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Fronteras

La política puede desviar un río, recalificar un bosque o fundar un Estado, pero la geografía también
puede desviar la política
Xavier Batalla
22/08/2010 La Vanguardia

La política ha logrado cambiar a menudo la geografía, ya sea para desviar un río, recalificar un
bosque o fundar un Estado. Pero la geografía también ha desviado a veces la política. Las naciones
con salida al mar, por ejemplo, han sido pioneras en la economía de mercado, por delante de las
mesetarias, mucho más jerárquicas. Con la geografía ocurre lo mismo que con la lluvia, que no cae
a gusto de todos.

Hay países que se consideran víctimas de un error de la geografía. Es el caso de Polonia, que
históricamente se ha preguntado cuál habrá sido su pecado original para estar emparedada entre
Alemania y Rusia. Rusia también mira el mapa con temor. Por eso ha terminado teniendo la mayor
geografía. La ausencia de fronteras naturales hizo Rusia vulnerable en el interior y poderosa en el
extranjero.

Poderosa, porque, al buscar fronteras seguras, se amplió sin parar. Pero, como quien mucho abarca
poco aprieta, los zares? fueran blancos o rojos? se aplicaron en el control interior. Estados Unidos
está en un mapa distinto y da gracias a la geografía, que le ha evitado dos guerras mundiales en su
suelo continental y, hasta tiempos recientes, el azote del terrorismo.

La geografía del Iraq moderno, que fue un invento del colonialismo británico, es víctima de un error
político. Los británicos unieron artificialmente tres vilayatos (provincias) del antiguo imperio
otomano, pero el pegamento no funcionó. Y cuando terminó el mandato dado a Londres, kurdos,
suníes y chiíes siguieron tan divididos como antes, igual que ocurre ahora, cuando Estados Unidos
acaba de retirar sus tropas de combate.

Pakistán es otro caso geográfico de diván. En 1947, al separarse de India, accedió a la


independencia, pero el tiralíneas político le jugó una mala pasada. El río Indo no es una frontera
natural con India. El Indo parte en dos a Pakistán. Y la frontera oficial con
Afganistán siempre ha sido un coladero. Esta divisoria, conocida como la línea Durand y trazada
por los británicos, es rechazada por los pastunes, que reivindican la provincia pakistaní de Frontera
Noroccidental, también habitada por pastunes, la etnia mayoritaria en Afganistán y granero de los
talibanes. Es decir, las fronteras oficiales pakistaníes no definen un Estado integrado por etnias
enfrentadas entre sí (punyabíes, sindis, beluchis y pastunes). Y el islam, que no ha borrado las
fronteras internas, tampoco ha dibujado una frontera natural con India, donde viven 160 millones de
musulmanes, casi tantos como en Pakistán.

¿Cuál es el resultado de todo esto? Que las fronteras naturales, sean étnicas, religiosas o
geográficas, siguen resistiendo, como ha sucedido en Kosovo, la antigua provincia de Serbia, y
como pasa en Melilla, donde sólo faltaba Aznar para hacer más fáciles las cosas. En Iraq, después
de siete años de guerra innecesaria, la geografía, las etnias y las confesiones aún dividen el mapa. Y
en Afganistán, la guerra se libra básicamente en Pastunistán, que emerge nacionalmente en
territorios afganos y pakistaníes de mayoría pastún. Las lluvias no borrarán las divisorias entre las
etnias de Pakistán (los punyabíes, que controlan el ejército, son odiados por el resto), sino que
amenazan a un Estado donde la política no puede con la geografía.

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20100822/53987089534.html

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