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TARTUFO

(EL IMPOSTOR)

Jean Baptiste Poquelin Moliere

RESUMEN DE LA OBRA

Por lo visto Mariana tiene previsto ya el enlace con su amado, el joven Valerio. Pero he aquí que
Orgón, un adinerado señor residente en París, padre de Mariana, pretende casarla con Tartufo, un
personaje que destaca por su falsedad y por su hipócrita devoción y aparente virtud. Se lo
comunica, lo cual, naturalmente desagrada a Mariana y a todos los demás, ya que Orgón y su
madre son los únicos que creen verdaderamente que el señor Tartufo es persona de bien: el resto
piensa que es un sinvergüenza muy peligroso. El caso es que Valerio se entera del futuro
casamiento y, claro está, se enfada con su enamorada. Por suerte siempre está ahí Dorina, la
doncella de Mariana, para arbitrar la situación. Ésta, a su vez, intenta persuadir a Orgón de su idea,
sin éxito.

La noticia de la posible unión entre Mariana y Tartufo causa tal conmoción que Damis, hijo de
Orgón, Cleanto, cuñado, y Elmira, esposa, también hablan con Orgón para convencerle, pero está
tan entusiasmado con su querido amigo Tartufo que hace oídos sordos. Conscientes todos de que
es imposible hacer que olvide su admiración por el perverso devoto, deciden montar una comedia,
aprovechando que, casualmente, Tartufo había confesado su amor a Elmira, la mujer de su propio
protector, haciendo gala de su bajeza. Cuando esto ocurrió, Orgón se apresuró a concederle a su
protegido todos sus bienes, indignado por las acusaciones que Damis hacía del malvado y por la
dramática actuación que realizó éste para parecer inocente.

Orgón pues, se esconde bajo la mesa a indicaciones de su esposa, y espera a que llegue Tartufo y
vuelva a hacer sus desleales ofrecimientos. Elmira “tira de la lengua” del impostor, pero, astuto él,
se muestra conservador y no hace caso al principio. Afortunadamente, y no sin ser necesario que
Elmira llegue a provocarle, el innoble hace muestras claras de correspondencia. En vista de esto,
por fin se convence Orgón, que se ve muy afectado y se da cuenta de su gran error cuando quiere
echar a Tartufo.

Llega al rato pues el infame y pretende expulsar a todos de la casa por la vía legal, mas es
detenido entonces por la autoridad, que al parecer, llevaba buscándolo desde hacía tiempo por
fraudes como ese.

PRIMER ACTO (seis escenas).

Están reunidas las mujeres en la casa de Orgón, y éstas critican a Tartufo, percatadas desde hace
tiempo de su falsa bondad y su hipocresía. Todas excepto Madame Pernelle, madre de Orgón,
que, al igual que su hijo, tiene muy sobrevalorado a este personaje y le defiende.

En la siguiente escena se deja ver claramente la devoción que siente Orgón por Tartufo; mientras
conversa con Cleanto, su cuñado, no para de repetir lo mismo: “¿y Tartufo?” o “pobre hombre”.
Siempre preocupado por él, siempre encima de él. Precisamente Cleanto, que tampoco siente gran
simpatía por este individuo, expresa a su cuñado lo maligno que le parece (“creo que estáis loco,
hermano. ¿Os chanceáis de mí con tales discursos?), hasta se sorprende de hasta qué punto llega
el otro para protegerlo de los ataques (“hermano, esas palabras huelen a libertinaje”). Esa es
probablemente una de las muchas razones por las que Tartufo cae tan mal a la familia de Orgón,
porque utiliza a menudo el recurso de acusar a la gente de anticristianos o de viciosos
injustamente, cuando creen que él lo es mil veces más.
En resumen, este acto nos presenta los diferentes puntos de vista hacia la persona del impostor,
sin aparecer él mismo, aunque de entrada nos debe parecer alguien efectivamente corrupto.

SEGUNDO ACTO (cuatro escenas).

En la primera escena nos traen una inesperada sorpresa, que sin conocer todavía a fondo a los
personajes, se nos antoja desagradable. Orgón anuncia a su hija Mariana que se casará con
Tartufo, dados sus histéricos deseos de introducirle en la familia (“¿por qué hacerme decir
semejante impostura?”). Mariana no quiere ofender a su padre, pero muestra un palpable
descontento que tiene que acallar por respeto. Dorina, criada y, suponemos, amiga de la joven,
entonces interviene chocada por la noticia. Trata de convencer al cerrado Orgón para que desista,
criticando a Tartufo ferozmente (“sí; es él quién lo dice, y esa vanidad, señor, no se compagina con
la piedad”) y describiéndolo como alguien sencillamente malvado. Orgón se cabrea profundamente,
ya que no soporta que su amigo sea despreciado de tal manera (“sí; mi bilis se revuelve con todas
esas boberías, y quiero terminantemente que te cayes”); como he dicho, se cierra por completo a
cualquier comentario no grato hacia su gran amigo.

