemos de tu Cruz, camino de Redención y Esperanza.

En la consolidación de la devoción del Cristo del Amor en la Hermandad

jugaron un papel especial algunos sacerdotes que, desde que nos visitan

durante los cultos, quedan prendidos ante la portentosa imagen y no cesan de

alabar su potencial devocional en sus homilías: D. José Antonio Balboa, D.

Ángel Martín Sarmiento, entre otros. Pero fue el siempre recordado Fray

Nicasio, quién asumió como tarea propia la difusión de la devoción al Cristo

del Amor, y así lo fue llevando a cabo, sutil y pacientemente, entre los jóvenes

del Instituto y, especialmente, con los que formábamos el Grupo Joven de la

Hermandad a mitad de los 70. Casi sin darnos cuenta, Fray Nicasio nos fue

presentando al Dios del Amor, nos llevó a intimar con Él, a mirarlo cara a cara

y de forma sencilla y directa (cómo solía hacer las cosas el querido dominico),

a confiar en su Misericordia y a vivir en su Esperanza. En las charlas de los

domingo a mediodía, en sus homilías, en las convivencias de jóvenes, en el día

a día en el Instituto, … fue consiguiendo que, pese al tremendo peso que la

devoción a la Virgen de los Dolores tiene en nuestra Hermandad y en nuestro

pueblo, poco a poco nuestras miradas se fueran desviando hacia el Amor que

emana del Crucificado, su capilla recibía cada vez más visitas, el grupo de

nazarenos fue incrementándose a base de jóvenes que tomaban al Cristo del


Amor como su guía y su luz. Aquel Cristo del Amor que nos enseñó D. Nicasio

nos llevó a alejarnos de la orilla insegura del escepticismo, del aire nebuloso

de la duda y de la indecisión tan común en la juventud. Y finalmente, para

inmortalizar su obra, Fray Nicasio puso letra y música a su particular pregón

en forma de Himno al Santísimo Cristo del Amor, con unos versos que hoy me

tomo la licencia de recrear:

SANTO CRISTO DEL AMOR,

Señuelo de mi mirada,

Con tu imponente figura

De hombre que la Cruz desgarra,

Siendo Dios omnipotente

Que todo el Amor derrama.

TÚ ERES MI GUÍA Y MI LUZ,

Como el lucero en la mañana;

Puerto que al barco acoge,

Bahía que a la mar abraza.

COMPADEZCO TU DOLOR,

El requiebro de tus llagas

Y el llanto de la sangre

Que de tu frente resbala.


HAZ QUE YO APRENDA EL AMOR

Que dulcemente regalas,

Amor que todo lo puede,

Amor que todo lo embarga.

QUE DIMANA DE TU CRUZ,

Manantial que la sed calma,

Cual venero de salud

Que alivia el dolor del alma.

CLAVADO EN LA CRUZ TE OFRECES

Al que grita, al que calla,

Al valiente, al cobarde,

A quien llora, a quien clama.

EN SACRIFICIO SEÑOR,

POR MIS PECADOS, ¡Qué calma

Para el pobre pecador

Que se arrepiente a las claras!

Y YO CONTEMPLO JESÚS

CUANTO PADECES; me hablas


Desde el arbol de la Cruz

Y no respondo palabra.

ARREPENTIDO, ESTOY AVERGONZADO,

Busco en el fondo del alma

Un motivo, un pretexto

Y no encuentro allí nada.

POR SER YO CAUSA DE TAN CRUEL PASIÓN,

Por haberte dado la espalda,

Por no haber dado la cara,

Porque se que tu siempre nos amas,

Cristo del Amor¡SEÑOR,

YO CONFÍO EN TU PERDÓN!

