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Hace más de 15 mil años, nuestros ancestros afinaban su sensibilidad de acuerdo


con la cantidad de cosas que lo rodeaban. Esto quería decir, que en el deseo de aprehender
la realidad, lo cuantitativo empezó a tener un significado especial. Por ello los dibujos en el
suelo, las paredes y en las rocas de las cuevas donde vivían daban cuenta de ese inventario
vuelto a recrear con trazos mágicos ± simbólicos. Una línea que adquiría diversas formas,
ya hacia la representación deductiva del valor quántico y representativo de un valor
inteligible entre la percepción y la representación mental de esos trazos.

Más adelante, se incorporó el concepto de cifra, que le fue indispensable al hombre para su
progreso tecnológico.
El comercio exigía algunas nociones en el contar. A medida que el hombre iba
evolucionando, con el tiempo la diferenciación de los números a nivel fonético, se hizo
necesaria, y es posible que se hayan usado los mismos elementos fonéticos entre los
elementos naturales, y los que estas cifras y números guardaban algunas semejanzas. La
capacidad de comunicación del hombre era precaria en cierta manera, pero con el tiempo se
dio la utilización de símbolos para cuantificar cantidades. Esto fue generando
combinaciones y significados particulares, y dentro de este simbolismo, el valor era más
allá de lo que implicaba su cantidad, por ello, las figuras numéricas se convirtieron en
figuras mandálicas, es decir, portadoras y transmisoras de energía por si mismas, en función
de sus formas.

Una manifestación (la más pura) del esfuerzo e inventiva humana para llegar a comprender
la esencia cosmológica, el todo. Es así, que el número como representación del mandala, es
una triple realidad en la unión del gesto ± símbolo ± objeto, en el que la dispersión de los
objetos de la naturaleza queda concretizada en un nuevo orden recreado y congelado en el
tiempo.

Geométricamente, el mandala surge del círculo, del cuadrado o del triángulo equilátero,
figuras planas elementales, representaciones de una dimensión de igualdad entre sus lados y
una relación directa proporcional de la superficie con respecto a dichos lados.

Estas formas elementales han sido utilizadas por el hombre en diferentes tiempos y culturas
simbolizando el orden del universo.

El simbolismo de los números actualmente guardan en sí todo aquello que es mágico y


místico del pasado, se ha incorporado en la conciencia colectiva del hombre, muchas veces
de manera inconsciente.

Hace tres mil años antes de Cristo, los sumerios crearon un sistema numérico que luego
daría el sistema numérico del tiempo, es decir la hora en 60 minutos y 60 segundos.

Luego en la cultura griega, surgió la numerología moderna, cuya paternidad se le atribuye


al filósofo y matemático Pitágoras (632 A.C.)
Los judíos también le dan importancia al estudio de los números. La Kabala, o las
interpretaciones cabalísticas de sus escrituras, también aportan con una rica tradición para
entender el surgimiento de la numerología moderna.

La ciencia de los números ha llegado a nosotros más directamente a través de Pitágoras,


que recibió los conocimientos en los templos egipcios, que eran los que guardaban todo el
saber. Para él, los números eran una forma de filosofía de vida, que se basaba en las leyes
de los opuestos, así podía crear y comprobar las leyes de periodicidad y progresión que se
usan aún en la actualidad. En Trotona, al sur de la península itálica decide establecerse y
fundar una secta místico religiosa basada principalmente en los números, como lo hace
constar su lema ³los números rigen el universo´.

Dividió su doctrina en dos facciones, por un lado se encuentran los  - . a
quienes Pitágoras transmite los conocimientos científicos aprendidos en Egipto y los
. ., quienes participan de todas las actividades de la comunidad aunque sin
comprender con profundidad los principios de ésta.

En resumen, la metafísica pitagórica reposa sobre un monoteísmo, sobre la idea de que


Dios se encuentra en el origen de todo y sobre la especulación filosófica y científica
resultante de la teoría del número.

Parte de sus enseñanzas quedaron plasmadas en los Versos de Oro. Pitágoras impuso una
férrea disciplina física y mental, enseñaba a pensar, impuso la regla del ejercicio y la
concentración. La iniciación en la comunidad comprendía varias fases, el iniciado era
sometido a pruebas físicas y de oratoria, aislado en una celda donde aprendía las prácticas
del silencio, el ayuno como virtud para alcanzar la verdad.