Cuando se va el señor, Mariana charla con su doncella amargamente, sin encontrar solución al
asunto, incluso planteándose el suicidio. Dorina busca su consuelo y preparan la nueva al amado,
Valerio. Pero, lógicamente, cuando le cuentan la historia de su futuro casamiento con Tartufo, él se
muestra indignado y los novios se pelean. Dorina, que ve natural la reacción de ambos y, haciendo
gala de su nobleza (de espíritu, no de sangre), vuelve a entrar en escena y les junta de nuevo
(“cesad esta chanza y venid aquí los dos”). Una vez que hacen las paces, les tiene que obligar a
separarse durante un tiempo, el necesario para planear la posible salida a este problema.

En esta ocasión tampoco aparece el intrigante Tartufo, pero las circunstancias nos llevan a pensar
peor de él: Dorina habla de él todavía peor que antes las otras mujeres. Se nos muestra con más
claridad aún la gran admiración de Orgón por ese tío, hasta el punto de casarlo con su propia hija
inconscientemente.

TERCER ACTO (siete escenas).

Dorina se queja a Damis, hijo de Orgón, de todo lo que está ocurriendo y éste parece compartir su
enfado (como hemos comentado, a nadie, salvo Orgón y su madre, les gusta Tartufo).

Inesperadamente, la primera intervención de Tartufo en la obra es para confesar su amor a Elmira,


¡la mujer de su propio amigo y benefactor! (“ah, no porque sea devoto dejo de ser hombre; y
cuando llega uno a contemplar vuestros celestiales hechizos, el corazón queda prendido en ellos y
no razona”). Repito una vez más que Elmira siente antipatía por el que acababa de ofrecérsele, de
modo que se lo dice a Damis, su hijo, que se enfurece al conocer los desleales propósitos del
rufián y quiere plantarle cara de una vez y echarlo para siempre de sus vidas. De hecho lo hace
cuando está delante Orgón: le acusa de pervertido y declara las ilícitas intenciones que tenía, pero
cuando Orgón intenta callarlo, Tartufo se hace el víctima y el bueno, haciendo como si confesara
su pecado (“dejadle en paz. Si es preciso, de rodillas, pediros su perdón...”). Orgón se vuelca
completamente en su, ahora más, buen amigo (¡bribón, contemplad su bondad!), y le protege de
las fuertes ofensas de su hijo. Éste y su padre discuten y Damis es desheredado por su osadía.
Está Orgón tan dolido por todo que decide compensar a Tartufo: le cede todos sus bienes bajo
escritura (quizás fuera eso lo que el hipócrita pretendía desde el principio).

Evidentemente, todo lo que se había dicho del Tartufo nos parece poco ahora. No sólo hace el mal,
sino que recibe recompensa al parecer que obra con buena intención. Pero no es la personalidad
de Tartufo la que más se critica en el libro; al fin y al cabo, es alguien declarado dañino y peligroso.
Se ridiculiza más bien a la actitud que muestran los engañados, tan cerrada, tan rastrera. Es una
crítica a las personas que no quieren convencerse de la verdad, que se quedan en lo superficial,
que se dejan manejar por el que los adula por el único precio de adularlos.

CUARTO ACTO (ocho escenas).

Mariana implora a su padre para que no la obligue a casarse con ese sapo, desesperada y
desconsolada. Orgón, aunque siente compasión, no cambia de idea.

Paralelamente, Elmira prepara el montaje con Damis para evitar el enlace: pretenden esconder a
Orgón bajo la mesa mientras ella se ofrece a Tartufo, y a sí pillarle diciendo cosas que hagan al
padre convencerse finalmente de la total falta de ética del inmoral. Así lo hacen, con dificultad eso
sí, para hacer que Orgón cumpliera su papel en la comedia. Extrañamente, al principio Tartufo no
se lanza como ellos creían, como si sospechara algo (“ese lenguaje es bastante difícil de
comprender señora, y hace poco hablabais con otro estilo”), pero termina por caer en la trampa y
confesar sin querer su pasión hacia Elmira, otra vez.

“¡Vaya un hombre abominable, lo confieso! No puedo convencerme, y todo eso me mata”, dice
Orgón, que por fin descubre la verdadera calaña del que había sido su hijastro, prácticamente.
Desgraciadamente, se percata del grave error que ha cometido demasiado tarde: ya ha hecho a
Tartufo dueño de sus posesiones, pero aún así intenta echarlo de su casa. El malicioso les asegura
que volverá (muy cierto eso).

