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AMARAL, Samuel. The Rise of Capitalism on the Pampas.

The Estancias of Buenos Aires,


1785-1870, New York, Cambridge University Press, 1998.

7. Instituciones

Las instituciones, como red de contratos de largo plazo, generalmente no cambian de la


mañana a la noche. Los contratos formales, aquellos especificados por la legislación, podían ser
modificados por una nueva legislación; los contratos informales, aquellos expresados por hábitos
y costumbres que regulaban la producción rural, rara vez podían ser alterados en el corto plazo.
La expansión de la ganadería sobre las pampas en la primera mitad del siglo diecinueve provocó
un rápido cambio en las condiciones de producción, y legislación, costumbres, y hábitos tuvieron
que ajustarse a ellos. Se necesitó una nueva definición de derechos de propiedad sobre la tierra,
mano de obra, ganado, agua y pastos.
La redefinición de derechos de propiedad sobre la tierra y la mano de obra no ha dejado de
atraer la atención de los investigadores. La tierra fue distribuida entre individuos privados desde
los tiempos de la fundación de Buenos Aires, y más tarde por gracias hechas por los gobernadores
en nombre del rey. Puesto que la tierra fue también ocupada sin títulos de propiedad empezó un
proceso de legalización alrededor de 1750. Hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX, un
complejo y lento procedimiento fue seguido por los ocupantes que querían obtener legalmente en
propiedad una extensión. Pero la privatización masiva de tierra pública empezó con el sistema de
enfiteusis a inicios de los ‘20, alcanzando su punto más alto con los premios y ventas de Rosas en
los tardíos ‘30s y tempranos ‘40s. Un nuevo ciclo tendría lugar en los ‘70 y ‘80s, cuando fue
completada la Conquista del Desierto.
En el Buenos Aires colonial no se desarrollaron otras formas compulsivas de mano de
obra que la esclavitud. Encomienda y repartimiento no fueron viables debido la insuficiencia de
una significativa población india sedentaria. La esclavitud fue principalmente doméstica, tanto en
áreas urbanas o rurales, más parecida a la esclavitud tradicional del Viejo Mundo que a la de la
plantación esclavista del Nuevo Mundo. Los esclavos fueron introducidos en la producción rural
como una consecuencia de la expansión del comercio a fines del siglo XVIII, para realizar (como
se ha argumentado en el capítulo 2) las tareas permanente en las estancias. Antes y después que
los esclavos fueran introducidos, la mayor parte de la mano de obra fue provista por trabajadores
libres. Ellos trabajaban en las estancias por un salario con base estacional. El rápido proceso de
expansión atrajo inmigrantes desde el Interior, pero quizás no en la medida requerida por los picos
estacionales de demanda de mano de obra. Las restricciones para la movilidad de peones
potenciales y la tolerancia de ocupantes precarios fue el instrumento usado por los estancieros
para tener acceso a la mano de obra estacional. Papeletas de conchabo, pruebas de empleo lícito,
y estantes o agregados, esos ocupantes precarios, fueron sin embargo dos caras de la misma
moneda. El primero fue un instrumento legal para presionar a los peones potenciales, el segundo,
una salida de tal presión. En la primera mitad del siglo diecinueve, los trabajadores permanecerían
expuestos a esa coerción moderada, proveniente de un patrón estacional de demanda de mano de
obra rural. Las opiniones sobre la coerción difieren, pero no hay duda que para los productores
rurales la cuestión principal estaba en como obtener la mano de obra necesaria en el tiempo justo.
La definición de derechos sobre la tierra y la mano de obra fue sin embargo un problema
crucial en Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX. Pero había más que eso. La ganadería
fue regulada por hábitos y costumbres desarrollados para definir los derechos de los ganaderos
sobre sus ganados. Aquellos hábitos y costumbres, no obstante, fueron afectados por la expansión
de la producción. Los acuerdos informales que fueron muy usados en el pasado fueron desafiados

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o desatendidos por los productores, por lo que las reglas del juego para la ganadería también
estaban necesitando una redefinición.
Este capítulo, consecuentemente, trata de las condiciones institucionales de producción.
Las condiciones materiales y ambientales de producción (capítulos 5 y 6) no cambiaron en el corto
plazo aunque si lo hicieron a largo plazo (los precios de los animales mejoraron y los cardos
desaparecieron). Las reglas del juego en la producción rural pasaron por un proceso similar pero
fueron marcadas en este caso por el esfuerzo consciente de algunos individuos y la acción formal
del gobierno. La primera sección de este capítulo examina la encuesta iniciada por Valentín Alsina
a mediados de los ‘50 para determinar cuáles eran los hábitos y costumbres que regulaban la
producción rural; la segunda sección estudia la formalización de contratos previamente informales
por el Código Rural de los tempranos ‘60s.