En la escuela los alumnos estaban divididos en tres grados: los . . u oyentes, que
duraba de tres a cinco años, no tomaban parte en las discusiones y recibían enseñanzas de
un maestro. El segundo grado los $  .i, quienes coordinaban el estudio de la
matemática, geometría y la música y su relación armónica entre ellas. El tercer grado
correspondía a los (-. dedicados a estudiar la vida interna. Esta tradición pitagórica
pasó a las escuelas neoplatónicas, de donde mucho de sus enseñanzas pasaron al
cristianismo como modelo de sus instituciones monásticas, con las cuales la francmasonería
de la Edad Media se relacionó íntimamente en su carácter activo y especulativo. No hay
que extrañarse entonces que los antiguos hermanos masones llamaran a Pitágoras ³su
antiguo amigo y hermano´.

Sus seguidores estaban convencidos que los números jugaban un papel preponderante en la
conformación del universo, que sus leyes dominaban todas las cosas, que eran la esencia
misma de ellas, pues los números eran entidades geométricas, físicas y aritméticas, dotadas
de cualidades como el amor y el odio, lo masculino y lo femenino. Disponían los puntos a
modo de vértices de diversas figuras geométricas, refiriéndose a ellos con el nombre de
números triangulares, cuadrados, etc. Así, los números poseían no sólo un tamaño
cuantitativo, sino, además, una figura geométrica, siendo en este sentido en el que
consideraban que los números eran las formas e imágenes de los objetos naturales.

La cosmología pitagórica tiene como base la perfección y nobleza de los cuerpos celestes,
los pitagóricos creían que el universo se encontraba dividido en tres partes. La primera de
ellas y, por consiguiente, la más imperfecta, era el Uranos o la Tierra y su esfera lunar,
siguiéndole el cosmos limitado solamente por la esfera que contenían a las estrellas fijas, y
por último, el Olimpo, la morada de los dioses. El cosmos englobaba los conceptos de
belleza y orden que tenía su correspondencia en el mundo, el hombre, a su vez, era una
especie de microcosmos que reproducía los principios del macrocosmos, el universo.

Los números se constituyen como la clave de las leyes armónicas del cosmos, por lo tanto,
son los símbolos de un orden cósmico divino. Como ³arquetipos divinos´ están ocultos en
el mundo y se hacen evidentes al traslucirse el universo a través de ellos.

Los números no fueron arrojados a ciegas en el mundo, son parte del misterio que se devela
en las cosas del universo, que se ensamblan formando órdenes equilibrados, secuencias
armoniosas, consonancia en la escala musical, son vínculos dominantes, eternos, increados
de la eterna permanencia de las cosas desde la matriz de khaos, en el initio tempore de las
sustancias intracósmicas.

La periodicidad que descansa en unidades numerables de los ciclos cósmicos, debe haber
sugerido la idea de que los números no son meros auxiliares del orden introducido por los
hombres, sino, cualidades primarias del universo, huellas absolutas, desprendidas de
poderes divinos y, por consiguiente símbolo sagrado.
El poeta alemán Novalis sostenía que ³es muy probable que en la naturaleza exista una
maravillosa mística de los números; también en la historia. ¿Acaso todo lo importante no es
simetría, relación y orden?

Según Jug: ³si se toma un grupo de objetos despojados de sus propiedades, quedará
siempre al final, su número, lo cual parece indicar que el número es algo irreductible´. Para
Jug, los números son arquetipos que se han hecho concientes, pero aún en casos en que no
lo son, pueden surgir espontáneamente del inconciente, como pudo atestiguar reiteradas
veces en los sueños de sus pacientes, y en los mitos y sueños de tribus primitivas de
cualquier parte de la tierra. Así serían entidades autónomas no explicables a través de
conceptos, probablemente con cualidades aún no descubiertas. Como arquetipos, son
preexistentes a la conciencia, teniendo la capacidad de producir modificaciones en ella.
Agrega: ³entonces no sólo algunos números naturales y combinaciones de números se
relacionan con ciertos arquetipos e influyen sobre ellos, sino que en lo inverso también es
verdad. El primer caso equivale a la magia numérica, pero en el segundo, es equivalente a
explorar si los números, en conjunción con la combinación de arquetipos encontrada en
astrología, demostrarían una tendencia a comportarse de alguna manera especial´