Ahora nadie puede negar la gran maldad que se escondía en el protagonista, entre otras cosas
porque al final del acto, cuando Orgón le echa, declara a todos su repulsa y su indiferencia a los
sentimientos de nadie. Descubrimos pues, que no era más que un estafador.

QUINTO ACTO (ocho escenas).

Todos se encuentran en la casa, expectantes de los próximos acontecimientos, que saben pueden
ser desagradables. A la vez, hablan con Madame Pernelle para hacerla ver igualmente quién era
en verdad Tartufo, e igualmente, no se deja “engañar”. Hasta que llega la policía a indicaciones del
deshonesto para comunicarles que ya no pueden vivir más tiempo allí, puesto que la propiedad es
del señor Tartufo (en efecto, así es). Sufre la familia gran impotencia ante la gravedad del
problema, quieren hasta agredir al señor leal.

Llega entonces el terrible Tartufo para hacer efectivo el contrato y expulsar a los antes dueños de
la casa (“vuestras injurias no me irritarán, he aprendido a sufrir todo por el cielo”). Con sangre fría
insiste en que el sargento los saque del lugar, pero llega un exento (un sargento de caballería) y
detiene a Tartufo, que por lo visto, era buscado tiempo ha por sus conocidas fechorías (que ellos
no eran los primeros engañados, vamos).

Termina así la obra, con final emocionante y feliz, y con moraleja, por supuesto. No nos dejemos
engañar por sucios pedantes ni por pelotas babosos, y sobre todo, mucho cuidado con lo que les
concedemos a estos individuos antes de advertir su falsa virtud.

PERSONAJES: Tartufo.

¿Qué podemos decir de este hombre que no hayan dicho los que le conocían de verdad? Un
hombre amoral, misterioso, salido de lo más bajo, nacido para hacer daño...

Demasiado repetido y común en nuestra sociedad. Simplemente, alguien que se hace pasar por lo
que no es, y que quiere sacar beneficio de ello, aunque tenga que pisotear a unos cuantos en
medio de sus planes. Lo que pasa es que en la obra se da lago que yo considero irreal, y es el
rechazo de la familia de Orgón hacia Tartufo: normalmente esta clase de gente tiene engañado a
todo el mundo, que es lo que les permite actuar con tanta comodidad, eso sí, con astuto cuidado y
esfuerzo también, sacrificio para poder salirse con la suya.

Orgón.

Al igual que es normal la práctica de los tartufos de este mundo, lo es también de los servidores de
los hipócritas. No tiene el impostor por qué estar vinculado a la Iglesia; de hecho, en la actualidad
está mejor visto llevar otras actividades (trabajo duro, vida sacrificada, vida austera...), pero la
cuestión es que adoran a esa persona. Lo ven por la calle, ven lo que quiere él quiere que vean y
quedan convencidos de que es una excelentísima persona, sin pararse a pensar y a sopesar todas
las circunstancias que rodean a su vida. No son mucho mejores que el Tartufo, ya que al admirarle,
admiran al mal y a la falsedad. Son sencillamente estúpidos que no se esfuerzan en comprender,
que tan sólo se dejan llevar, como ovejas por el pastor.

Dorina.

No es demasiado trascendente su actuación en el desarrollo de la historia, lo mismo que, por


desgracia, en la vida real. Su intención es buena, es observadora, ella sí sopesa y entiende, pero
no es escuchada. Intenta lo más diplomáticamente posible que los demás dejen de hacer caso a
alguien tan desagradable, sin éxito. Y es verdad que hay tantos inteligentes que pierden saliva en
vano, por convencer a unos ingratos crédulos de que la razón no la tiene el malo. Y además, que
sufren su obtusa fijación por los tartufos de la tele, del trabajo, de la pandilla de amigos... En fin,
Dorina se define como una testigo no conformada con los injustos hechos.

OPINIÓN PERSONAL.

Bueno, una vez más me enfrento a un personaje universal, tristemente famoso y a la vez aceptado.
En mi opinión, la dimensión práctica del Tartufo pueden ser los políticos. Fuera de bromas, Tartufo
es alguien que se define por sí solo, que no necesita presentación. Yo me alegro cuando veo que
esta gente es rechazada por sus amigos, sus conocidos... Sin embargo reconozco que se ha
llegado a idolatrar auténticos impostores, muchísimo más peligrosos que el del libro, que por cierto,
notamos en seguida su verdadera condición, pero los tartufos reales son aún más astutos, más
secretos, más difíciles de pillar... más malvados y oscuros. Y el daño que infringen estos últimos es
lógicamente, mayor. Pero la gente les deja entrar a robar en sus propias casas con tanta facilidad...