Encuesta

En 1856 Valentín Alsina, ministro del gobierno de Buenos Aires, inició una encuesta
acerca de los usos, hábitos y costumbres rurales. Envió un conjunto de preguntas a la Comisión de
Hacendados, la que circuló entre los propietarios de tierras. Este cuestionario incluía veintidós
preguntas, nueve relacionadas con la ganadería, siete con la agricultura y seis con “problemas
comunes”. Los problemas fundamentales fueron la redefinición de derechos de propiedad, y los
problemas del orden público e imposición de la ley en un ambiente rural afectado por tres décadas
de expansión. La costumbre era una fuente de justicia en el campo desde los tiempos coloniales,
pero el método de Alsina -averiguando la opinión de los hacendados de manera directa- fue una
innovación significativa.
Los derechos de propiedad fueron afectados por la subsistencia de hábitos y costumbres
característicos de un tiempo diferente, cuando la producción era organizada de manera diferente.
La antigua pampa estaba en los 50s mucho más poblada (en el sentido en que la palabra era usada
en ese tiempo en Buenos Aires, significando vacas y gente) que al principio del siglo, y había sido
excesivamente subdividida. Eran comunes espacios de tierra de unas pocas varas de ancho por el
largo usual de 9.000 varas. Derivaba de una práctica que privilegiaba el acceso al agua sobre la
extensión de la tenencia misma, puesto que había demasiada tierra pública vacante donde podían
vagar los crecientes rebaños. Desde alrededor de 1820 en adelante, sin embargo, las antiguas
pampas habían sido ocupadas sin cesar, y toda la tierra pública había desaparecido. Por lo tanto
las actividades llevadas a cabo en esos espacios pequeños, sin cercos ni marcas podía ser
perjudicial para los derechos de los vecinos si el ganado fuera mantenido excesivamente más allá
de lo que era una razonable receptividad para esas posesiones. Por lo tanto, Alsina preguntó
acerca de las ventajas de restringir el número de animales en un espacio particular de tierra
(teniendo esos pequeños espacios en mente); cuál sería la composición del ganado en esos
espacios; y si los vecinos compensarían a los dueños de esos espacios (si la producción en ellos
fuera prohibida) o serían forzados a comprarlos.
Otras exterioridades siempre habían existido, pero en lo que concierne a Alsina muestra
que estaban alcanzando un estado crítico. En invierno y en caso de sequía, los animales caminaban
hacia el agua más cercana sin tener en cuenta sobre las tierras de quien estaban cruzando o a quien
pertenecía la tierra alrededor del agua. Serían forzados los ganaderos a proporcionar agua a sus
vacas? preguntó Alsina; el tránsito sobre tierras de otra gente sería regulado? Como las tierras de
agricultura también eran afectadas por problemas de tránsito, Alsina preguntó si los chacareros
serían forzados a construir cercos alrededor de sus espacios, dejando pasos a los costados para

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facilitar el tránsito de los animales.
Las tareas rurales eran reguladas por un conjunto de reglas informales, “más o menos
racionales y respetadas”. Esas reglas, sin embargo, podían ser dejadas de lado de una manera que
podía tornarse peligroso para los propietarios de animales. Rodeos, apartes, marcaciones,
castraciones, y otras tareas rurales eran reguladas por la costumbre. Pero la costumbre misma no
lograba proteger los derechos de los productores rurales contra los vecinos malévolos, quienes
tomavan ventaja de involuntarias “mezclas” de rebaños y manadas debido a la ausencia de
cercados.
Esta franqueza de las pampas, donde las restricciones a los movimientos de animales y
gente no existían, era además propicia para otro conjunto de exterioridades. La gente proseguía
con actividades legales que eran además peligrosas para la tierra y los animales. Nutrias, perdices
y ñandúes eran cazados por sus pieles, carne y plumas; los perros salvajes eran cazados para
proteger los rebaños y manadas; los pastos altos (juncos, totoras, paja) eran buscados para la
construcción; y se provocaban incendios para “limpiar” un espacio de tierra. Todas esas
actividades eran legales pero podían afectar los derechos de algunos. Bestias y vegetales tendían a
ser vistos como libres, bienes comunes, pero eran propiedad de algunos propietarios de tierras; el
fuego podía descontrolarse; la persecución de perros salvajes dañaba los campos.
Otro conjunto de cuestiones estaba relacionado a la imposición de la ley. El primer
conjunto abordaba las exterioridades, daños causados (de alguna extensión, al menos) por la
acción no intencional; el segundo conjunto examinaba como proteger la vida y la propiedad de la
acción con propósitos dañinos. Fueron usadas demasiadas marcas por los estancieros, y cada uno
podía usar tantas como quería. A pesar de que todas las marcas deberían estar debidamente
registradas, la proliferación eventualmente ayudaba a los cuatreros. Alsina preguntó acerca de las
ventajas de restringir las marcas a una por estanciero. Cuatreros y peleteros fueron ayudados por
el hecho de que las ovejas eran marcadas en sus orejas para evitar daños en la lana y cuero. Mas
los cueros de ovejas, por ende, no podían ser identificados. Una solución fue ordenar que todos
los cueros de ovejas enviados al mercado incluirían las orejas para una apropiada identificación de
su origen legal. Con el propósito de controlar la circulación de mercancías, proteger los derechos
de sus propietarios legales, y prevenir la circulación de mercancías obtenidas ilegalmente, guías,
tabladas, y el transporte de animales sería regulado. Alsina quería conocer cuál era la mejor
manera de proteger la propiedad haciendo más dificultosa la circulación de animales y
subproductos robados.
Un tercer conjunto de preguntas se dirigía a los problemas de orden publico y relaciones
de mano de obra. La imposición de la ley era el problema, ya que no había escasez de
regulaciones. El uso de cuchillos, la venta de bebidas alcohólicas, y el juego por dinero estaban
todos regulados. Las pulperías móviles eran la principal fuente de desorden público tanto como un
incentivo al robo. El propósito de esas regulaciones era proteger la vida de los peones y
propiedades de los dueños de las tierras, pero las relaciones de mano de obra estaban marcadas
por un consistente falla para cumplir con las reglas, como es recalcado por las respuestas de los
dueños de la tierra al cuestionario de Alsina.

