You are on page 1of 13

Israel: la esquizofrenia de ser al

mismo tiempo David y Goliat


Anatomía de un desdoblamiento mental 
no resuelto en el “pueblo elegido” 
Por  Gilad Atzmon 

 
Introducción

Sin prisa, pero sin pausa, Gilad Atzmon prosigue aquí su implacable
deconstrucción de la ideología sionista imperante en el Estado “sólo para
judíos” que es Israel. Como suele ser habitual en sus escritos, Atzmon elude
cualquier lenguaje panfletario que pudiera centrarse en la enumeración de la
larga lista de atrocidades israelíes y echa mano, una vez más, de la filosofía
hegeliana para diseccionar con su afilado escalpelo las razones psicológicas
inconscientes que han llevado al sionismo -y a quienes lo practican- a un
desdoblamiento de la personalidad en el que conviven sin problema el
victimismo y la arrogancia. El gran mérito de este músico y activista, que
cuenta con la ventaja añadida de haber sido involuntariamente israelí antes
de convertirse voluntariamente en palestino de lengua hebrea, es el de hacer
comprensibles para cualquier lector algunas nociones filosóficas oscuras
para, a continuación, utilizarlas como arma dialéctica de combate. De
entrada, los lectores no deberían darse por vencidos ante conceptos
hegelianos poco habituales en la literatura activista como la “conciencia de
sí mismo”, el “otro” o la “dialéctica del amo y el esclavo”, pues una vez
leídos con atención y asimilados, les abrirán la puerta de un demoledor
análisis atzmoniano y podrán comprender, si es que aún no lo habían hecho,
el cómo y el porqué del comportamiento supremacista israelí, fruto de su
condición “superior” de pueblo bíblico elegido.- Manuel Talens

Según Hegel, para alcanzar la “conciencia de sí mismo” es necesaria


la participación del “otro”. ¿Cómo soy consciente de mí mismo? Pues,
por ejemplo, mediante el deseo o la cólera. A diferencia de los
animales, que resuelven sus necesidades biológicas destruyendo otra
entidad orgánica, el deseo humano es un ansia de reconocimiento.

En términos hegelianos, el reconocimiento se alcanza cuando uno


mismo se dirige hacia un no ser, esto es, hacia otro deseo, otra
vaciedad, otro “yo”, lo cual es algo que nunca puede lograrse por
completo. “El hombre que desea humanamente una cosa no actúa
tanto para poseer la cosa como para lograr que otro reconozca su
derecho. Lo que fundamenta, realiza y revela un “yo” humano, un “yo”
no biológico, es únicamente el deseo de dicho reconocimiento,
únicamente la acción que fluye de tal deseo (Kojeve A., Introduction to
the reading of Hegel, 1947, Cornell University Press, 1993, pág. 40). Si
seguimos esta línea hegeliana de pensamiento, podremos deducir
que, para alcanzar la “conciencia de sí mismo”, uno debe considerar a
los demás. Mientras que una entidad biológica lucha por su
continuidad biológica, un ser humano lucha por el reconocimiento.

Para comprender las implicancias prácticas de esta idea, veamos


ahora la “dialéctica del amo y el esclavo”. El amo lo es porque lucha
por demostrar su superioridad sobre la naturaleza y sobre el esclavo,
el cual se ve obligado a reconocerlo como amo.
A primera vista, parece como si el amo hubiese llegado a la cima de la
existencia humana pero, tal como se verá, no es así. Acabo de decir
que los seres humanos luchan por el reconocimiento. El esclavo
reconoce al amo como tal, pero el reconocimiento del esclavo tiene
poco valor. El amo quiere que lo reconozca otro hombre, pero un
esclavo no es un hombre. El amo quiere que lo reconozca un amo,
pero otro amo no puede admitir en su mundo a otro ser humano
superior. “En pocas palabras, el amo nunca consigue su objetivo, el
objetivo por el que arriesga su propia vida”. De manera que el amo
está en un callejón sin salida. Pero ¿y el esclavo? El esclavo se
encuentra en un proceso de transformación, pues a diferencia del
amo, que no puede ir más allá, él sí puede aspirar a todo. El esclavo
está en la vanguardia de la transformación de las condiciones sociales
en que vive. El esclavo es la encarnación de la historia, la esencia del
progreso.