Pensemos en la creación, en la persistencia de la vida, ellas dependen de la interacción


entre las fuerzas que tienden a ser y las que tienden a no ser, entre el impulso de ir hacia, y
la paciencia de esperar de recibir y acoger. Como producto de esta dinámica surge el ,
fruto liberador de la tensión entre los extremos, elemento estabilizador, principio
equilibrante, elemento nuevo a partir de la materia fecunda. El tres se yergue como germen
de vida nueva, como la materia en estado creado, como el resultado del uno más el dos.
Considerado como la materia fecundada por el espíritu, o el triángulo pitagórico original, o
la triada padre ± madre ± hijo. El tres fuente y origen de todas las cosas existentes a través
de sus componentes: sustancia, forma y movimiento.

Muchos conceptos han sido simbolizados con tríadas, triángulos y trinidades en las
diferentes culturas. Esta realidad la encontramos expresada de diversas maneras en la
mayoría de las cosmogonías existentes. Podemos dar algunos ejemplos: el sufismo nos
habla de la ley de tres: la fuerza activa, la fuerza pasiva y la fuerza neutralizante o
conciliadora. El taoísmo, con el yin, el yang y el tao, expresa la misma idea: ³el Tao
engendra al Uno, el uno engendra el dos, el dos engendra el tres, el tres engendra las diez
mil cosas´ En el hinduismo tenemos a Brama el creador, Vishnú el mantenedor y Shiva el
destructor. En el cristianismo la trinidad, la relación entre el Padre el Hijo y el Espíritu
Santo. Con la definitiva supremacía de la Iglesia Católica una nueva corriente filosófica
viene a agregarse a los misterios de este esoterismo cristiano. Aunque negado por la
mayoría de los jerarcas de la iglesia, la existencia de misterios puede encontrarse en los
textos primitivos, se trata pues de ver en los evangelios un misterio iniciático por revelar. El
evangelio de Marcos, el de Juan y algunas epístolas de Pablo testimonian un esoterismo,
una palabra revelada cuya inteligibilidad y comprensión necesita grados, desde la simple
alegoría hasta una interpretación que acerca el alma a los misterios divinos, que penetra en
el sentido místicos de las escrituras.

En tres grandes principios estribaba la doctrina de los misterios del cristianismo primitivo:
la unidad de Dios, la libertad del hombre y la igualdad entre los hombres. Cristo había
puesto en práctica las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Empezaba por
recomendar el amor al prójimo, estimulaba a sus hermanos al trabajo y al estudio de las
ciencias, y prometía una vida mejor cuando los buenos resultados de su doctrina y la fe
mutua entre los hombres, hayan proporcionado a estos la felicidad suprema que su autor
espera.

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La cultura del hombre desde siempre se ha constituido como un entramado de


realidades simbólicas. Al mundo natural su correlato esencial es el mundo simbólico que lo
complementa y le da un sentido espiritual o metafísico. Es su huella invisible que se devela
cuando desplegamos el conocimiento en la ritualidad de nuestros actos lejos de las miradas
profanas.

Toda acción humana tiene un contenido intencional, un propósito que da sentido hasta los
mínimos actos cotidianos, estos se constituyen en la interacción de las personas en la
convivencia y conversación. El lenguaje como sistema de símbolos, crea una red de
estímulos que provoca en los hombres una red de conversaciones con un doble sentido en el
discurso que denota y connota al mismo tiempo.

El lenguaje simbólico nos permite resignificar las cosas y los hechos del mundo desde un
nuevo conocimiento, más profundo, elaborado y armónico, nos permite transformar y dar
sentido al mundo con herramientas que llevan a la transformación, de nosotros en primer
lugar, y de los otros, con nuestro actuar masónico.

Dar sentido al mundo es iniciar un viaje iniciático como Shiddarta que en la búsqueda de la
verdad fue perfeccionando su vida hasta lograr tocar la divinidad.

Este viaje iniciático implica la muerte y la resurrección, el transito desde las tinieblas a la
luz, en busca de ese conocimiento que nos obliga a ser mejores, esta idea de perfección se
desarrolla en base a una profunda reflexión de nuestra propia realidad y el deber que
tenemos con nuestro prójimo.