La opinión de los hacendados

Alsina recibió dos conjuntos de respuestas, el primero cuando empezó su encuesta en


1856. Cuarenta y siete hacendados respondieron sobre problemas de ganadería, veinticinco de
ellos firmaron un formulario común; 12 hacendados respondieron sobre problemas de agricultura,

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y 21 hacendados respondieron sobre problemas comunes. Alsina dejó el ministerio de gobierno
para ser gobernador de Buenos Aires, y la encuesta fue discontinuada. Al final de 1862, sin
embargo, él la reanudó cuando la solicitó para preparar el borrador del Código Rural. Publicó el
mismo cuestionario en La Tribuna, uno de los diarios más importantes de Buenos Aires y obtuvo
ocho respuestas nuevas. Alsina no es ambiguo cuando se refiere a la indiferencia de los dueños de
tierras al segundo ciclo de su encuesta, pero la información obtenida en 1856 y 1863 sirvió a sus
propósitos, como muestra el hecho que algunas sugerencias se vieron reflejadas en su borrador, y
en el mismo Código Rural.
La urgente necesidad de introducir orden en la campaña e imponer las leyes para proteger
la propiedad eran el principal problema a que apuntaban estas preguntas. Pero fue más fácil
acordar en el diagnóstico que en las soluciones. Un examen de las preguntas de Alsina ilumina el
punto de vista de los hacendados sobre que derechos tendrían preferencia. No todos los
hacendados respondieron de la misma manera, pero tres preguntas fueron respondidas por la
mayoría de ellos. Estas preguntas abordaban la restricción del número de cabezas en un espacio,
la venta compulsiva de pequeños trechos, y la restricción del número de marcas
De esas tres preguntas, 54 hacendados respondieron una o más: los 47 que respondieron
las preguntas de Alsina en 1856 más 7 de los 8 que respondieron en 1863. Un hacendado ignoró
todas las preguntas para focalizar sobre un solo problema: el robo de caballos. De los 54
hacendados que respondieron la pregunta sobre la restricción del número de cabezas; 50
respondieron la pregunta sobre la venta forzada de tierra; y 52 la pregunta sobre la restricción del
número de marcas. Treinta y siete hacendados (69%) estaban en contra de restringir el número de
cabezas en pequeños espacios, pero 17 (31%) estaban a favor de hacerlo (tabla 7.1) El principal
argumento que sostenía el anterior punto de vista era que demasiados tipos de tierra hacían
imposible regular el número de cabezas en un espacio. Consecuentemente, preferían dejar a los
propietarios de tierras disfrutar la propiedad de sus espacios, tratando la potencial sobrecarga de
acuerdo a las previsiones de un antiguo (pero pobremente impuesto) decreto de 20 de noviembre
de 1823, el cual consideraba la invasión de animales un crimen similar al cuatrerismo. Cuatro
hacendados (7%) de los que se opusieron a las regulaciones del número de cabezas estaban, sin
embargo, a favor de alguna acción gubernamental (multas, castigos) para prevenir la dispersión
del ganado debido a la sobrecarga. Aquellos hacendados a favor de restringir el número de
cabezas no tenían dudas acerca del número de cabezas que un trecho podía contener, y querían
una acción gubernamental para prevenir sobrecargas. Consecuentemente, a pesar de que no
fueron hechas sugerencias al respecto, una agencia gubernamental sería puesta a cargo de contar
las cabezas en pequeños espacios, los que se suponían debían tener el mismo suelo y pastos y por
lo tanto la misma densidad, con el fin de penalizar a aquellos pequeños propietarios que
sobrecargaban sus tierras. Teniendo en cuenta la inhabilidad del gobierno para imponer otras leyes
en la campaña, esta regulación era costosa e impracticable.
Cuatro hacendados (7%) de los 54 que respondieron la primera pregunta no respondieron
la pregunta acerca de la venta compulsiva de pequeños trechos de los propietarios vecinos.
Cuarenta y cuatro hacendados (81%) estaban en contra de ventas compulsivas, pero 6 (11%)
estaban a favor. Para los anteriores, el derecho de disfrutar lo que había sido heredado (pequeñas
parcelas provenían de la división de grandes espacios entre herederos) era lo principal. Para los
últimos la deliberada sobrecarga de pequeñas parcelas era un comportamiento criminal, punible
con la pérdida del derecho a disfrutar esa propiedad. Considerando que el decreto de 1823 era
pobremente impuesto, era dudoso que este punto de vista pudiera haber sido cambiado en una ley
que pudiera hacerse cumplir. Más allá del débil desarrollo institucional en la campaña, el principal
impedimento era que se requería la colaboración compulsiva de vecinos, ya que serían forzados a