Y por medio, la tragedia. Porque en la vida de la Hermandad también

teníamos que conocer y aprender de la Cruz de tu Pasión, en 1970, la noche

del Viernes Santo, entre la repentina lluvia y el tumultuoso y apresurado

regreso al amparo de la Iglesia, la Cruz del Crucificado cedía al engancharse a

un cable del tendido eléctrico, y parte de la Imagen, desprendida, caía sobre

las escalinatas de la Plaza Sacristán Guerrero. ¡qué amargura y desasosiego

no conocería la Hermandad! ¡qué pesadumbre y aflicción no pesarían sobre


sus conciencias! Y yo pregunto, a Ricardo, a Rosario Pavón, a mi tía Alcora, a

quienes tantas veces me habéis hablado del rostro y la mirada de la Virgen,

¡qué desconsuelo, qué sinsabor no marcarían sus labios entreabiertos, al

sentir el crujido de la Cruz! ¡qué tristeza y qué dolor no desprendería su

mirada inigualable, al ver la imagen de su hijo nuevamente maltrecho a sus

piés! Me pregunto cuántos no buscarían consuelo aquella noche en su mirada,

cuantos no querrían sentir el abrazo de sus manos, cuántos no robarían unas

lágrimas de Dolor de la fuente inagotable de sus ojos, … cuántos no se

preguntarían, atenazados por la angustia en aquella noche trágica, cómo una

Madre podría soportar tanto Dolor en su corazón atravesado por siete puñales

de Pasión. El Amor maltrecho y roto por los suelos, una manta cubriendo los

despojos de la Cruz, trozos de tu Imagen, Señor, desprendidos del madero

quizás en trágica metáfora de tu entrega por nosotros. Porque siempre fuiste

Tú, Cristo del Amor, quien trazó el camino, quién sabía su hora y el lugar, y

quién abrazaría a Cruz para entregarse por nosotros. Por eso todo en tí tiene

tiene sentido, y por eso la sabiduría de D. Francisco Peláez, siguiendo tus

designios, recompondría brillantemente la imagen, conservando todo su

encanto y valía artística, y por eso aquel lugar quedaría marcado para que la

Hermandad diez años más tarde, en 1980, asentase su Casa unos metros más

arriba justamente del lugar que Tú marcaste, y junto a la Plaza que lleva el

nombre de quién tanto hizo por la Salvación del Santísimo Sacramento, el

Amor de los Amores. Y recordando tan amargo trance compuse esta décima

que dice:
Dulce Cristo del Amor

¿quién pudo verte en el suelo

sin caer en el desvelo

que causó tanto dolor?

La noche perdió el color;

desde el palio el negro manto

pereció estirarse tanto

que cubriese El Viso entero,

cuando se quebró el madero

la noche del Viernes Santo.

A lo largo de estos cincuenta años, varias personas han tenido el honor y

la responsabilidad de gobernar con el martillo el paso del Cristo del Amor la

tarde del Viernes Santo; Diego Vergara en la primera salida procesional,

Ricardo Jiménez Palacios, a lo largo de ….. años y finalmente Ismael Jiménez

Algaba hasta la fecha presente. Cada uno, con sus respectivos auxiliares, han

paseado al Señor por las calles de El Viso y han contribuido con su ejemplo,

su entrega y tesón al fomento de la devoción. Ellos han sido también

pregoneros del Cristo del Amor a golpe de llamador.

Y con los capataces, los costaleros, “ingenieros del primor y arquitectos

de la gracia”, que dijera el poeta. Primera cuadrilla de jóvenes costaleros de El