Una lección de dominio

Intentemos ahora aplicar la dialéctica original hegeliana del amo y el


esclavo a la noción judía de “pueblo elegido” y de exclusividad.
Mientras que el “amo” hegeliano arriesga su existencia biológica para
convertirse en amo, lo único que arriesga el niño judío recién nacido
es su prepucio: nace en el ámbito del dominio y la excelencia sin
haber destacado (aún) en nada. El “otro” le otorga prestigio sin el
requisito de ningún proceso de reconocimiento. De hecho, se supone
que es Dios (no el “otro”) quien otorga el título de “elegido” a los
judíos.

Si, por ejemplo, tratamos de analizar el conflicto israelo-palestino


mediante el mecanismo hegeliano del reconocimiento, veremos la
imposibilidad de cualquier diálogo entre ambas partes. Mientras que
está muy claro que el pueblo palestino está luchando por el
reconocimiento y lo declara a la menor oportunidad, los israelíes lo
soslayan por completo, pues están convencidos de dicho
reconocimiento, saben quiénes son: los amos que viven en su “tierra
prometida”. Los israelíes se niegan a participar en el juego dialéctico
de la “transformación del significado” y dedican todos sus esfuerzos
intelectuales, políticos y militares a demoler cualquier sentido del
reconocimiento palestino. La batalla de la sociedad israelí consiste en
sofocar cualquier símbolo palestino que implique deseo, ya sea
material, espiritual o cultural.

Lo sorprendente es que los palestinos se las estén arreglando tan bien


en su lucha por el reconocimiento. Cada vez son más quienes
empiezan a comprender la justicia de la causa palestina y el carácter
inhumano del sionismo y de la política judía en general. Cada vez son
más quienes establecen fácilmente lazos de empatía con el pueblo
palestino y sus portavoces. Incluso la organización Hamás,
despreciada por la mayoría de las instituciones políticas occidentales,
se las está arreglando ahora para transmitir su mensaje. Por su parte,
los israelíes se están quedando atrás en tales maniobras. Al
ciudadano occidental de a pie le es casi imposible sentir simpatía por
ellos. Mientras que un palestino le llega al corazón al pedirle que
comparta su dolor y su sufrimiento, lo que le exige el portavoz israelí
es que acepte su punto de vista, insistiendo en contarle un cuento
histórico fantástico y repetitivo que se inicia en los tiempos bíblicos de
Abraham, continúa con una serie de holocaustos y conduce en la
actualidad a más derramamiento de sangre. Los israelíes -los amos-
presentan siempre la misma historia despersonalizada. ¿Acaso
pueden Abraham y el Holocausto justificar el comportamiento
inhumano israelí en Gaza? La verdad es que no y la razón es muy
sencilla: en general, ni Abraham ni el Holocausto ni los discursos
históricos provocan sentimientos emocionales genuinos. Y, de hecho,
el mundo político judío está tan desesperado por mantener sus
argumentos que el último Holocausto se ha transformado ahora en un
asunto que atañe al Código Penal. El mensaje es éste: “Ten cuidado,
si pones en duda lo que afirmo terminarás entre rejas”. Es obvio que
se trata de un acto de desesperación.