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comprar aquellos pequeños espacios. Cuatro hacendados que se opusieron a ventas compulsivas
estaban a favor de imponer multas para prevenir la sobrecarga en los pequeños espacios. Otros
dos de esos hacendados estaban a favor de forzar a los pequeños propietarios a alquilar sus
espacios, una medida que también habría requerido la colaboración forzada de vecinos
propietarios, ahora como arrendatarios más que compradores.
La tercera pregunta, sobre la restricción del número de marcas, fue respondida por 52 de
los 54 hacendados que habían respondido la primera pregunta. Treinta y siete hacendados 69%)
estaban en contra de restringir el número de marcas que un hacendado podía tener, pero 15 (28%)
estaban a favor de las restricciones. El principal interés de los anteriores era práctico -diferentes
marcas eran usadas por diferentes herederos en una estancia, y por diferentes estancias
pertenecientes a un mismo dueño, como Marcelo Ignes hacía en sus tres estancias en San Pedro y
San Nicolás. El principal interés de los que favorecían las restricciones fue el robo de ganado. A
pesar de que todas las marcas serían registradas por la policía, de acuerdo al decreto del 23 de
febrero de 1822, el uso de muchas marcas, argumentaban, facilitó los robos. No está muy claro
por que una única marca los detendría. La marca de Anchorena era conocida en toda la campaña,
por lo tanto era más dificultoso conducir sus vacas o transportar sus cueros ilegalmente. Pero,
como uno de los que se opuso a las restricciones remarcó, las marcas de otros grandes
propietarios eran menos conocidas, por lo tanto el uso de una marca única no tendría un efecto
similar.
Alsina adoptó el punto de vista de la mayoría para el Código Rural en los tres casos. Las
diferentes posiciones sobre la definición de los derechos de propiedad muestra que la variedad de
intereses y las dificultades eran la base de cualquier definición. La propiedad debía ser protegida
de las exterioridades, pero esa protección era costosa, tanto en términos monetarios (un problema
frecuentemente desatendido) como en términos de otros derechos. En el primer caso, el alto costo
(una nueva agencia para imponer la ley, control constante) y la escasez de sentido práctico
(imposible determinar la carga justa para cada espacio único) de la opinión de la minoría eran
claros. En el segundo caso, su completo sentido práctico (compras y ventas de tierras
compulsivas) también eran claros. En el tercer caso, la opinión minoritaria era exigible y de algún
beneficio extendido, pero corría contra hábitos afianzados que no eran enteramente irracionales.
Otras preguntas fueron respondidas en una manera menos directamente, y las opiniones de
los hacendados son más difíciles de definir. Dos preguntas apuntaban a problemas tan importantes
como aquellos ya considerados - tránsito de los animales y provisión de agua. Arriar vacunos a
través de las pampas aún no cercadas significaba cruzar las tierras de otra gente, consumiendo sus
pastos y agua. No había otra manera para que los vacunos alcanzaran el mercado urbano, por lo
tanto algún ajuste era necesario para continuar tal inevitable práctica cuando se redujeron sus
exterioridades. Las opiniones sobre sus problemas varían desde aquellos que favorecían la
construcción de caminos (lo que sea que pudiera significar en las pampas abiertas) hasta la
asignación de lugares predeterminados para los rebaños en tránsito, desde la imposición de multas
hasta cargas por el consumo de pasto y agua. La última sugerencia fue de Juan Dillon y fue
adoptada (con una tortuosa redacción) por Alsina en su Código. Treinta y cinco de los 54
hacendados dieron una respuesta clara a la pregunta de los animales en tránsito, y 47 respondieron
la pregunta sobre el suministro de agua. La mayor parte de los primeros (42 hacendados) estaban
a favor de forzar a los propietarios a suministrar agua a sus rebaños para prevenir la dispersión en
caso de sequía. Cinco hacendados estaban en contra de cualquier compulsión. Matías Ramos
Mejía dio la mejor razón para sostener la opinión anterior - espacios con un suministro natural de
agua eran arruinados por los rebaños de otra gente, mientras las tierras sin agua se recuperaban
tan pronto como se terminaba la sequía. Pero si este era el caso, un abrevadero artificial tendría

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claramente el mismo resultado. A pesar que el agua podía ser obtenida a bajo precio por cualquier
propietario, había un incentivo negativo a construir abrevaderos artificiales. El balde sin fondo
introducido a mediados de los ‘20s no era lo suficientemente bueno (eran necesarios caballos y
jinetes para operarlo), por lo tanto el mejor momento fue cuando Pellegrini inventó el balde
volcador en 1853, o aún hasta el pozo artesiano, bombas de agua, y molinos de viento empezaron
a esparcirse sobre las pampas en los ‘70s.
Las respuestas a problemas menos urgentes, como la caza y epizootias, fueron aún más
difusas. Treinta hacendados respondieron a la primera. Veintiséis de ellos estaban a favor de
prohibirla, y 4 estaban a favor de regularla. La caza estaba ya regulada, pero la imposición era tal
vez pobre. Treinta y siete hacendados respondieron la pregunta sobre epizootias. Para 3 de ellos,
los animales afectados serían encerrados en corrales y aislados de los otros rebaños, para otros 4,
las autoridades (municipalidades, justicias de paz) deberían implementar medidas adecuadas.
Hubo una sugestión para que un comité de hacendados se organizara eventualmente para manejar
el problema. Veintinueve hacendados, sin embargo, respondieron por ninguna acción. No había
habido ninguna epizootia aún, argumentaban, y debido a la dispersión de los animales en los
campos abiertos de las pampas, pensaban que era improbable su desarrollo en un futuro próximo.
Más allá de responder a las preguntas de Alsina, muchos hacendados expresaron sus
preocupaciones acerca de diversos problemas. Todos estos comentarios se dirigían a una mejor
definición de los derechos de propiedad por el incremento de la acción del gobierno y la
regulación. La acción del gobierno fue requerida para construir caminos entre propiedades, como
sugirió Juan Cornell, para establecer los linderos, como recomendó Leonardo Brid, y para
levantar el mapa topográfico de la provincia, como propuso Lino Lagos, especialmente el área
que rodeaba a Buenos Aires que no había sido incluida en el Registro Gráfico de 1830.
La imposición de las regulaciones existentes fue requerida para detener los abusos
concernientes a rodeos y marcas. Pero regulaciones nuevas eran requeridas para múltiples asuntos
de mascotas como la restricción el número de perros en una estancia, demandando una
justificación para quienes usarían botas de potro para detener la matanza ilegal de potros,
imponiendo multas a transeúntes que pasaran a través de los rebaños, impidiendo arreos y rodeos
nocturnos, restringiendo el número de poblaciones en una estancia, regulando la apropiación de
vacunos perdidos, y prohibiendo la ganadería o la cría de caballos en espacios más pequeños que
una suerte de estancia (equivalente a 2.025 hectáreas). Otras regulaciones fueron sugeridas por
algunos hacendados para forzar a sus colegas a mantener un cierto número de vacas y caballos e
un espacio, para establecer los límites de sus propiedades, o, en colaboración con el gobierno,
compulsivamente trasladar a los agregados a los pueblos rurales.
No fueron impuestas restricciones al número de perros en las estancias, y los agregados no
fueron relocalizados en pueblos rurales, pero, como se ha remarcado, algunas opiniones de los
hacendados fueron incorporadas en el Código. En su búsqueda por definir sus derechos de
propiedad y combatir las exterioridades mejor, algunos hacendados sugirieron nuevas
regulaciones que serían dificultosas y más baratas para imponer, y, si se imponían, crearían nuevas
exterioridades: Juan Dillon denunció el intento de eliminar las pequeñas propiedades, y Gregorio J
de Quirno lo consideró una manifestación de “feudalismo”. Consecuentemente, la libertad para
disfrutar de los derechos de propiedad fue completamente defendida por el Código, a solicitud de
la mayoría de aquellos hacendados quienes se preocuparon en contestar las preguntas de Alsina, y
las multas, como recomendaron otros, fueron convertidas en el principal medio para manejarse
con las violaciones a esas reglas. Tales multas servirían para fortalecer la facultad de los agentes
gubernamentales para imponer la ley en la campaña. La encuesta misma fue un importante hito en
el proceso de consolidación institucional, pero aún más significativo fue la aprobación del Código