Viso que se crea, auspiciada, cómo no, por Ricardo Jiménez y por los
miembros del activo Grupo Joven de la Hermandad, hallá por el año 1977,

iniciativa pionera una vez más en nuestro pueblo, que más tarde felizmente

iría siendo imitada en el resto de Hermandades. Al principio, sin costales

siquiera, con maneras y conocimientos muy lejanos de los que actualmente

lucen nuestras cuadrillas, pero con una ilusión y unas ganas que terminaban a

veces en auténticas discusiones por no querer salirse del palo, o por no querer

perderse alguna chicotá especial; después llegaron los costales, los primeros

que salieron en El Viso, vino Manolo Torres a enseñarnos a andar mejor, poco

a poco la cuadrilla fue consolidándose y convirtiéndose en un auténtico

referente en nuestra localidad y la comarca, y en un vivero de devoción al

Señor. Fueron muchos los jóvenes que pasaron por la cuadrilla en aquellos

años, algunos se incorporarían más tarde a la del paso de la Virgen de los

Dolores acompañando a los primeros hortelanos, y otros agotaron su

juventud, que no su ilusión y devoción por el Cristo, entre aquellas

trabajaderas y luego han dado mucho a su Hermandad. Quiero rememorar,

entre otros y sin desmerecer a nadie, al recordado Joselito Roldán y al

“Chuchurría” costaleros ya en el cielo, a Manolo “el mosca” y su hermano

Diego, costalero y aguaor a la vez, ahí es ná, a Jose De la Fuente, a los

hermanos Chochales, a Jesuli el panaero y sus vecinos Rodri y Juan José, a

mi tío Aurelio, costalero también y cofrade que, como los buenos cantaores,

maneja todos los palos en este mundo nuestro de las cofradías y que ha sido,

junto a Ricardo, formador de jóvenes cofrades en nuestra Hermandad, al

Cheli, al Publi, Juan Antonio “pericato”, Hilario, Belloso, Domenech, al Vista


… y tantos otros que han pasado por la cuadrilla y con los que compartí

trabajaderas hace más de 20 años; y también a quienes ahora, mucho más

jóvenes, son mis compañeros y hermanos costaleros, con los que sigo

aprendiendo y disfrutando como el primer día, y enseñando alguna cosa

también, que para algo tiene que servir el ser ahora el de más edad de la

cuadrilla: Alfonso, mi presentador, mis primos José Manuel y Juan Antonio,

Josema, el Caro, Macías, el veterano Alberto, Butra, Tallito y Mai, los

hermanos Nolasco y Alberto, Jorge, Javi, Guerre, Alfonso, Ismael chico... y

todos los demás, que hemos conseguido en estos últimos años reverdecer la

cuadrilla y conseguir que el Señor del Amor anduviese como nadie, con el

izquierdo por delante, igualando, sobre los talones sin rachear, abriendo la

zancá y que no se escuche ná, que este pregón del costalero no sale por la

garganta, que se hace con los pies y una mijita de gracia con el costero, que así

anda el Cristo del Amor la tarde del Viernes Santo.

Hoy te pido Señor que nos des fuerzas para seguir siendo tus costaleros,

la fuerza inescrutable que, entre la ilusión y la devoción, he sentido tantas

veces bajo las trabajaderas. Y danos fuerza también Señor, para ser tus

costaleros cada día de nuestras vidas, para llevarte a nuestras familias, al

trabajo, a la calle, a donde más te necesitan, o dónde menos te conozcan...

para ser tus costaleros en medio de la sociedad, para no arrugarnos con el

peso de la vida y mostrar siempre la felicidad de quienes conocen tu Amor;

para ser honrados, solidarios y humildes costaleros del Amor.

Y si se ha dicho que la cuadrilla de costaleros es un vivero de devoción al


Cristo del Amor, tanto, si no más, se puede decir de los nazarenos que

fielmente le acompañan cada año. Algunos vienen de las trabajaderas del

paso, otros incluso capitanean ya dinastías de nazarenos de distintas

generaciones; son un ejemplo para la Hermandad y para la Semana Santa

visueña, con su porte recio y elegante, su rigor sin estridencias, su andar

silente, su fidelidad y obediencia me hacen cada año recordar el milagro de la

multiplicación de los panes y los peces: nunca unos pocos parecieron tantos.