El Q:. H:. Manuel Contreras señala que el lenguaje simbólico es propio de la tradición
masónica iniciática, permitiendo al aprendiz avanzar paulatinamente por una serie de
conocimientos graduales que van afianzando un mejor autoconocimiento consolidado en un
sistema de valores ± moral de gran riqueza y complejidad.

Fundamentalmente, la estructura y el sentido iniciático de la masonería se fundamenta en


tres grados: aprendiz, compañero y maestro, conformando una estructura o tríada filosófica
iniciática que se constituye como un edificio para la síntesis del progreso del conocimiento
verdadero que está velado al profano.

Igualmente este ternario iniciático es análogo a los tres planos o niveles de la manifestación
cósmica: Corpus Mundi, Anima Mundi y Spiritus Mundi, según la terminología del
hermetismo cristiano medieval. El cuerpo, el alma y el espíritu universal se corresponden
así con los grados de aprendiz, compañero y maestro, respectivamente.

De ahí que la realización iniciática reproduzca etapa por etapa, el proceso mismo de
formación del cosmos o del orden universal, motivo por el cual, y en razón de la analogía
existente entre el macrocosmos y el microcosmos, dicho ternario es también el de la
constitución del ser humano considerado en toda su integridad.
Utilizando el simbolismo geométrico, los tres mundos y por consiguiente los tres grados
iniciáticos, se representan como otros tantos círculos concéntricos, en donde, el más
periférico y exterior se correspondería con el plano corpóreo, el intermedio con el anímico
o psicológico, y el más interior con el espiritual.

La misma estructura cósmica e iniciática la encontramos en el antiguo símbolo del ³triple


recinto druídico´, en donde se distinguen tres cuadrados concéntricos, del más interior de
los cuales parten cuatro líneas que atraviesan los dos cuadrados restantes hasta sus límites.
En la jerarquía iniciática las líneas que parten del cuadrado central, corresponden a los
canales a través de los cuales se transmite, de a dintra a adextra, la enseñanza de la doctrina
y del conocimiento a todo el resto de la organización iniciática.

En la masonería, el conjunto de los tres cuadrados o círculos equivalen a las tres cámaras de
los grados de aprendiz, compañero y maestro. En este último, la cámara se denomina ³del
Medio´, y se identificaría entonces con el cuadrado central del triple recinto druídico.

Volviendo a los círculos concéntricos, el punto que tácita o explícitamente está


representado en el centro de este último círculo simbolizaría al Ser o Unidad Primigenia,
que en lenguaje masónico, no es otro que el Gran Arquitecto del Universo, (idéntico al
³motor inmóvil´ aristotélico), que aunque en sí mismo no manifestado como el punto, que
en realidad no existe en el espacio es no obstante el principio a partir de cuya emanación o
expansión se genera toda la manifestación, que depende enteramente de él en todo lo que
ella tiene de realidad.

En este sentido la transmisión de la fuerza espiritual recibida por la iniciación masónica es


análoga a la acción del   )emanado del Verbo Divino ³en el Principio´, dando lugar al
orden cósmico. Y así como ese orden fue sacado del ³Khaos´ por la acción de la palabra
luminosa y primigenia, el hombre es rescatado del mundo profano, o de las ³tinieblas
exteriores´, por la irradiación clarificadora que se genera en su conciencia gracias al poder
creador del influjo espiritual o iluminación iniciática, lo que acontece en el corazón, es
decir, en el centro mismo del ser.

La expresión ³tinieblas exteriores´ las utilizamos para referirnos al mundo profano,


constituye el reflejo invertido y oscuro de ³las tinieblas superiores más luminosas´, las
cuales conforman la esfera inteligible de los arquetipos espirituales.
De esta manera, y semejante a esa cosmogénesis, se produce una antropogénesis espiritual,
lo que equivale a la generación o nacimiento del hombre nuevo.

Esa palabra luminosa, el logos o sonido primigenio que insufla la vida y el ser a la materia
amorfa, es también, un ritmo cuya cadencia vibracional la articula y ordena. Y este ritmo
creativo es el gesto o rito cósmico por excelencia, prototipo de todos los ritos iniciáticos, lo
cual explicaría por qué, éstos son imprescindibles para potenciar la espiritualidad, que en el
fondo, lo que persigue, es transmitir al ser la energía de la Inteligencia y del Conocimiento
por mediación del código simbólico y la ritualización de los actos masónicos, despertándole
a sus posibilidades superiores y de su propia naturaleza humana, de acuerdo a lo que fue
hecho ³en el principio´ instalándolo en el tiempo mítico y verdadero.