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Rural.

El Código Rural

El Código Rural de Buenos Aires fue aprobado el 6 de noviembre de 1865. Para


bosquejarlo Alsina usó los puntos de vista de los propietarios que había recolectado así como
leyes y decretos de temas rurales utilizados en Buenos Aires desde 1821. También utilizó otras
fuentes, como libros sobre agricultura que le fueron enviados por Mariano Balcarce, el ministro
argentino en Francia, y las estadísticas de Maxwell. Las publicaciones europeas, reportó Alsina,
fueron menos útiles de lo esperado debido a las “profundas y radicales diferencias” entre las
campiñas europeas y las de Buenos Aires, dejando de lado los métodos de la administración
pública rural, los tipos de industrias rurales, los sistemas de explotación, y hasta las “condiciones
morales de los habitantes”.
El problema más importante que Alsina enfrentó cuando bosquejó el Código fue el débil
desarrollo institucional de la campaña. La principal agencia de imposición de las leyes, la policía,
era controlada por el gobierno nacional. Esta era una situación temporaria debido a una
incompleta organización de la administración nacional inaugurada en 1862. El gobierno de
Buenos Aires podía de cualquier manera delegar en la policía, pero las instituciones civiles eran
ineficientes o no existentes. Las municipalidades no estaban aún organizadas en todos los
partidos, y aunque lo estuviesen, debido al disenso entre sus miembros o a su falta de interés, la
justicia de paz, tenía a su cargo la toma de decisiones. De esa manera el delegado del gobierno
realizaba las decisiones de justicia, de policía y las tareas municipales. Eso estaba mal, pero el
Código Rural no podía modificar nada respecto a ese tema. Una completa implementación del
Código Rural podría difícilmente ser esperada bajo estas condiciones de indiferenciación de las
oficinas públicas.
De una naturaleza diferente era el problema de Alsina para ajustar su bosquejo a la
legislación existente. Muchas de la sugerencias de los hacendados fueron descartadas debido a la
violación potencial de los derechos constitucionales y regulaciones (Alsina no da ningún ejemplo
concreto). Pero más complicado fue bosquejar el Código Rural antes de la codificación de las
leyes civiles, criminales y de procedimiento. Alsina orgullosamente destacó que su código, una
vez aprobado, sería el único Código Rural sobre la tierra. No había ninguno en España, Prusia,
Bélgica, los Estados Unidos ni en Francia, “aquella nación esencialmente propensa a las
regulaciones”.
El Código Rural comprendía 319 artículos divididos en una pequeña introducción,
proporcionando algunas definiciones generales (artículos de 1 al 5) y cinco partes: estancia
ganadera (artículos del 6 al 146), agricultura (artículos del 147 al 206), otros temas rurales
relacionados tanto a las estancias ganaderas como a la agricultura (artículos del 207 al 284), la
policía rural (artículos del 285 al 309) y las autoridades locales y temas generales (artículos 310 a
319). Las secciones dedicadas a las relaciones laborales (parte III, sección 3), y a la vagancia y
otros crímenes (parte IV) habían atraído la atención de investigadores interesados en mano de
obra rural. Pero los más grandes segmentos dedicados a la especificación de los derechos
relacionados con todos los otros aspectos de las actividades rurales (partes I y III) habían sido
mayormente desatendidos. Estas secciones se relacionaban con bestias, bienes, y servicios más
que con la gente, pero aquellas bestias, bienes y servicios estaban en el núcleo de la riqueza de
Buenos Aires, y su particular uso es de ninguna manera menos importante que el suministro mano
de obra.