Se que ellos lo hacen por el Cristo, y que su Amor no necesita recompensa

pero no puedo dejar de mencionar a quienes, año tras año, veo en la Iglesia

cuando se levantan el antifaz al terminar una Estación de Penitencia cumplida

con todo rigor y “tos sus avíos”, que diría el castizo, “implorando un favor o

rindiendo tributo de gratitud a una gracia recibida”.

Juan Carlos y sus hijas, Jaime Antonio y los suyos, las hijas de Diego,

José Mª Roldán, Ricardito, mis hermanos Aurelio y Juan Guillermo, Fede,

Carmen, Jose De la Fuente, Ramón, Manolita y María Dolores, Belloso,

Manolo de Camilo, el joven Javier Bonilla orgulloso de vestir el hábito del

Cristo que le conquistó entre una familia nazarena, Antonio Falcón, ahora

pertiguero entregado a la tarea de consolidar la cuadrilla de hermanos

acólitos del Cristo, y algunos más.... no demasiados, pero suficientes para

convertirse en la mejor antesala que pueda preceder al paso del Señor; una

alfombra negra de esparto y penitencia, “una indicación de silencio en los

labios de la noche”, cera roja y recogimiento que parece extenderse desde el

paso para que el Cristo del Amor vaya rodeado por sus más fieles devotos
creando entre todos ese peculiar ambiente que rodea al paso del Señor

cuando cruza nuestras calles declamando el Pregón del Viernes Santo. Ese

ambiente, el de la estrechez casi insuperable de la calle Amargura preñada en

su angostura del más profundo sentimiento doloroso, que yo intentara recrear

enredándolo en mis torpes versos cuando decía:

Es Tarde de Viernes santo,

ya se asoman penitentes,

esparto y rigor silente,

preludio oscuro del llanto

que cobija el negro manto.

Tarde de Amor y Dolores.

El eco de los tambores

se apaga en la lejanía,

la saeta se hace agonía

y se pierde en los Alcores.

Ya la noche se ilumina,
El sol rinde su altura

y bajo el alcor se inclina,

y la vega en su llanura

se recrea en la frescura

de la brisa vespertina.

El llamador suena bibrante,

una oración se termina

y el paso luce flamante.

Brilla su belleza fina

Con destellos de diamantes.

Plegarias suenan, distantes,

con temblor de campanadas,

de miradas embriagadas

ante su Amor radiante.


El silencio es melodía

entre la plata y el fuego,

que prestan hermoso juego

mientras ya se apaga el día.

El paso luce su umbría

cuando por Amargura baja

y la cruz parece que encaja

entre los muros estrechos.

La emoción clava en los pechos

preludios de una mortaja.

El sol hundido entre añiles,

Espejo celeste en cales,

Donde sombras pasionales

Van dejando sus perfiles.

Y la gente en los pretiles


arrinconan el fervor

que inunda como un clamor

la calle que se hace muda

ante la belleza desnuda

de mi Cristo del Amor.

Y finalmente, junto con la cuadrilla de costaleros y el fidelísimo cuerpo

de nazarenos del Señor, el otro campo de cultivo donde se va sembrando y

recogiendo devoción al Cristo del Amor son los cultos que anualmente celebra

la Hermandad, el Triduo con el que abrimos el tiempo mágico de la

Cuaresma. Unos cultos que se iniciaron en el año 1974, ya con Via-Crucis, el

primero que anualmente recorrería las recoletas calles que rodean la Iglesia,

al finalizar el último día de Triduo. Con el discurrir de los años, los Cultos han

alcanzado una brillantez y afluencia de fieles que no tienen nada que envidiar

a cualquiera otros; a ello han contribuido, además de la fecha en que se

desarrollan al ser los primeros cultos cuaresmales, otros elementos tales

como el recogimiento con que se desarrollan, la acertada invitación a los

sacerdotes oficiantes, la intervención del Coro de la Hermandad, cada año a

mayor nivel y ya difícil de superar, el trabajo de los priostes y el exorno floral,

y la propia culminación de los cultos con la sevillanísima redacción del


Ejercicio que mi hermano Juan Guillermo presentase a la Junta de Gobierno

recogiendo toda la carga emotiva y devota de la Advocación del Amor,

salpicada de bellísimas estrofas y cantos, ...y por supuesto el insuperable

atractivo devocional de la propia Imagen del Santísimo Cristo del Amor.