En cuanto a la forma, no estoy capacitado para analizarla en profundidad, pero puedo decir que es
muy ameno, bastante más que obras similares de esa época. Es una historia perfectamente
inteligible y asimilable, que me gusta en general (por su contenido, por su manera de decir las
cosas), pero que además tiene ese trasfondo que a mí tanto me gusta encontrar en todo cuento,
esa doctrina, ese mensaje. Mensaje, por cierto, claro y directísimo, y cierto.
El Cid

BIOGRAFIA

Rodrigo Díaz de Vivar, un héroe de carne y hueso

La historia del Cid Campeador siempre ha estado rodeada de cierto misterio. No se sabe bien
dónde empieza lleyenda y dónde la historia. Rodrigo Díaz de Vivar fue un guerrero burgalés que
inició una brillante carrera militar junto a Sancho, rey de Castilla e hijo mayor de Fernando I. Pero al
morir Sancho, el Cid comenzó una relación turbia con Alfonso VI, hermano de Sancho, que acabó
con el destierro del caballero de Vivar a tierras musulmanas y el inicio de su leyenda ¿Quién no ha
escuchado alguna vez las aventuras de Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como El Cid
Campeador? Su historia está ampliamente documentada pero con el paso de los años algunas de
sus hazañas han sido modificadas. El Cid legendario ha ensombrecido en parte al personaje
histórico (fuente: Amaya García de Aula de El Mundo)

I.- Introducción

Héroe nacional por excelencia Rodrigo Díaz, el Cid, el más universal de los burgaleses, encarna el
prototipo del caballero con las máximas virtudes, fuerte y leal, justo y valiente, prudente y templado,
guerrero y culto...

A pesar de la distancia que nos separa de su vida, conocemos con bastante exactitud su vida y
obra. Mucha leyenda le rodea, pero, su figura ha sido estudiada con gran rigor por grandes
especialistas, como Menéndez Pidal. Gracias a estas personas, conocemos la personalidad del
caballero burgalés, los hechos que hicieron sus días, su vida familiar, y hasta su caballo y espadas
son por todos conocidos.

Sus restos y los de Jimena, su esposa, descansan en el centro de la catedral de la capital de


Castilla, Burgos, pero su espíritu está con nosotros aún presente.( fuente: Victor de Burgos en
http://web.jet.es/vliz/cid.htm)

II.- Biografía del Campeador.

Este gran héroe popular de la edad caballeresca de España nació en Burgos en 1040 y murió en
Valencia en 1099. Los hechos históricos que lanzaron a la fama al Cid se remontan al reinado de
Fernando I. (fuente Amaya García

Rodrigo Díaz nació en Vivar, pequeña aldea situada a 7 kilómetros de la ciudad de Burgos en
1043. Hijo de Diego Laínez, noble caballero de la Corte Castellana y de una hija de Rodrigo
Alvarez. Descendiente es por línea paterna de Laín Calvo, uno de los dos Jueces de Castilla.

A los 15 años quedó huérfano de padre y se crió en la corte del rey Fernando I junto al hijo del
monarca, el príncipe Sancho. Ambos crecieron juntos y trabaron buena amistad durante cinco
años. También se educó en las letras y en las leyes, seguramente en el monasterio de San Pedro
de Cardeña, lecciones que le servirían posteriormente para representar en pleitos al mismo
monasterio y también al mismísimo Alfonso VI el cual confió al burgalés numerosas misiones
diplomáticas en las que debía conocer perfectamente las leyes.
Entre los años 1063 a 1072 fue el brazo derecho de don Sancho y guerreó junto a él en Zaragoza,
Coimbra, y Zamora, época en la cual fue armado primeramente caballero y también nombrado
Alférez y "príncipe de la hueste" de Sancho II.
A los 23 años obtuvo el título de "Campeador" -Campidoctor- al vencer en duelo personal al alférez
del reino de Navarra.
A los 24 años era conocido ya como Cidi o Mío Cid, expresión de cariño y admiración.
Con la muerte de Sancho II en el cerco de Zamora y tras la jura de Santa Gadea tomada por
Rodrigo al nuevo rey castellano, Alfonso VI, la suerte del Cid cambió y su gran capacidad fue
desechada por la ira y envidia del nuevo monarca.
En 1081 el Cid es desterrado por primera vez de Castilla. 300 de los mejores caballeros
castellanos le acompañaron en tan difícil situación. Esta etapa duró unos 6 años los cuales fueron
aprovechados por Rodrigo y sus hombres para hacer de Zaragoza su cuartel general y luchar en el
Levante.
Vuelve a Burgos en 1087 pero poco duró su paz con el rey por lo que marchó de hacia Valencia
donde se convirtió en el protector del rey Al-Cádir y sometió a los reyezuelos de Albarracín y
Alpuente.
El almorávide Yusuf cruza en 1089 el estrecho de Gibraltar y el rey Alfonso pide ayuda al caballero
castellano, pero por una mal entendido entre ambos surge una nueva rencilla entre el rey y su leal
súbdito y el monarca le destierra por segunda vez en 1089.
En los diez años siguientes, la fama del Cid se acrecentó espectacularmente al contrario que el
reinado del rey. En menos de un año el Cid se hizo señor de los reinos moros de Lérida, Tortosa,
Valencia, Denia, Albarracín, y Alpuente.
En torno al 1093, matan a su protegido de Valencia Al-Cádir, ciudad que fue tomada por Ben
Yehhaf. El Cid asedió durante 19 meses la ciudad y finalmente entró triunfal en junio de 1094.
Rodrigo se convirtió en el señor de Valencia, otorgó a la ciudad un estatuto de justicia envidiable y
equilibrado, restauró la religión cristiana y al mismo tiempo renovó la mezquita de los musulmanes,
acuñó moneda, se rodeó de una corte de estilo oriental con poetas tanto árabes como cristianos y
gentes eminentes en el mundo de las leyes, en definitiva, organizó con grandísima maestría la vida
del municipio valenciano.
Aún habría de combatir numerosas batallas, como la que el mismo año le enfrentó al emperador
almorávide Mahammad, sobrino de Yusuf, el cual se presentó a las puertas de Valencia con
150.000 caballeros. La victoria fue total, tan grande fue el número de enemigos como grande fue el
botín a ellos recogido.
En 1097 muere en la batalla de Consuegra su único hijo varón, Diego.
El domingo 10 de julio de 1099, muere el Cid. Toda la cristiandad lloró su muerte.
(fuente: Víctor de Burgos en http://web.jet.es/vliz/cid.htm)