Siendo la masonería una tradición procedente de las antiguas organizaciones y gremios


iniciáticos de constructores libres, ésta, concibe a la Unidad como un Arquitecto u
Ordenador Supremo, y al cosmos, como su obra más perfecta y elocuente, lo que hace
posible que el hombre pueda tomar a esta última, como un símbolo vivo que le permite
reconocer los principios o arquetipos que determinan todo lo creado, tanto en el cielo, como
en la tierra. Estos principios y leyes universales, y el orden visible e invisible, tangible y
sutil que de ellos emana, se expresan mediante las proporciones, medidas, ritmos y
estructuras de los números y las figuras geométricas, fundamento de todas las artes y
ciencias cosmogónicas, y sobre todo de la arquitectura sagrada, síntesis de todas ellas.

Si la masonería es llamada el ³Arte Real´, éste no consiste en otra cosa que en la


actualización, (en el sentido aristotélico de la potencia al acto, es decir, como un paso de la
posibilidad a lo real contenido en ella), en el plano del hombre y de la vida, de todas las
posibilidades de manifestación concebidas y contenidas eternamente en la mente y la
sabiduría del creador, que todo lo dispuso en número, peso y medida.

Belleza, Fuerza y Sabiduría es el nombre que recibe cada uno de los tres pilares sobre los
que se apoya la edificación del templo masónico, y por extensión del templo del mundo,
por tanto, equivalen respectivamente al número, peso y medida, divinas.

Esto nos da la idea de la existencia de un modelo prototípico reiterado en cualquier gesto


creativo, ya se trate ese gesto de la creación de un mundo, de un ser o de una obra de arte,
siendo ésta última la que el hombre finalmente pueda hacer consigo mismo en su interior.
Es por esta razón que el aprendizaje, conocimiento y encarnación de ese modelo, que el
cosmos completo simboliza, hace del masón un obrero de la construcción universal, en la
que él colabora concientemente.

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Para el aprendiz masón, sólo en las prácticas rituales de los símbolos es posible
alcanzar el significado de lo esotérico y filosófico como la única forma perfecta de acceder
al conocimiento y la verdad. Los elementos metafísicos y esotéricos permiten la
transmisión de los misterios que debe desentrañar el aprendiz en este nuevo viaje que ha
emprendido. En la intimidad de nuestro propio templo interior que debemos buscar la
armonía, entre las enseñanzas de la tradición y nuestra propia experiencia respecto a lo que
nos dicen esos símbolos para tomar las herramientas que nos permitirán devastar la piedra
bruta y al mismo reconstruir el templo fijando los eslabones con el resto de hermanos que
marchan a la misma dirección. Sólo así seremos piedras angulares, también, del templo
exterior, social, sintonizando la obra universal del Gran Arquitecto Del Universo. Los
principales elementos que nos acompañarán durante este proceso de maduración espiritual
están contenidos en las herramientas del grado; los símbolos principales de la iniciación y
la logia.

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Corresponde al simbolismo operativo de la francmasonería, herencia de las


sociedades de constructores medievales, y pretenden ser un guía del Aprendiz en su labor
de desentrañar la duda filosófica que se hace prender en el espíritu del iniciado, en relación
con todos aquellos aspectos que no han sido analizados por el mismo, así como en sus
esfuerzos por salir de las tinieblas de la ignorancia, con el fin de vivir y conquistar su
propia dignidad. En este sentido, es necesario destacar los cuatro elementos consustanciales
de esta edad simbólica: la piedra bruta, el mazo, el cincel y el mandil.
Al pulir la piedra bruta, el aprendiz constructor, está realizando un trabajo y un gesto ritual
consigo mismo. La piedra es el mismo, y la transformación de ésta, en piedra tallada y
cúbica, simbolizando la transmutación cualitativa de todo su ser.