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Alsina había indagado sobre las ventajas en la restricción del número de animales en una
estancia y estableciendo un límite a la mínima extensión de una estancia. El Código Rural dejó
tanto la extensión de una estancia como el número de animales al criterio personal del propietario
de la tierra, pero los límites deberían marcados claramente dentro de los cinco años. Aquellos que
fallaran en el cumplimiento de estas obligaciones pagarían una multa de $300 por mes por cada
legua de tierra.
Ninguna restricción fue impuesta sobre el número de marcas permitidas para cada
ganadero. Como en el pasado, las marcas deberían ser registradas con la policía, pero las
municipalidades deberían tener también sus propios registros. La razón para este doble registro
parece ser la dispersión de los animales en la campaña. La proliferación de los dueños de animales
hizo difícil mantener al día las marcas y, consecuentemente, los propietarios legales de cueros
enviados a Buenos Aires.
Por lo tanto, en relación con aquellos temas que habían llamado la atención preferencial de
los dueños de las tierras que contestaron a la encuesta de Alsina, el Código Rural no impuso
restricciones en el completo uso de los derechos de propiedad, pero fueron introducidas multas
para prevenir exterioridades. Aquel delicado balance entre el derecho a disfrutar de la propiedad y
la prevención de los daños a otras personas causados por aquel fundamental derecho estaba
presente en todo el Código.
La intrusión en tierras de otros fue también objeto de multa. Ninguna escusa era válida, ni
rodeos de animales, ni caza de ñandúes, ni campamentos casuales. Las poblaciones deberían ser
establecidas a una distancia de los límites, y los animales deberían ser alejados de los espacios
vecinos. Los dueños de las tierras que encontraran las cabezas de ganado de otra gente en sus
estancias deberían reportarlas a las autoridades, quienes verificarían sus quejas. Si la queja era
válida, la cabeza perdida debería ser encerrada y multado su dueño. Si la multa no era pagada ese
ganado sería rematado para cubrir los gastos, y el remanente sería dado al dueño original. Si el
ganado hubiese causado algún daño a las cercas, árboles o zanjas, esa suma sería retenida. El
ganado rematado sería inmediatamente sacrificado para prevenir cualquier reclamo de su dueño.
La dispersión del ganado debido a sequía, incendios, inundaciones o cualquier otro desastre, de
todos modos, no era la culpa del dueño del ganado ni el daño que el ganado podía causar
inintencionalmente a los dueños de las tierras, casas o quintas. Había además una distinción hecha
entre aquerenciamiento deliberado de un rebaño en la tierra de alguien y la dispersión accidental
del ganado. El primero no sería tolerado; el último era imposible de prevenir. Consecuentemente,
había disposiciones para regular las mezclas de cabezas.
Los dueños de ganado deberían hacer rodeo para apartes cuando se les solicitara, pero las
pariciones, sequías o escasez de mano de obra estaban listadas entre las excepciones a tal
obligación. Tales rodeos eran para permitir a los ganaderos separar sus cabezas de los rodeos de
otros. A pesar que la invasión intencional de las tierras de otros estaba penada, no había manera
de prevenir la mezcla accidental de rebaños vecinos. Los ganaderos no estaban forzados a
mantener estos rodeos de cabezas por más de 6 horas, y podían negarse a realizar rodeos en la
tarde. En caso de disenso acerca de la propiedad de los animales, la “autoridad más inmediata”, tal
vez el juez de paz, decidiría. Los apartes habían sido reguladas por la costumbre, pero el Código
Rural introdujo un tercer interesado en tal practica, la autoridad legal.
El rol de la autoridad local estaba extendido a otras disposiciones del Código más allá de
la mera imposición de prácticas aceptadas. Las marcaciones debían ser anunciadas a los vecinos al
menos 6 días antes, para permitirles separar sus cabezas de los rebaños a ser marcados. Un
representante de la justicia de paz estaría presente cuando la marcación fuera realizada, pero su
ausencia no era razón para suspenderla. La omisión de notificar sobre la marcación era pasible de