III.- El Destierro.

Fernando I. este monarca, al morir, dividió sus dominios entre sus tres hijos (Sancho, Alfonso y
García) y sus dos hijas (Elvira y Urraca). Lo único que Fernando I pidió a sus hijos es que
respetaran sus deseos. Pero la ambición de Sancho, que había heredado el reino de Castilla, pudo
más que el respeto a su padre. El consideraba que le pertenecían la totalidad de los dominios de
su progenitor.(fuente Amaya García)

Al morir Fernando I (primer rey de Castilla), divide su reino entre sus hijos. A Don García le da
Galicia, a Don Alfonso León, Castilla a Don Sancho y Toro y Zamora a Doña Elvira y Doña Urraca
respectivamente. Sancho no contento con el reparto intenta unificar los territorios con la ayuda de
su alférez El Cid (fuente Víctor de Burgos)

En 1070 Sancho inició su plan para hacerse con los territorios de sus hermanos.Tras convertirse
en el único sucesor, Sancho admitió al joven Rodrigo Díaz en la corte. Era la forma de agradecer
los servicios de su padre al rey Fernando. Allí, el joven Rodrigo se entrenó militarmente y en las
primeras batallas en Aragón junto a Sancho ya destacó como guerrero.
(fuente Amaya García).
Juntos lucharon en varias batallas, entre ellas, el duelo judicial o campo de la verdad en el que el
Cid derrotó al navarro Jimeno Garcés obteniendo el título de Campeador. también lucharon en las
batallas de Llantada y Golpejar, en las cuales vencimos y derrotando a los leoneses, Alfonso pierde
la corona de León en favor de Sancho, rey de Castilla. También acompañó el Cid al cerco de
Zamora, donde el rey Sancho fue asesinado a traición por Bellido Dolfos.(fuente Víctor de Burgos)

A su lado, siempre, el Cid. León, Galicia y Toro fueron retos fáciles. En Zamora, Sancho murió a
manos de los soldados de Urraca. Era el año 1072. Al enterarse de lo ocurrido Alfonso, otro de los
hijos del rey Fernando que había sido desterrado a la ciudad musulmana de Toledo, regresó para
tomar el poder. Lo hizo como Alfonso VI (fuente Amaya García).
Cuenta la leyenda que El Cid hizo jurar a Alfonso en la iglesia de Santa Gadea que no había tenido
nada que ver con la muerte de su hermano Sancho. Esto despertó el rechazó de Alfonso contra el
Cid. (fuente Amaya García) Por ser el Cid jefe de las tropas del rey Sancho y por sus
conocimientos jurídicos en Derecho Castellano, fue el mismo quien tomó juramento en la Iglesia de
Santa Gadea de Burgos, a Don Alfonso, de no haber tenido arte ni parte en la muerte de Don
Sancho.
Debido a esta razón, entre otras seguramente, el nuevo rey de Castilla, Alfonso VI, destituyó a
Rodrigo de su cargo y nombró Alférez real a García Ordóñez, pasando el Cid a un segundo plano
en la corte. (fuente Victor de Burgos)