¡Y cuantas historias más, cuantos mudos pregones rondarán taciturnos

por los entresijos de la memoria! Porque no sólo tu Hermandad canta el Amor

de tu nombre, sino que también lo hacen quienes, incontables, se paran ante

el altar y tu imponente figura, los que se postran ante tí, o quienes

contemplan absortos la belleza de tu Imagen o meditan, ante ti, considerando

el Amor que nos entregas.

Porque así le vemos todos los que nos acercamos a la sombra redentora

de la Cruz, Cristo muerto por ese divino Amor que cantara el insigne

pregonero cuando decía aquello que hoy te podríamos pedir a ti, Ismael,

cualquiera de nosotros usurpando humildemente los versos magistrales que

compusiera Rodríguez Buzón

Capataz:

lleva despacio a Jesús

que va muerto por Amor

sobre el árbol de la Cruz.


Que no le roce ni el aire

que se mece por las ramas

cuando en la calle Real

los limoneros le abrazan.

Ni la ráfaga de luz

con su tacto de azahar,

ni el suspiro del naranjo

cuando vayas a llamar.

Ni las piedras del Calvario

ni el geranio del balcón,

ni el silencio del Convento,

ni el reflejo de un farol.

Ni la música siquiera

de la saeta que canta,

ni el Padrenuestro que vibra

en la sedienta garganta.

Ni el silencio de Amargura

ni el bullicio por los cerros,

ni el trepidar tan siquiera


del pisar del costalero.

Que no rocen a Jesús

ni el gentío en la Capilla,

ni los balcones en flor

cuando por Rosario enfila,

ni el pétalo de la brisa

que sube por el alcor,

capataz, no tengas prisa

¡Que va muerto por Amor!

Cristo del Amor, tu propia advocación te describe: plácido, sereno,

dulce, sosegado aún en el dolor, sabiendo que su fin indetenible e inaplazable

era el de pagar con el divino tesoro de Su Preciosísima Sangre la Redención

absoluta y eterna del humano linaje.

¡cuanta maestría derrocha tu imagen así contemplada! Y me pregunto, ¿no

serías Tú acaso, Dios del Amor, quién guiase el talento del maestro? ¿no

pondrías tú las gubias y martillos en sus manos?, ¿no serías Tú, Señor, quien

trazara esas armoniosas proporciones?... Porque Tú, Dios del Amor, que nos

creaste de un puñado de arcilla, ¿qué no podrías hacer con la noble madera y

la maestría del Viejo Castellano?

Serenidad, placidez, dulzura, sosiego... belleza y armonía, herederas de

los cánones elegantes del clasicismo renaciente, creada por gracia de Dios, en
el taller de Juan Bautista Vázquez El Viejo, el mismo taller en el que se

iniciara el gran Montañés quizás aprovechando los rescoldos de sabiduría y

maestría que allí quedaban. Recreando entre versos imposibles, que nunca, de

ninguna forma, podrían llegar a expresar el encanto que irradia de la imagen

del Cristo del Amor, me atrevía a decir que

Entre rosas, lirios y hojarasca,

Y tres faros de plata

Que la cruz rematan,

El Amor de Cristo pasa

Con belleza que arrebata.

Cuatro columnas de cera,

fuentes de lágrimas rojas

que sostienen la congoja,

Amor que la muerte espera.

Amor clavado en la cruz,

viviendo en lenta agonía.

Amor con mirada de luz,


que está quedando vacía.

Diez dedos de Amor agarran

un lamento postrimero.