Según Hegel, el reconocimiento es un proceso dinámico, un saber que


crece en el interior de uno mismo. Mientras que los palestinos utilizan
los limitados recursos de que disponen para que los miren a la cara, a
los ojos, para conducir a los demás a un proceso dinámico de
reconocimiento mutuo, los israelíes esperan que los demás acepten
ciegamente su discurso. Esperan que los demás cierren los ojos ante
el hecho evidente de que, en Oriente Próximo, Israel es un agresor
como ningún otro; un superpoder regional de ocupación; un Estado
diminuto que utiliza armas nucleares, biológicas y químicas; un Estado
de apartheid racialmente orientado que intimida y abusa de sus
minorías a diario. Sí, los israelíes y sus grupos de presión que lo
apoyan en todo el mundo quieren que los demás hagan caso omiso de
estos hechos. Insisten en que son las víctimas, quieren que los demás
aprueben sus políticas inhumanas sobre la base del interminable
sufrimiento de los judíos.

¿Por qué razón la política judía se ha vuelto más agresiva que


cualquier otra? Pues sencillamente porque desde la perspectiva
política judía el “otro” no existe. Para el sionismo, el denominado “otro”
es un objeto de uso, no un prójimo. Las relaciones internacionales
israelíes y la actividad política judía sólo se entienden si se tiene en
cuenta una grave ausencia del “mecanismo de reconocimiento”. La
política israelí y judía, ya sea de izquierda, de centro o de derecha, se
basa en un bloqueo y en una fijación del significado. Se niegan a
considerar la historia como un flujo continuo, como un proceso
dinámico, como un viaje hacia “uno mismo” o hacia la autorrealización.
Israel y los israelíes se consideran a sí mismos ajenos a la historia. No
progresan hacia la autorrealización porque tienen una identidad fija
que mantener. En cuanto tropiezan con una situación complicada
frente el mundo que los rodea, crean un modelo que adapta el mundo
exterior a su chovinista y autocomplaciente sistema de valores. Ésa es
la esencia del neoconservadurismo y del fantasmático y repugnante
discurso judeocristiano imperante.

Por muy triste que pueda parecer, quienes no reconocen a los demás
son incapaces de permitir que los demás los reconozcan a ellos. El
tribalismo mental sionista de izquierda, centro y derecha sitúa a los
judíos fuera de la humanidad, no equipa a sus seguidores tribales con
el mecanismo mental necesario para reconocer al “otro”. ¿Por qué lo
haría, si le ha ido tan bien así a lo largo de los años? La ausencia de la
noción del “otro” trasciende cualquier forma reconocida de
pensamiento humanista y sitúa a quien la padece fuera de la ética o la
moral: desprovisto de moral, cualquier debate sionista se reduce a una
simple lucha política con objetivos materiales y prácticos concretos por
los que luchar.

Hegel puede iluminar todavía más esta saga. Si uno es consciente de


sí mismo a través del “otro”, el “sujeto elegido” es entonces
autoconsciente. Pero los israelíes ya eran amos al nacer. Por eso,
como nacieron siendo amos, no practican ninguna forma de diálogo
con el entorno humano que los rodea. Si he de ser justo con ellos,
admitiré que su ausencia de mecanismo de reconocimiento no tiene
nada que ver con sus sentimientos antipalestinos. En realidad, los
israelíes ni siquiera se reconocen entre sí, como lo demuestra su larga
historia de discriminación en el interior de su propio pueblo (los
sefarditas, originarios de la península Ibérica y del norte de África,
sufren discriminación a manos de la elite judía, de origen
centroeuropeo). ¿Acaso son distintos los judíos progresistas? No. Al
igual que los israelíes y, como suele suceder en cualquier otra forma
de ideología tribal chovinista, los judíos progresistas se encierran en
un discurso autoaislacionista que tiene poco o nada que ver con el
“otro”. Por ello, de la misma manera que los israelíes se rodean de
muros, las células judías progresistas viven en ciberguetos cada vez
más hostiles frente al resto de la humanidad y de aquellos que,
supuestamente, deberían ser sus camaradas.