SU VIDA

Resumen

FAMILIA.Tras la destitución, el Cid tomó matrimonio con Jimena, hija del Conde de Oviedo, nieta
de Alfonso VI y biznieta de Alfonso V el 19 de Julio de 1074.(fuente Victor de Burgos).Rodrigo Díaz
de Vivar contrajo matrimonio con Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo y sobrina de Alfonso VI,
en 1076. La pareja tuvo dos hijas, Cristina y María, y un hijo, Diego Rodríguez. Este último perdió
la vida luchando contra los moros en Consuegra. (fuente Amaya García)

CULTURA. Aunque en aquellos tiempos no era muy habitual entre los guerreros, cuentan que el
Cid fue un hombre con inquietudes culturales. Sabía escribir, entendía de leyes y mientras comía le
gustaba que le leyeran narraciones guerreras, hazañas de héroes cristianos y musulmanes. (fuente
Amaya Garcia)

DESTIERRO.
En 1079, se dirige a Sevilla para cobrar los tributos (parias) del rey de Sevilla a Alfonso VI. Esta en
ello cuando él y el rey de Sevilla fueron atacados por el rey de Granada y García Ordoñez. Las
mesnadas del Cid consiguen vencer a los asaltantes y Rodrigo humilla a García Ordóñez en el
castillo de Cabra, pero a la vuelta a Burgos, este último, y Pedro Ansúrez, desencadenan traición
contra el Cid, consiguiendo que Alfonso VI le destierre, y prohibe a todos los burgaleses darle
ayuda o aposento alguno, como así dicen los versos del Cantar (fuente Víctor de Burgos)-Tras ser
desterrado en la primavera de 1081 por Alfonso VI, el Cid salió de Castilla acompañado por
numerosos vasallos. A partir de este momento no tuvo más remedio que ponerse al servicio del
mejor postor, ya fuera cristiano o musulmán
DESTINO. Tras su enfrentamiento con Alfonso VI, el Cid no tenía muchas opciones. Cuando un
caballero era desterrado debía vivir en tierra de moros. El Cid fue acogido por el rey de Zaragoza,
sobre el cual ejerció durante varios años una especie de protectorado. (fuente Amaya García de
aula de El Mundo)

Significado de las Baladas líricas.


La revolución romántica llega a Inglaterra con las Baladas líricas. Es cierto que autores de
tendencia aparentemente romántica, como Blake, le habían precedido en aquel decenio, y que la
sensibilidad romántica, un poco como todos los movimientos artísticos, no se aparta totalmente de
la tradición inmediatamente anterior.

La gran moda de las baladas “populares” (McPherson) presentaba estas poesías como
redescubiertas o respetuosas con las tradiciones populares, pero en realidad habían sido escritas o
ampliamente manipuladas por los autores. Obras como las Night Thoughts (Meditaciones
nocturnas) de Young y la Elegy Written in a Country Churchyard (Oda escrita en un cementerio
campesino) de Gray mostraban el interés por aquellos difuntos sin nombre por pertenecer a los
estratos más humildes de la sociedad.

En el Prefacio de 1802 escribió: : «el principal objeto propuesto con estos poemas era escoger
incidentes y situaciones de la vida ordinaria y relatarlos o describirlos completamente y, en tanto
como fuera posible, en una selección de lenguaje realmente usado por los hombres, y al mismo
tiempo verter sobre aquéllos un cierto colorido de la imaginación, por el cual las cosas corrientes
serían presentadas al espíritu con inusitado aspecto» (Gullón). Abandonó, declaradamente, el
modelo clasicista del siglo XVIII, no tanto por motivos estéticos como por razones éticas.

Sin embargo, sólo aparentemente se trata de una poesía “artless”, sin arte. Utiliza sabiamente el
verso blanco tradicional, que le permite evitar la rima y utilizar palabras y expresiones populares,
con el efecto de imitar el habla común. A diferencia de Pope y Dryden, el arte se encuentra aquí
hábilmente disimulado, reducido a lo indispensable, porque que el mensaje poético está más en el
contenido que en la forma. No se dirige a un público cortesano, sino a la sociedad en general.

En esto se opone a Coleridge, quien no renuncia a los arcaísmos ni a la rima. Los dos poetas se
consideraban investidos de una misión espiritual: para los románticos la poesía es algo “más que la
pura y simple puesta en verso de la verdad filosófica: el poeta era también el profeta, y no se
limitaba a transcribir la verdad recibida de otros más era él mismo el iniciador de la verdad”
Anthony Burgess).

El valor del recuerdo

Mientras Coleridge ve la poesía como fuga de la realidad, Wordsworth dialoga con el presente y la
sociedad.