Tres clavos fríos se encargan

de apretarlo en el madero.

Amor, luminosa esfera,

un sagrario permanente,

Dios-hombre frente a frente

del que se postra a su vera.

¿Qué imagen de Dios vería

aquel viejo castellano

que, con gubia y maestría,

te esculpió con sus manos?

Sabría que eres Amor,

como aquí se te conoce

en El Viso del Alcor


entre un silencio a voces.

Hace apenas unos días, hablando de forma apresurada de la belleza de

la imagen del Señor, un amigo me decía que cuando lo contemplaba a solas en

su capilla, se daba cuenta de que el Cristo del Amor muere en la cruz con una

dulzura, con una quietud y una paz inigualable; que no había otra imagen que

le hiciera ver lo mismo. Quedé prendido de aquella reflexión, porque nunca

antes me lo había planteado, y porque cuándo lo hacía no sabía si veía a mi

Cristo ya muerto por Amor, o siempre vivo en el Amor que nos dejó en su

Palabra.

Me cuesta trabajo, no alcanzo a verte muerto Señor, quiero agarrarme al

hálito de Amor que se escapa por tus labios entreabiertos, al reguero de Amor

que se escurre por tu costado, quiero asomarme al calor del Amor que aún

palpita en tu pecho traspasado y sueño con verme reflejado en el Amor que

brilla eternamente en esos ojos que jamás se cerrarán. Por eso me pregunto

¿Estás aún vivo Señor?

¿quizás muerto sin yo verlo?

Vivo siempre te presiento

aún clavado en el madero;


que no es muerte lo que veo

cuando a solas te contemplo.

¿estás aún vivo Señor?

¿quizás muerto sin saberlo?

Y si ya has muerto, Señor,

ni lo siento, ni lo espero,

pero quiero preguntar

si se ha visto en mundo entero

mejor muerte, ni más bella

que la que muestra el Cordero

entregado por Amor

a la muerte en el madero.

No se si vivo ni muerto,

o entre la vida y la muerte

en el momento somero
en que la vida se pierde

para llegar hasta el cielo.

Te he visto en la agonía

del Cachorro falleciente,

en el silencio elegante

de un martes de Buena Muerte,

en la Vera Cruz clavado

rendido ya el cuerpo inerte,

o retorcido en el Museo

en curvatura imponente.

En el trance de la Sed,

San Bernardo por el puente,

Sangre de la calzada

andando siempre de frente.

Cristo de Burgos en San Pedro,

Siete Palabras, San Vicente.


Al Cristo de la Clemencia

de las calles siempre ausente,

Conversión en Montserrat,

o el Calvario penitente.

En noche de Santa Cruz,

entre saetas dolientes.

Las Aguas del Dos de Mayo,

En La Hiniesta, Buena Muerte.

Te he visto en el Buen Fin,

Cinco Llagas trinitense

Salud en Carretería,

y en las Almas refulgente.

Y no conozco dulzura

confundida con la muerte

como muestra mi Señor,


que aquí tenemos la suerte

de a ti, Cristo del Amor,

cada día poder verte.

Y así te contemplamos, con tus brazos abiertos y dispuestos para acoger

siempre al cansancio de nuestro humano peregrinar, brazos que señalan

constantemente el horizonte sin límite de la eterna salvación; brazos que

marcan la armonía simétrica de tu figura, apolínea belleza sólo rota por la

inclinación inexorable de tu rostro caído y agotado, magistralmente calculada

para que nuestra mirada, sea ansiosa o angustiada, se centre y detenga en la

llaga abierta en tu costado, por donde se vierten al mundo la sangre y el agua,

el Amor y la vida que para siempre nos dejaste. ¡Que bien lo definió Antonio

Becerra en su Exaltación a la Eucaristía cuando hablaba en todo momento del

mismo Dios, el que se entregó en la Cruz y el que se nos da cada día en la

Eucaristía, el auténtico Dios del Amor!

