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Michel Foucault, en el texto citado muestra la evolución his- PEDRO Y JUAN: HOMBRES SIN CULTURA
tórica del término parresía. El filósofo francés la define en los
siguientes términos: “La parresía es entonces, en dos palabras, En el contexto de Hch 4, los miembros del Sanedrín cues-
el coraje de la verdad de quien habla y corre el riesgo de decir, tionan la autoridad de Pedro y Juan para hablar públicamente.
a pesar de todo, toda la verdad que él piensa; pero también es La base de este cuestionamiento se encuentra en el versículo
el coraje del interlocutor que acepta recibir como verdadera la 13: “Al ver la valentía [parresía] con que se expresaban Pedro
verdad hiriente que escucha”1. A partir de esta definición, ve- y Juan, no salían de su asombro, sabiendo que eran hombres
mos que hay en ella un lado activo y un lado pasivo. del pueblo [agramatoi] ni cultura [idiotai]”. Según Lucas, los
En ese sentido, su lado activo tiene la manifestación política miembros del Consejo de Ancianos —los mismos que habían
de hablar en público. Esta radica en tomar la palabra frente a condenado a muerte a Jesús— muestran un desprecio por los
aquellos que tienen el poder, incluso a riesgo de que el mismo dos apóstoles. Ellos son iletrados, hombres sin capacidad para
poder destruya a quien habla. Esta parresía activa de hablar tomar la palabra públicamente. Para quienes detentan el poder
francamente y sin reservas es una de las características más siempre les resulta más fácil descreditar a aquellos que toman
significativas de los apóstoles después de Pentecostés. En la actitud de decir la verdad sin concesiones, que reconocer la
efecto, Pedro toma la palabra públicamente después de reci- verdad que les dicen. ¿Por qué? Las personas que encarnan
bir el Espíritu de Dios (Hch 2, 14-41). Sin embargo, como bien lo la parresía no solamente muestran coraje, considerado como
indica el libro de Hechos, ella tiene una relación estrecha con el una virtud personal, sino que revelan (alethein) los obstáculos
1 Michel Foucault: Le courage de la vérité. Le gouvernement de soi et des autres II. Cours au Collège de France, 1984. París, Gallimard/Seuil, 2009, p. 14 (la traducción es nuestra).
2 Ibíd. p. 300 (la traducción es nuestra).
sociales que impiden la circulación de la verdad, libre y fran- En otros términos: ¿qué eclesiología hace posible instalar en la
camente, al interior de cualquier grupo humano. En el mundo Iglesia una retórica del silencio? Ciertamente, aunque no haya
del teatro, las mujeres, los extranjeros y, en general, todos los un tratado escrito sobre ella, hay una manera de concebir la
sin derechos poseen un lugar privilegiado para decir la ver- Iglesia implícitamente, la cual permite silencio. La palabra pú-
dad. Recordemos Antígona frente a Creonte, pero también a blica de algunos ha sido muy considerada en detrimento de las
Cordelia, quien con palabras sobrias ama verdaderamente a víctimas. En efecto, nos hemos ocupado escrupulosamente de
su padre, el rey Lear, que la rechaza precisamente por hablar ocultar los crímenes cometidos por sacerdotes responsables
demasiado francamente. del abuso a fin de cuidar el nombre de la Iglesia y, sin embargo,
Los excluidos, en este caso las víctimas, contrariamente a lo no se ha tomado el mismo cuidado con las víctimas, miembros
que puede pensarse, tienen mucho que perder cuando hablan. también de la Iglesia. Esta desigualdad en el trato me parece
En efecto, a veces es mucho más cómodo continuar con el cálcu- avalada por una valoración excesiva del lado activo de la pa-
lo de la retórica del silencio. Pues, evidentemente, el descrédito rresía y la negación sistemática de su parte pasiva. Dicho en
público sufrido es un castigo suplementario al hecho del ser términos simples, institucionalmente tenemos el coraje para
abusados. En los casos de pedofilia, además de las confianzas hablar en nombre de la verdad (parresía activa), pero hemos