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una multa de 1 peso por cabeza, estimado de acuerdo con el número de cabezas en el rebaño a ser
marcado. Las autoridades municipales o el juez de paz estaban a cargo de cobrar las multas. En el
día de la marcación, los rebaños debían estar listos 6 horas antes del comienzo de la operación,
para dar tiempo a los vecinos de sacar sus cabezas. El representante del juez de paz tomaría nota
de todas las vacas y caballos marcados con marcas no conocidas y trataría de encontrar a sus
dueños, cargando estos con los gastos. Una vez que la marcación había empezado, el estanciero
no podía ser requerido para realizar ningún rodeo hasta que la operación estuviera concluida. Si
los vacunos de algún otro fueran marcado por error, debían ser contramarcados, pero si fueran
marcados adrede, su dueño legítimo debería percibir el doble de su valor, y podían seguirse cargos
criminales. En caso de sequía, epidemias, o desorden público, el gobierno podía prohibir las
marcaciones. Las marcaciones eran negocios privados, pero las regulaciones del Código Rural,
concebidas para proteger el derecho de propiedad sobre el ganado, introdujo un poder externo a
esta práctica.
La ejecución de la ley no era gratuita. Se imponían multas para financiar la protección de
los derechos de propiedad. Los poseedores de espacios sin cercar no podían impedir el tránsito.
Los rebaños podían detenerse para descansar por 12 horas, y las carretas por 3 días. Los arrieros
de estos rebaños o carretas debían permanecer sobre el camino principal, manteniendo a las
bestias bajo control, y preguntar al propietario por un lugar para acampar. En caso de dispersión
de los rebaños, podían hacer lo que fuera necesario para reunirlos denuevo sin pagar ningún gasto
al propietario. Pero si los animales dispersados se mezclaban con los rebaños del propietario, se
debía solicitar un permiso para rodeo. Había multas para los arrieros que no cumplían con las
reglas. Pero más notable que la imposición de esas multas era su destino: la mitad para el
propietario de la tierra y la mitad para el tesoro municipal. La única razón (aunque no fue dada
ninguna) para dividir las multas era hacer pagar a los transgresores porque era requerida la
intervención de la justicia de paz o la policía. Otro nuevo elemento introducido por los artículos
referidos al tránsito fue que la estadía en las tierras de otros no podía ser impedida, pero no era
gratuita. La enmarañada redacción de un artículo puntualizaba que “si el propietario, poseedor, o
inquilino de un espacio rechazara cobrar compensación alguna”, podría recibir 10 pesos por hora
por cada 100 cabezas de vacunos o caballos o 50 pesos por cada 1.000 ovejas. El pasto ya no
sería un bien gratuito en las pampas.
La provisión de agua en cada estancia, una mejora clave para prevenir la dispersión de los
animales, también fue una cuestión considerada por los propietarios que contestaron la encuesta
de Alsina. Más allá de las opiniones de los que enfatizaron las desventajas de los abrevaderos, el
Código estableció la obligación para cada propietario e inquilino de construir abrevaderos
artificiales. Una multa de 1.000 pesos sería cobrada a aquellos que hicieran caso omiso de la regla.
Si debido a la insuficiencia de acceso al agua en su estancia, los animales invadían las tierras de
otro, el dueño de estas tierras podía cobrar 5 pesos por cada cabeza de vacuno o equino a su
dueño por el suministro de pasto y agua. Las autoridades municipales y jueces de paz designarían
comités para inspeccionar los abrevaderos artificiales y ver que su número estuviera acorde con el
número de cabezas de cada estancia. Sólo en caso de sequía sería permitido el acceso libre al
agua, prescindiendo de los derechos de propiedad sobre la fuente de agua. La obligación de
construir abrevaderos recaía sobre los poseedores de tierras, pero la imposición de tal regla recaía
sobre el gobierno. No fueron asignados fondos para ello, pero a los transgresores se les cobraba
por el consumo de pasto y agua de sus animales en tierras de otra gente. Luego que el Código
fuera aprobado, hubo una activa búsqueda de dispositivos para abastecimiento de agua, como
bombas, pozos artesianos, y más tarde molinos de viento. Probablemente esta regla ayudó a
esparcir estos dispositivos sobre las pampas.

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La protección de los derechos de propiedad requirió una detallada especificación de estos
derechos. La franqueza de las pampas no facilitaban dicha especificación, pero las regulaciones del
Código Rural se basaban en hábitos y costumbres, cambiando aquellas tradiciones que ya no se
adecuaban a la protección de derechos sobre la tierra y animales. La caza de animales salvajes -
ñandú, perdiz, aves, venado, nutria, y armadillo- fue una actividad tradicional en la campaña. Por
una pocas décadas después de 1810, la exportación de pieles y plumas de animales salvajes
alcanzó un nivel significativo. En los ‘60s tales exportaciones no eran relevantes, pero el
abastecimiento de animales salvajes era aún abundante. El Código Rural buscó cambiar la manera
en que la caza se realizaba. Los animales salvajes ya no eran propiedad común sino que
pertenecían al que poseía la tierra donde se encontraban. La propiedad de la tierra fue el principal
criterio para determinar los derechos sobre los animales salvajes. Estos eran pertenencias del
poseedor en cuya tierra eran encontrados. Si eran lastimados y escapaban a una estancia diferente,
pertenecían al poseedor de esa estancia. Más que protección sobre sus verdaderas fuentes de
ingresos que los poseedores de tierras podían esperar de la caza de esos animales o de la
concesión de licencias a otras personas para hacerlo, esta regla pretendía mantener a los cazadores
ilegales lejos de los ganados para prevenir su dispersión. Lo mismo puede decirse acerca de la
caza de perros. Había aún perros salvajes en la campaña, y aún molestaban a los ganados. Pero
debían ser eliminados con carne envenenada. La caza podía sólo ser realizada con permiso
concedido por el propietario. Las multas por desatender esta regla sería de 500 pesos, y aquellos
que no podían pagarla serían destinados a trabajo públicos hasta que los salarios ganados fueran
iguales al monto de la multa. Las tierras públicas también estarían libres de los cazadores, a no ser
que fuera obtenido un apropiado permiso de las autoridades municipales o el juez de paz.
Ambientalmente correcto avant-la-lettre, el Código Rural de Alsina se encargó de la
protección de especies salvajes, siguiendo (y yendo más allá) de las disposiciones del decreto del
22 de noviembre de 1821. Cada municipalidad determinaría períodos de veda para cada especie.
La caza durante esos períodos sería ilegal, y las multas y penas serían determinadas por las
municipalidades. Las vedas no serían restringidas a las tierras públicas: aún los propietarios serían
penados por cazar fuera de estación en sus propias tierras. Esta fue tal vez la única regulación
introducida por el Código Rural que restringió el total goce de los derechos de la propiedad, pero
apuntaba a servir al bien común superior - la preservación de las especies salvajes.
La recolección de “productos espontáneos del suelo” un problema para los estanciero
tanto como la caza. Cardos, paja, y otros pastos gruesos usados como combustible, tanto como
piedras y conchas, fueron declaradas de propiedad del poseedor de la estancia. Tales productos no
podían ser recogidos sin el permiso de propietario. Lo mismo se aplicaba a la tierra pública, donde
debía ser obtenido un permiso municipal para recoger estos productos. Las multas serían similares
a las aplicadas para la caza. La razón para esta regla fue más por prevención a las intrusiones que
la protección de plantas y minerales.
Las autoridades distritales (municipalidades, jueces de paz) estaban a cargo de vigilar que
pequeños espacios no fueran sobrepastoreados, que los propietarios no alquilaran pequeñas
porciones de sus tierras, que los poseedores ayudaran a controlar los cardos, y que los árboles
fueran plantados para proveer a los animales de sombra en verano y cubrirlos del viento en
invierno. Para todos estos y otros propósitos similares, no había otro mecanismo que el de “aviso
y persuasión” para aplicar la ley. Se había dejado también a las autoridades locales ofrecer
incentivos para exterminar insectos (principalmente langostas) y arreglárselas con las sequías y
epidemias.
Los derechos de propiedad fueron redefinidos de esta manera por el Código Rural a
mediados de 1860. La propiedad fue protegida de la intromisión, del daño intencional o