La llaga abierta en el costado del Cristo del Amor es el epicentro mismo

de una conmoción que embarga el alma de quienes le contemplan. Toda la

simbología de la advocación del Amor se concentra en la herida abierta,

manantial de pureza, fuente dulce y serena del Amor y la Vida, venero de

Redención, inagotable hontanar abierto en el mismo costado de la Gloria.

Que si tenemos la devota costumbre de pedir por nuestros hermanos

difuntos a través de la oración y el piadoso Ejercicio de las Cinco Llagas de


Nuestro Señor, hemos de saber que ésta, la de su costado, es la llaga del

Amor, centro de nuestra devoción y puerta abierta en el Corazón de Jesús por

donde brotan la eterna Misericordia y su Gran Poder, que no otra cosa es el

Amor que le llevó a entregarse por nosotros. El Amor através del cual el Dolor

de la Pasión se hizo Redención para el hombre y es la más sublime Esperanza

para quienes seguimos tus pasos.

Sabiendo que eres Amor, no quiero perder la ocasión para pedirte hoy,

al igual que tantas veces antes en tu Capilla, que sigas siendo nuestra Guía y

nuestra Luz; que nos conduzcas por los entresijos de este mundo perturbado

que intenta confundirnos, que seamos capaces de ver tus designios en medio

de tanta confusión para poder crear en la Tierra ese otro mundo posible que

es tu Reino; que tu Palabra encuentre eco en nuestros corazones a través de la

compasión y el amor al hermano, aún en los momentos más oscuros; que tu

entrega voluntaria por Amor sea nuestro referente ante tanto egoísmo y fútil

consumismo; que sepamos encontrar en tu Sangre y en tu Cuerpo el alimento

espiritual que nos conforte; que tu Amor ilumine a las familias cristianas y las

haga sólidas y fecundas, que ayude a abrir los ojos a quienes no quieren

reconocer la maravilla de la vida aún en el vientre materno; te pido por los

pobres y necesitados, por los parados, por quienes pasan necesidades en

medio de la opulencia de otros, por quienes no te conocen y por nosotros

mismos, pecadores que tantas veces te damos la espalda; Señor, que nuestros

enfermos encuentren en medio de nosotros el Amor que tu nos enseñas, que

ese sea su consuelo y esperanza y que el agua que brotase de tu costado siga
regando los campos de esta tierra.

Y te lo pido Señor, aún sabiendo que tu ya lo diste todo por nosotros y

que sigues dándote y ofreciéndote cada día, sabiendo que lo diste todo en la

Cruz y que dejándonos tu Amor eterno y tu Palabra ya no cabe pedir cosa

alguna. Por eso no encuentro mejores palabras que ofrecerte en mi oración

que las que componen el anónimo y hermoso soneto castellano del Siglo de

Oro, que decía

No me mueve, mi Dios, para quererte

el Cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en esa Cruz escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera Cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno te temiera.


No me tienes que dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

Y por eso, Señor, no me queda más que darte gracias. Gracias por tu

presencia a lo largo de estos cincuenta años, gracias por los muchos beneficios

espirituales que a la Hermandad ha reportado. Gracias por habernos regalado

el Pregón de tu Palabra a través de los siglos, gracias por iluminar nuestras

miserias con el ejemplo de tu muerte y el resplandor deslumbrante de las

lagrimas purísimas de la Virgen de los Dolores.

Gracias también a la Hermandad, a todos los que decidieron seguir tus

designios para imaginarte primero, buscarte, traerte y tenerte finalmente

como guía y luz de nuestras vidas. Hoy, sin ti, la Hermandad no sería lo que

es y además y tal como está escrito “si no tenemos Amor, no tenemos nada”.