Materialismo histórico

Cuando alguien no es capaz de establecer relaciones con su vecino


sobre la base del reconocimiento del “otro”, debe buscar otra manera
de iniciar el diálogo. Si no es capaz de iniciar un diálogo sobre la base
de la empatía con el “otro” y de los derechos del “otro”, deberá buscar
alguna manera de comunicar. Parece como si el método alternativo de
diálogo “elegido” redujese cualquier forma de comunicación a un
lenguaje materialista. Casi cualquier forma de actividad humana,
incluido el amor y el placer estético, se puede reducir a valor material.
Los activistas políticos “elegidos” tienen mucha práctica en este
método de comunicación.

En fechas recientes, el escritor ultrasionista israelí A. B. Yehoshua se


las arregló para encolerizar a muchos jefes étnicos judíos en la
conferencia del Comité Judío Usamericano cuando afirmó: “Ustedes
[se refería a los judíos de la diáspora] se están cambiando de
chaqueta… Ustedes cambian de países como si fueran chaquetas.”
Yehoshua fue objeto de muchas presiones tras su comentario y
lamentó muy pronto su salida de tono. Sin embargo, lo que dijo no es
ninguna originalidad, sino algo dolorosamente cierto.

Es evidente que algunos judíos políticamente orientados de la


diáspora están inmersos en un diálogo muy productivo con cualquier
núcleo hegemónico que surja. La crítica de Yehoshua dio en el blanco,
pues cada vez que un país se convierte en superpoder global no pasa
mucho tiempo antes de que una oleada de judíos integrados trate de
infiltrarse en la elite que lo gobierna. “Si China llegase a convertirse en
el superpoder del mundo”, advirtió Yehoshua, “los judíos
usamericanos emigrarían a China para asimilarse allí en vez de en
USA”. (http://www.amin.org/eng/uncat/2006/june/june30-1.html).

Hace unos diez años, en el momento álgido de la lucha legal entre


instituciones judías muy importantes y el Switzer Bank, Norman
Finkelstein dijo que lo único que quedaba del Holocausto judío eran
diversas formas industriales de negociación económica para obtener
compensaciones. Según Finkelstein, todo era cuestión de beneficios.
Lejos de mí el criticar las compensaciones, pero según parece hay
gente que convierte rápidamente en oro su dolor (vale la pena señalar
que el dolor, además de en oro, puede también transformarse en otros
valores, morales o estéticos). Sin embargo, la posibilidad de
transformar el dolor y la sangre en dinero es el eje en torno al cual gira
el falso sueño israelí de que el conflicto con los palestinos, en especial
en lo que respecta al problema de los refugiados, se puede resolver.
Ahora ya sabemos dónde se origina esta suposición: los israelíes, así
como las principales instituciones judías, están convencidos de que si
alcanzaron felizmente un acuerdo económico con los alemanes (o con
los suizos, tanto da), los palestinos serían igualmente felices
vendiendo sus tierras y su dignidad. ¿Por qué han llegado a tan
extraña convicción? Pues porque saben mejor que los palestinos lo
que éstos quieren de verdad. ¿Y por qué lo saben? Porque los
israelíes son brillantes, son el pueblo elegido. Además, el sujeto
elegido ni siquiera trata de acercarse al ser humano que hay en el
“otro”. Sesenta años después de la Nakba -la expulsión masiva de los
palestinos autóctonos- la mayor parte de los israelíes y judíos del
mundo no han empezado a reconocer la causa palestina ni, mucho
menos, a mostrar la menor empatía hacia ella.