Aunque su poesía se ambienta en el paisaje rural de los lagos ingleses, es también “recollection in
tranquillity”, literalmente, “recuerdo en la quietud” de experiencias personales vividas en la
naturaleza que enriquecen al que vive constreñido por la realidad de la metrópoli industrial. El
evocar pasiones y emociones ya extinguidas en el tiempo implican al lector activamente.

Ninguna de sus poesías ejemplifica mejor esta tendencia que Tintern Abbey.

La ética de la naturaleza

Inmortalizando el Lake District en su poesía, Wordsworth hizo que el mundo conociera esta región
favorecida por la naturaleza y, además, puso en evidencia los valores éticos y no puramente
materiales o utilitarios del entorno.

La naturaleza, según él mismo dijo, lo inició a la vida: las largas caminatas por las montañas de
Cumberland despertaron sus sentidos forzándolo a salir de la profunda introversión en la que
estaba encerrado desde pequeño debido a sus graves problemas familiares.
Este amor a la naturaleza se refleja en su poema Iba solitario como una nube.

No debe sorprender, pues, que la naturaleza sea esa providencial y divina: Dios se identifica con
todo lo creado, es un Dios inmanente y visible. Tal visión panteísta y neoplatónica del Universo
invade su primera poesía, como puede verse en el más famoso de los Poemas de Lucy: A slumber
Did My Spirit Seal.

También es neoplatónica la creencia de Wordsworth en que los niños y los pueblos no civilizados
se encuentran más cercanos a Dios porque en ellos permanece la memoria del mundo celeste
anterior al nacimiento. En sus Baladas líricas hay niños, vagabundos, discapacitados, locos:
sujetos “inconvenientes” que escandalizaron en los primeros años después de la publicación de la
obra pero que, con el tiempo, abrieron el camino a una mayor solidaridad social, provocando que
tantos victorianos lucharan por grandes reformas sociales, tanto en sus escritos como en la
política.

Juicios críticos

] Siglo XIX

Es difícil imaginar la evolución del Romanticismo inglés sin las Baladas líricas.

Gracias a las limitaciones de los derechos de autor de la época, que permitían publicar
parcialmente de una colección de parte de otros editores sin pagar derechos, sus Baladas
acabaron por ser publicadas en millares de copias en periódicos, proporcionándole una fama
mayor que la que habría tenido con la sola publicación de su libro. La primera edición vendió
quinientas copias, una buena tirada para aquella época, mientras que periódicos como The Critical
Review y la Lady Magazine alcanzaban cifras entre cuatro mil y diez mil copias.

Su éxito llegó a los Estados Unidos, donde se publicó en revistas como la Literary Magazine.

Durante la época victoriana Matthew Arnold defendió la revolución poética de Wordsworth frente a
detractores que sólo se fijaban en su aspecto solemne de poeta laureado.

El siglo XX

A principios del siglo XX, se produjo un redescubrimiento de las Baladas líricas por parte de la
crítica, con numerosos estudios, como el de Herbert Read (1930). De aquellos años fue el trabajo
de Basil Willey, sobre la cultura inglesa del siglo XVII y XVIII, que evidencia la relación entre el
poeta y el empirismo y la Revolución francesa.

Magistral es The Mirror and the Lamp de M.H. Abraham. Una voz disidente es la de Robert Mayo
(1954), que vio en muchos personajes de Wordsworth una falta de originalidad y una deuda
excesiva con las baladas dieciochescas. Muy interesantes son estudios más recientes, como los de
P.D. Sheats (1973) y John J. Jordan (1970 y 1976).

Ifor Evans advierte que, aunque su visión de la naturaleza fuera una ilusión, al registrarla “alcanzó
muchas experiencias en los rincones secretos de la naturaleza humana, hasta el punto de que muy
pocas mentes sensibles dejarán de descubrir en sus poemas algo que responda a sus propias
intuiciones”.

Baladas liricas
“Los demás han oído lo mismo que yo, y a nadie le ha ocurrido lo que me está ocurriendo
a mí. ¡Ni yo mismo soy capaz de hablar del extraño estado en que me encuentro! A
menudo es tan grande su encanto... y aunque no tengo ante mis ojos la Flor me siento
arrastrado por una fuerza íntima y profunda: nadie puede saber lo que esto es ni nadie lo
sabrá nunca. Si no fuera porque lo estoy viendo y penetrando todo con una luz y una
claridad tan grandes pensaría que estoy loco; pero desde la llegada del extranjero todas
las cosas se me hacen mucho más familiares. Una vez oí hablar de tiempos antiguos, en
los que los animales, los árboles y las rocas hablaban con los hombres *. Y ahora,
justamente, me parece como si de un momento a otro fueran a hablarme, y como si yo
pudiera adivinar en ellas lo que van a decirme. Debe de haber muchas palabras que yo
todavía no sé; si supiera más palabras podría comprenderlo todo mucho mejor. Antes me
gustaba bailar; ahora prefiero pensar en la música.»”
(NOVALIS, Capítulo 1 de “Enrique de Ofterdingen”)