Y gracias Señor, por haberme permitido conocer esa cosa tan sencilla,

saber que Tú eres Amor y no otra cosa alguna, que todo se reduce a eso, que

se puede aprender más de tu Cruz que de la vida que nos regalas; gracias por

invitarme cada día a seguir tu Amor en esta Hermandad, a pesar de que, a

veces, cuando te miro en la Cruz clavado, como dijera el pregonero,

“al sentirle fríos

manos y pies tan esclavos,

yo sé que en esos tres clavos


algunos golpes... son míos.”

Y gracias, Señor, por permanecer en medio de nosotros en el Santísimo

Sacramento del Altar, y por ofrecer cada día tu Amor en la Eucaristía. Por

todo eso hoy te digo que

Yo se que Tú eres Amor,

sólo con verte bastara,

fruto bendito del vientre

de la que el Dolor abraza.

Y que todo tu Amor ofreces

siempre a cambio de nada,

aunque a veces, sin saberlo,

tu costado atravesara

con la lanza del pecado,

u otro clavo te clavara.

Yo se que Tú eres Amor,

no cabe mejor palabra

para nombrar la dulzura

que aún en la Cruz mostrabas.

Manantiales de pureza

brotan de tus cinco llagas,


salvación para los hombres

que tu sangre nos regala,

hontanar inagotable

cual canción que nunca acaba

y en el aire se derrama.

Nunca el mundo conoció

Amor en tan alta escala

como Cristo nos dejó

en esas Siete Palabras

que pronunciara en la Cruz

mientras su tiempo expiraba.

Yo se que Tú eres Amor,

y confío en tu Palabra

igual que hicieron aquellos

que anunciaron tu llegada

Quijotes a lo divino,

y prudentes Sancho Panzas,

sin dejarse conquistar

por cualquier imagen ni talla

que no tuviese la clase

que la ocasión demandaba.


Casi treinta años pasaron

desde que aquellos te invocaran

y en tu nombre la Hermandad

se quedara titulada,

para que de San Martín,

vieja Iglesia sevillana

donde sale la Lanzada,

unos cofrades visueños

bella imagen rescataran,

y quiso Dios por su gracia

que Amor fuera llamada

aquella talla de Cristo

en dura Cruz clavada,

igual que aquí en El Viso

fuera la Hermandad nombrada.

Yo se que Tú eres Amor,

consuelo eterno del alma,

guía y luz de costaleros

de una cuadrilla entregada,

pa' rezar un Padrenuestro

y el paso a la calle salga

en tarde de Viernes Santo,


entre lirios y hojarasca.

De negro silencio y esparto

nazarenos te acompañan

y fieles siguen tus pasos

hasta que la noche acaba.

Nazarenos del Amor,

penitencia bien guardada,

no dejéis nunca al Cristo

sólo en la madrugada.

Yo se que Tú eres Amor,

y que tu Amor se derrama,

Sangre Bendita de Cristo

que brota de cinco llagas.

Cincuenta años han pasado

más sólo un día bastara

“pa” que el Cristo del Amor

mi corazón conquistara;

son cincuenta años de Amor,

de tu gracia regalada,

porque que si no tenemos

Amor, no tenemos nada.


Yo se que Tú eres Amor,

Amor que nunca se acaba.

Que velas por tu Hermandad,

la que a El Viso te mostrara

en medio del negro silencio

que por las calles avanza

en sobrio paso de Cristo

entre lirios y hojarasca,

o en fiesta de Corpus Christi

al despertar la mañana

cuando luces más que el sol

entre la juncia y la plata.

Yo se que Tú eres Amor,

Y cuando el pregón acaba

y se seca mi garganta,

recuerdo aquella hermosura

que mi hermano Juan cantara,

y nadie ha dicho aquí

nunca tan bellas palabras,

“que no cabe Amor más grande

entre la juncia y la plata”,


el mismo Amor que se muestra

en la magnífica talla

que cincuenta años contemplan

en esta santa morada

y el Viernes Santo se luce

por las calles encaladas

cuando su en sus andas pasea

entre lirios y hojarasca.

He dicho.

You might also like