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accidental. Los instrumentos legales fueron diseñados para tratar con el conflicto sobre los
animales y bienes rurales. El acceso a las pasturas y el agua ya no sería libre, y las actividades
cotidianas desarrolladas en las estancias, como los rodeos, marcaciones y apartes, fueron
reguladas para prevenir a los propietarios de ser dañados por las acciones de otra gente tanto
como para prevenir que sus acciones dañaran a sus vecinos.
Toda esta actividad reguladora pretendía una mejor definición de derechos, pero dependía
de una pobre capacidad pora hacer cumplir la ley. Las autoridades municipales no estaban
organizadas en todos los distritos, y la justicia de paz no controlaba a la policía. El proceso de
organización institucional de la campaña era, no obstante, en camino. El mismo hecho que los
hábitos y costumbres fueran convertidos en legislación subraya una tendencia, lentamente
desarrollada desde el principio de la expansión sobre las pampas. Hábitos y costumbres podían ser
autocontrolados, pero debido al rápido crecimiento de la población y el territorio, un árbitro
externo era necesario para reorganizar las condiciones institucionales de producción. El Código
Rural no da cuenta del proceso de evolución institucional, pero sirve como fotografía tomada en
un momento de cambio. Los elementos que señalan el pasado y el presente pueden ser
reconocidos para determinar la dirección de la evolución institucional.

Conclusión

La expansión de la ganadería sobre las pampas fue afectada por condiciones institucionales
definidas por las leyes y regulaciones, hábitos y costumbres. Esas condiciones giran alrededor de
dos tipos de problemas conectados: por un lado, la redefinición de los derechos de propiedad para
manejar las exterioridades puestas en marcha por la expansión de la producción; por otro lado, el
problema del orden público. En ambos casos había un delicado balance entre la protección de
derechos, de las exterioridades y el crimen, y el costo de garantizar esa protección. Este balance
fue resuelto produciendo un sistema competitivo más que haciendo lobby para obtener privilegios.
No fue necesaria la virtud para hacerlo - el costo de imponer un privilegio superó el de la
competencia.
La interacción entre factores naturales y humanos definió un conjunto de condiciones
institucionales que eran al mismo tiempo desarrolladas como las relaciones entre esos factores
cambiados. Hábitos y costumbres que habían sido aceptadas como buenas, o eran muy costosas
de erradicar por su utilidad eran soportados, demandada una nueva definición de derechos de
propiedad, los cuales aún serían dependientes de un balance entre el beneficio introducido por tal
potencial redefinición y el costo de emprenderla.
Las preguntas de Alsina, las respuestas de los propietarios, y el Código Rural tomados en
conjunto muestran como los derechos sobre los bienes y servicios fueron cambiando a mediados
del siglo diecinueve en Buenos Aires. Los bienes públicos fueron apropiados, en el papel al
menos, y la violación de las regulaciones era desalentada por las multas. El uso de la propiedad
permaneció sin control (salvo la veda de la caza), pero las exterioridades estaban ahora
debidamente controladas. La aplicación de la ley permaneció problemática, pero Alsina no
introdujo este elemento de duda en el código. A pesar que el costo de la aplicación de la ley no
fue enteramente removido del pensamiento de los propietarios, no hay una referencia explícita a
esta cuestión en el Código, con lo cual implícitamente dependía de las multas para ayudar a
sostener los gastos.
Regulaciones, leyes y el Código fueron tal vez insatisfactoriamente aplicados y en gran

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medida desatendidos, pero las cuestiones que trata eran un reflejo de los problemas reales que
afectaban la producción rural. Como tales, pueden ser considerados fotografías, congelando una
realidad existente que puede desarrollarse luego en numerosas direcciones. El Código Rural de
1865 fue una expresión de cambio institucional en la campaña, pero el cambio no se detuvo
cuando se aprobó. Godofredo Daireaux, en la cuarta edición de su tratado sobre “ganadería en la
estancia moderna”, publicado en 1908, subrayó que la expansión de la agricultura, la
multiplicación de ferrocarriles, el desarrollo de la exportación de vacunos y carne congelada, la
importación de toros, y la división de la tierra había tornado obsoletas las previsiones del Código.
El “progreso general del país” requería, como cuatro décadas antes, una redefinición de los
derechos de propiedad y un nuevo perfeccionamiento de la imposición de la ley. Este capítulo ha
examinado las cuestiones debatidas por los hacendados y el gobierno desde mediados de los ‘50
hasta mediados de los ‘60 para mostrar como fue el balance entre derechos de propiedad y
exterioridades expresando un particular desarrollo institucional que afectó la producción rural en
la campaña de Buenos Aires.

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