He escogido justamente este fragmento porque he considerado que contenía muchos de


los elementos característicos, y comunes, de las novelas de formación, a parte de
representar el inicio de las inquietudes que moverán al protagonista a realizar su viaje de
formación.
En las primeras líneas de este fragmento, cuando Enrique se siente sorprendido por el
hecho de que las palabras que había escuchado del forastero (ese que representa alguien
que viene de fuera, alguien que ya ha vivido y visto más que él), pese a ser las mismas
que escucharon los demás, sólo habían ese efecto en él, precisamente en él y no en otro,
y se pone de manifiesto el reconocimiento de la excepcionalidad del personaje, como en
toda novela de formación, al mismo tiempo que aparece también la imposibilidad de
compartir esa sensación con alguien más, y es en este momento cuando se empieza a
intuir el nacimiento del héroe, aunque todavía está por empezar ese viaje que lo llevará al
autoconocimiento.
La motivación que le impulsa a emprender ese largo camino, viene representada, en este
caso, por una belleza incomprensible, por ahora, de una flor azul. Es el objetivo, la
metafórica finalidad de su viaje. Todo héroe de novela de formación debe encontrar un
destino que le motive, y ese destino debe ser algo romántico, relacionado con la
naturaleza, con el más allá de lo “normal”, con la sublime belleza del mundo encantado.

Estas primeras reflexiones se desarrollan mientras el protagonista se encuentra en la


cama, a punto de dormir. Momento en que los románticos siempre han definido como un
momento de mayor lucidez. Momento inicial de la vigilia en el que dialogamos, en silencio,
con nosotros mismos y, paradójicamente, despertamos aquellos pensamientos más
profundos y a su vez todas las inquietudes e incomprensiones más metafísicas de la vida
no visible, por eso Enrique describe ese estado como un estado de ebria lucidez, evitando
pensar en que pudiera ser una manifestación de la locura, pese a no entender el por qué
de sus pensamientos.

Constantemente, a lo largo de la obra, se mantiene la metáfora de la naturaleza, como si


el protagonista quisiera escuchar en encanto que encierra el mundo y esa naturaleza para
escaparse de lo estrictamente terrenal, de lo referente a la racionalidad, a aquello que le
genera ese malestar e insatisfacción en una vida que no entiende.

La última frase del fragmento podríamos decir que resume todo el párrafo, dejando clara
su “oposición” a la racionalidad que hasta ahora le hacía bailar sin sentido, como un
simple movimiento de las articulaciones sin comprender el sentido ni la finalidad, pero
ahora se dejará guiar por esa parte menos manifiesta de la forma de entender la música,
las melodías de la vida, por aquella parte que va más allá de lo explicable, de lo racional,
para comprender en su totalidad todo lo que le rodea y disfrutar del encanto que le
proporcionarán todos sus sentidos.
A partir de ese momento Enrique se queda dormido y empieza un doble viaje onírico. En
el segundo de ellos, se cumplen sus deseos de ver a la simbólica flor azul, de escuchar a
la naturaleza y entenderla para entenderse a si mismo, pero el sueño se interrumpe para
volver de nuevo a la realidad, como siempre acaba sucediendo, por mucho que intente
uno evadirse esporádica y temporalmente de la realidad. Eso le recuerda que sigue
viviendo en el mundo real y que, en cierto modo, necesita trasportarse en el tiempo a
través de esta realidad para poder verla con otros ojos tras su formación, y poder vivir
despierto un sueño constante viviendo en la realidad que tanto le pesa.

Este momento de despertar, se puede interpretar también como un ánimo de enfatizar la


“vida nocturna romántica” que lleva el protagonista, enfrentándola o contraponiéndola a la
vida diurna, la vida de la realidad, de lo “normal”, eso de lo que tanto pretende ahora
escapar, por eso su padre le dice, más adelante, que no ha podido empezar a trabajar
porque su hijo dormía y no quería despertarlo. Esto se puede entender también como la
diferencia entre el trabajo psicológico o metafísico de Enrique, el de la vida nocturna, con
el trabajo físico del padre, el de la vida diurna.

Con este despertar y con la lucidez de la noche anterior, y gracias al viaje onírico que ha
potenciado sus ganas de emprender ese viaje de formación para encontrarse con la
belleza de la naturaleza, el futuro héroe empezará el viaje con altibajos constantes que le
harán aprender, sobretodo, en los momentos que esté en la parte más baja para remontar
de nuevo el vuelo. Ahí es donde realmente él, y cualquier personaje de las novelas de
formación, encontrará su verdadero aprendizaje y se acercará a aquello que tan
anhelado: la autocomprensión.

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