Cuando uno habla con israelíes sobre el conflicto, uno de los


argumentos que esgrimen con mayor frecuencia es éste: “Cuando
nosotros (los judíos) vinimos aquí (a Palestina), ellos (los árabes) no
tenían nada. Ahora tienen electricidad, trabajo, automóviles, servicios
médicos, etc.” Se trata, obviamente, de una incapacidad de reconocer
a los demás. La imposición del propio sistema de valores al “otro” es
algo típico del colonialismo chovinista. En otras palabras, los israelíes
esperan que los palestinos compartan la importancia que ellos dan a la
adquisición de riqueza material. “¿Por qué el otro debe compartir mis
valores? Pues porque yo sé que eso es bueno. ¿Y por qué sé que es
bueno? Porque soy el mejor.” Este enfoque arrogante y totalmente
materialista es la piedra angular de la posición israelí sobre la paz. Los
ejércitos israelíes lo llaman “el palo y la zanahoria”. Todo hace
suponer que, cuando se refieren a los palestinos, en realidad piensan
en conejos. Pero por muy raro o trágico que parezca, el movimiento
ultraizquierdista israelí Mazpen no era categóricamente distinto. Por
supuesto, tenían sueños revolucionarios de laicidad para el mundo
árabe. Por supuesto, sabían lo que era bueno para los árabes. ¿Y por
qué lo sabían? ¿Lo adivinan ustedes? Pues porque eran exclusiva y
chovinísticamente inteligentes. Eran los marxistas del pueblo elegido.
Por eso nadie se extrañó cuando, con el tiempo, el legendario
movimiento “revolucionario” Mazpen y los neoconservadores se
unieron en un único y catastrófico mensaje: “Sabemos mejor que
vosotros mismos lo que os conviene”.

Tanto los sionistas como los judíos izquierdistas tienen un “nuevo


sueño de Oriente Próximo”. En la vieja fantasía de Simón Peres, la
región habría debido convertirse en un paraíso económico cuyo centro
sería Israel. Los palestinos (y los demás Estados árabes)
proporcionarían la mano de obra barata que necesitan las industrias
israelíes (las cuales representan a Occidente). A su vez ellos, los
árabes, ganarían dinero y se lo gastarían comprando artículos
israelíes (occidentales). En el sueño judeoprogresista, los árabes
abandonan el islam, se vuelven marxistas cosmopolitas (judíos de la
Europa del Este) y se suben al carro de la revolución mundial. El
sueño de Peres es penoso, pero la versión judeomarxista es casi un
chiste.

Todo hace suponer que, en el sueño sionista, Israel establecería una


doble coexistencia en la región, donde los palestinos serían los
eternos esclavos y los israelíes sus amos. En el sueño
judeoprogresista cosmopolita, una Palestina roja establecería una
doble coexistencia en la región, donde los palestinos serían los
eternos esclavos de una remota ideología eurocéntrica. Desde luego,
si es que existe una diferencia categórica entre ambas ideologías
judeocéntricas, yo no la veo.

Sin embargo, según Hegel, es el esclavo quien hace avanzar la


historia, quien lucha por su libertad. Es el esclavo quien se transforma
y el amo quien termina por desaparecer. Según la lógica hegeliana,
tenemos buenas razones para creer que el futuro de la región
pertenece a los palestinos, a los iraquíes y al islam en general. Una
manera de explicar por qué Israel hace caso omiso de este
conocimiento de la historia tiene que ver con la disociación mental
existente en el pensamiento exclusivista del “pueblo elegido”.

Bienvenidos al mundo de los locos

El 22 de noviembre de 2000, durante un debate en la Cámara de los


Comunes británica, el doctor Mustafa Barghouti, médico palestino que
vive y trabaja en la Cisjordania ocupada, definió a Israel como una
entidad que “trata de ser David y Goliat al mismo tiempo”, lo cual,
según él, es algo imposible. También afirmó que “Israel es
probablemente el único Estado que bombardea un territorio que está
ocupando”. Barghouti encontraba esto muy extraño, incluso grotesco.
¿Es muy extraño ser David y Goliat al mismo tiempo? ¿Es muy
extraño que uno destruya lo que posee? No lo es si uno está loco. La
ausencia de imagen especular (es decir, de la capacidad de verse uno
mismo a través de los demás) puede conducir a las personas, tanto
como a las naciones, a realidades extrañas. La ausencia de un marco
que permita distinguir la propia imagen y corregir sus deformaciones
parece ser algo muy peligroso.