rotas en figuras significativas que deberían usar el poder para olvidado su fuente, es decir, la escucha profunda de Jesucristo
proteger y transmitir la verdad de Dios, se suma el descrédito (la Verdad); encarnado hoy en el que sufre. En ese sentido, es
al cual son expuestas las víctimas por haber hablado. Descré- indispensable dejarse herir por la verdad dicha por nuestros
dito venido a veces de personas a quienes lo denunciado se les hermanos y hermanas que han sufrido esta violencia injustifica-
hace insoportable porque significa aceptar la posibilidad de ver da. Como Iglesia, no poseemos la verdad como si esta fuera un
a una figura significativa cometiendo crímenes aberrantes. O objeto, ella debe actualizarse en nuestras vidas. Sin este doble
bien, esas víctimas pueden sufrir incomprensión debido a que movimiento, nuestras enseñanzas devienen una retórica vacía,
hay una simplificación de la profundidad de los daños provo- a la cual nadie presta atención porque nosotros mismos no le
cados, la incomprensión de la situación o, simplemente, indife- hemos prestado atención a la gente. Este acto de humildad es
rencia frente a su sufrimiento. Todo el tiempo queda abierta la profundamente humano: en efecto, Jesús mismo necesitó de la
opción de considerar a las víctimas como gente que no merece siro-fenicia para cumplir de mejor manera su misión5. La prác-
ser escuchada. Sin embargo, si ellas están hablando con la ver- tica pastoral necesita considerar seriamente las dos formas de
dad, esa retórica se muestra insuficiente y la única posibilidad parresía y no quedarse en la parte activa, la cual nos resulta
coherente es enfrentar con coraje esa verdad. un poco más cómoda.
Finalmente, descubrimos que, como Pueblo de Dios, tam-
HACIA UNA ECLESIOLOGÍA DE LA DOBLE Parresía poco hemos tenido la parresía suficiente. En ese sentido, la
Iglesia jerárquica no le ha enseñado a la gente de a pie a to-
Hoy aparece la retórica del silencio como una cobardía inad- mar la palabra de una manera adulta. La circulación libre de la
misible, atentatoria contra el corazón del Evangelio. Hemos es- palabra supone una confianza básica entre quienes dialogan;
candalizado a los pequeños y herido al mismo Cristo presente en una cierta amistad, diría Aristóteles. Pero ello es imposible si,
ellos4. En este sentido, la situación actual de la Iglesia no es la de por una parte, los fieles temen ser heridos o no ser escuchados
ser víctima de un encarnizamiento mediático, en primer término, por los pastores y, por otra, los pastores desconfían de que su
ni tampoco nos encontramos frente a una simple oportunidad pueblo pueda tomar decisiones responsables y en conciencia.
de conversión. Estamos enfrentando los pecados de la Iglesia. En la base del coraje de la verdad está la consideración amis-
Pecados y perversiones personales, ciertamente. Pero también tosa entre iguales. Si, como Pueblo de Dios, no recordamos se-
una retórica institucional sostenida por años, la cual ha herido riamente esta igualdad fundamental, es siempre posible que la
a demasiados inocentes. En suma, nos ha faltado el coraje (pa- retórica del silencio haga daños incalculables y que la verdad no
rresía) para ponernos del lado de las víctimas. Nos ha faltado el sea oída a causa de una práctica alejada del coraje de la Verdad.
acero porque, tal vez, lo hemos gastado en mucha guerra inútil. La reconstrucción es siempre difícil, lo sabemos, pero aquella
La prevención es un tema capital. Diversos grupos han dado de las confianzas lo es más todavía. Hoy lo tenemos más claro;
sus opiniones. Sin embargo, ¿cuál es el aporte de una reflexión sin embargo, es urgente. No por restaurar el nombre de una
eclesiológica desde la consideración del coraje de la verdad? institución, sino a fin de evitar nuevas víctimas inocentes. MSJ
3 Ibíd. p. 14.
4 Mt 25, 31-46.
5 Mc 7, 24-30.
12 JUNIO 2010