El mazo y el cincel como principales herramientas se deben usar para desbastar la piedra
bruta, simbolizan respectivamente, la energía activa que conduce la voluntad del aprendiz y
la energía pasiva de la recta intención de salir desde las tinieblas a la luz, cualidad
fundamental en el inicio del proceso de la purificación que se han manifestado por los tres
viajes misteriosos que en la iniciación el aprendiz tuvo que recorre.

El mandil, parte esencial de la investidura masónica constituye una herencia directa de la


operatividad medieval y es un símbolo que nos lleva a la idea de estar consagrados
íntegramente al trabajo. Nos reúne en el taller en torno a principios, participación, unión y
trabajo para el mejoramiento de toda la humanidad.

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Cuando el profano decide salir de las tinieblas y se inicia debe pasar por tres
momentos fundamentales: la cámara de reflexión, los viajes misteriosos y el encuentro de la
luz.

Despojado de todo lo material y de los metales (riquezas), el profano se encuentra sólo con
sus valores ante una primera aproximación simbólica que lo invita a meditar sobre las
vanidades de la existencia y el sentido de la muerte. Siendo el lugar en que el profano se
prepara para la iniciación, esto equivale al athanor (horno secreto) alquímico donde el
aprendiz experimentará la transmutación, mediante la conjugación y ordenamiento de las
energías sutiles. El profano desciende a los infiernos, debe morir primero, para luego
resucitar y alcanzar la luz de la iniciación.

Los viajes misteriosos. En sentido estricto, estaríamos hablando de 4 viajes, por cuanto el
primero ha comenzado en el cuarto de reflexiones y corresponde al viaje desde las entrañas
de la tierra. Los restantes tres viajes son en sí purificaciones sucesivas que corresponden al
aire, al agua y al fuego, concordando todos ellos con la materia, la sensibilidad, la
intelectualidad y el entusiasmo, o también, con los períodos de la vida humana (infancia,
adolescencia, madurez y ancianidad).

   

Las tres grandes luces que iluminan los trabajos de un taller son: el Libro de la Ley
Sagrada, el Compás y la Escuadra.

En el primer grado, la Escuadra está en la mira de todos los H:.H:. sobre el Ara, apoyada en
el compás, el cual, a su vez, se sostiene en el Libro Sagrado. De ese modo, se establece,
otra vez más, una relación ternaria, esta vez entre la Ley universal que se halla en el plano
más interior; el Compás, que sitúa en una posición intermedia el corazón del masón
respecto del eje del Ser; y al Escuadra, símbolo del trabajo masónico concebido como
contemplación del arquetipo interior.

La Ley Sagrada simboliza al Verbo Divino en lenguaje humano, o el acto perlocutivo de la


divinidad, allí donde están contenidos los diversos grados del conocimiento.

Así como el verbo crea acción y sustancia para lograr el conocimiento en logia, en la
apertura de los trabajos, el libro sagrado sostiene a la pareja formada por el Compás y la
Escuadra, herramientas con las que el Gran Arquitecto del Universo planifica y diseña, por
medio del Arte Real, la Gran Obra. Ambos instrumentos encarnan, tal como muchos otros,
los principios activos y pasivos de las energías presentes en todo el accionar humano.

El compás es un instrumento de medida, que sirve para trazar los límites que conforman la
armonía celeste, ya que permite realizar todas las operaciones necesarias para que, a partir
del ámbito solar que representa al Ser Universal, éste lleve a la actividad celeste a medir, en
la receptividad terrestre, la parte susceptible de responderle. Con este elemento se traza, en
sentido amplio, aquellos límites de orden moral que no deben transgredirse, pues forman
parte de la construcción de la armonía universal.
En cuanto a la escuadra, por un principio de complementariedad con el símbolo del
Compás, representaría al elemento Tierra, asociado al cuaternario de los elementos
alquímicos presentes en la cámara de reflexión y en la simbología del tetraktys, símbolo
que para el grado de aprendiz indica el estudio del número tres, base para el iniciado que se
materializa en un triangulo de 10 puntos, colocados sobre cuatro líneas, de manera que del
número tres derivamos el cuaternario de la siguiente manera:

El 10 que resulta de la suma de 1+2+3+4 (suma de los cuatro primeros, es el número perfecto o
 . . Esta es el número perfecto y la clave de la doctrina pitagórica. Es posible que jugase un
papel importante en la metamorfosis del alma.

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