La primera generación de líderes israelíes (Ben Gurion, Eshkol, Meir,


Peres, Begin) creció en la diáspora, principalmente en la Europa del
Este. El hecho de ser judío y de vivir en un entorno que no lo es hace
que la persona desarrolle un nítido conocimiento de sí misma e
impone un cierto grado de especularización. Además el sionismo
inicial estaba ligeramente más desarrollado que las otras formas de
política tribal judía, y ello por la sencilla razón de que había surgido
para transformar a los judíos en un “pueblo como los demás pueblos”,
lo cual exige un mínimo de especularización. Sin embargo, eso no
bastó para frenar los actos agresivos israelíes (por ejemplo, Deir-
Yassin, la Nakba, Kafer Kasem, la guerra del 67, etc.), pero sí fue más
que suficiente para enseñarles una lección de diplomacia. A partir de
1996, los líderes ya nacidos en Israel (Rabin, Netanyahu, Sharon,
Barak, Olmert) lo han convertido en el Estado del “pueblo elegido”.
Mientras que al principio estaban imbuidos de una intensa y tradicional
ansiedad judía, conforme fueron creciendo ésta se vio suplantada por
el legado del “milagro de 1967″, acontecimiento que convirtió algunas
de las ideologías “elegidas” en una farsa mesiánica. Esta obsesión con
el poder absoluto exacerbada por la ansiedad judía, junto con la
ignorancia del “otro”, han dado lugar a una esquizofrenia colectiva
epidémica, de pensamiento y de acto, a una grave pérdida del
contacto con la realidad, que ha cedido el paso al uso excesivo de la
fuerza. La reciente “segunda guerra de Líbano” fue un claro ejemplo
de esto: Israel ahora responde con ametralladoras a niños que lanzan
piedras; con artillería y misiles a objetivos civiles tras un alzamiento
ocasional y con una guerra total a un incidente fronterizo menor. Para
explicar este comportamiento no deberían utilizarse herramientas
analíticas de naturaleza política, materialista o sociológica. Para
entenderlo mucho mejor hay que situar el conflicto en un marco
filosófico que permita esclarecer los orígenes de la paranoia y la
esquizofrenia.

El primer ministro israelí, que representa “a David y a Goliat”, puede


así hablar de la vulnerabilidad de Israel, del dolor y el sufrimiento de
los judíos y, a renglón seguido, iniciar una monumental ofensiva
masiva contra toda la región. Un comportamiento de esta índole sólo
tiene explicación si se analiza como una forma de enfermedad mental.
Lo gracioso y al mismo tiempo triste del asunto es que la mayoría de
los israelíes ni siquiera se dan cuenta de que algo terrible les está
sucediendo. El hecho de nacer siendo un amo conduce a la ausencia
de un “mecanismo de reconocimiento” e, inevitablemente, a la
ceguera. Es dicha ausencia lo que produce el desdoblamiento
psíquico de ser al mismo tiempo “David y Goliat”. Todo indica que
Israel y los israelíes están ya incapacitados para cualquier forma de
diálogo.

Fuente:
http://palestinethinktank.com/2008/05/08/anatomy-of-a-
conditionally-unresolved-conflict/

Gilad Atzmon es activista político, polemista, filósofo, escritor, saxofonista


de jazz y líder del Orient House Ensemble, uno de los grupos más sólidos de
la escena británica. Nació en Israel y se declara judío antisionista.

El escritor y traductor español Manuel Talens es miembro de Cubadebate,


Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Su
novela más reciente es La cinta de Moebius (Alcalá Grupo Editorial, 2007).
En mayo de 2008 ha aparecido su libro de ensayos Cuba en el corazón,
publicado por la misma editorial. Esta traducción se puede reproducir
libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al
traductor y la fuente.

http://www.cubadebate.cu/opinion/2008/05/14/anatomia-
de-un-desdoblamiento-mental-no-resuelto-en-el-pueblo-
elegido/

You might also like