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2 LA SOFÍSTICA Y SÓCRATES

1. CONTEXTO HISTÓRICO, SOCIAL Y CULTURAL.

1.1. EL TRIUNFO SOBRE PERSIA. LA LIGA ÁTICO - DÉLICA

Para la Hélade, el siglo –V se inició con la rebelión de las ciudades jonias

contra la tutela de Persia que acabó en desastre para los jonios. Una vez aplastada

la rebelión, el gran rey de Persia quiso asegurar que las poleis griegas no volverían

a apoyar ninguna aventura rebelde, por lo que, tras infructuosos intentos de

asegurar su sometimiento, inició una guerra de escarmiento y conquista.

Contra todo pronóstico, las fuerzas unidas de los griegos, encabezadas por

espartanos y atenienses vencieron a los persas. Fueron las llamadas “Guerras

Médicas” (los helenos llamaban a

los persas “medos”). Los griegos

estaban rebosantes de orgullo y

satisfacción, más convencidos

que nunca en la superioridad de

los helenos sobre los bárbaros y

de su modo de vida sobre los demás.

Sin embargo, no se bajó la guardia, la potencia persa podría reconstruirse y

atacar en cualquier momento. Así se formó una alianza defensiva de más de 150

“poleis” marítimas entre las cuales Atenas llevaba la voz cantante. Esta alianza,

llamada Liga Délica – pues su consejo federal se reunía en la Isla de Delos- se

basaba en la aportación de cada una de las pólis de barcos o de dinero para

mantener una flota común.

Al principio se quedó en que todas las ciudades asociadas tenían igualdad de

voz y voto en el consejo. Pero, desde el primer momento, la Liga Délica fue

evolucionando para transformarse en el imperio Ateniense. Ya sea para aprovechar

el tesoro común que se utilizaría en la mejora de Atenas, para imponer el sistema

político imperante en Atenas, la Demokratía, o para intervenir directamente en la


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política de las restantes ciudades, Atenas impone su hegemonía en gran parte de la

Hélade.

1.2. LA DEMOCRACIA EN ATENAS.

Desde el año –461 hasta

el –429 Atenas estuvo dirigida

desde diferentes cargos por un

seguidor de las reformas

democráticas emprendidas por

los legisladores Atenienses,

Periklés (Pericles). Ese periodo

de más de treinta años

representa el punto culminante del Imperio ateniense. Atenas se convierte en la

principal ciudad del mundo Griego. No sólo se impone económicamente sino sobre

todo imponiendo su influencia cultural y social. Esta influencia se concreta en el

intento por parte de Atenas de imponer al resto de las poleis la forma política que

imperaba en su Estado: la democracia.

Periklés, el gran estadista de la época hegemónica de Atenas poseía

excepcionales dotes de orador y él fue el mejor

ejemplo de que la democracia podía funcionar cuando

los mejores oradores llegaban a tener su calibre

humano e intelectual. Pero otras veces la asamblea

caía en manos de demagogos irresponsables y de

menguada catadura intelectual, como ocurrió a

menudo durante la guerra contra Esparta.

Los ciudadanos que reunían las condiciones de

ser ricos (y poder dedicarse a la política ya que no

tenían necesidad de trabajar), buenos oradores y aficionados a la política, eran los

que llevaban la voz cantante en los asuntos públicos, pues se profesionalizaban en

el servicio al Estado en cargos como el de estratego (como el propio Periklés). Pero

todos los ciudadanos eran aficionadísimos a la política, que llegó a constituir una

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especie de deporte popular, en el que todos ellos participaban con pasión. Siempre

que querían, acudían a la asamblea. Y de vez en cuando ostentaban cargos públicos

por sorteo, pagados por el Estado.

La Demokratía, el gobierno del pueblo, fomentado por Periklés significaba

en Atenas un gobierno directo de los ciudadanos quienes reunidos en asamblea –

ekklêsía - decidían sobre todos los asuntos del gobierno ateniense.


La asamblea se reunía frecuentemente, de promedio una vez a la semana.

Todos los ciudadanos estaban convocados aunque no todos acudían. Muchos de los

asistentes eran holgazanes desocupados que acudían allí en busca de diversión y

entretenimiento. Otros eran rentistas que dejaban sus fincas y negocios en manos

de esclavos mientras ellos se dedicaban a la vida social. Sobre todo acudían quienes

sospechaban que podía discutirse algún asunto que afectase a sus intereses. La

asamblea era totalmente soberana, cualquier ciudadano podía traer el asunto que

quisiera y las decisiones tomadas por la mayoría de los presentes tenían fuerza

absoluta.

En este contexto es natural que las reuniones de la asamblea se prestaran a

la demagogia más absoluta, es decir, utilizar cualquier medio (el halago, la súplica,

la apelación a los sentimientos y, especialmente, el engaño) para obtener el fin

propuesto, que la asamblea votase favorablemente lo que el orador proponía. Cada

reunión de la Asamblea era un mitin y el que mejor hablaba o más divertía o más

impresionaba a la audiencia, el que lograba apasionarla o convencerla, dominaba la

situación política.

Por otra parte, la prosperidad de esta época alcanzó a todos los sectores:

múltiples festivales públicos que entretenían a los ciudadanos; esclavos que se

ocupaban de los trabajos más duros; atención del Estado a los ciudadanos más

pobres; un ejercito con más de 12.000 hombres que se renovaba anualmente a

cargo del Estado; reformas urbanísticas y construcción de grandes edificios

públicos, especialmente en el monte sagrado de la polis, la Acrópolis. Un sistema en

definitiva muy beneficioso para el ciudadano pero que se sustentaba sobre la

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necesidad de una política de expansión imperialista y la dependencia de mano

de obra esclava.

En realidad la democracia ateniense era una oligarquía de los ciudadanos,

que nunca fueron más de la cuarta parte de la población (normalmente no llegaban

al 20%). Los que poseían el título de ciudadanos –varones libres nacidos en Atenas

e hijos de padre y madre Ateniense- eran una minoría privilegiada: se dedicaban a

hacer política mientras los demás trabajaban. Pero los demás – la gran mayoría-

eran políticamente inexistentes: las mujeres (cuya función en el estado no iba más

allá de la atención del hogar y el cuidado de los hijos), los “metecos”, extranjeros

que podían comerciar pero no poseer propiedades en Atenas y los esclavos, mano

de obra sin ningún derecho. Es decir, un sistema en el que tres cuartas partes de la

población trabajaban para que menos de una cuarta parte – los ciudadanos-

tuviesen tiempo libre para dedicarse a la charla y a la política. Sin embargo, el

sistema funcionó lo suficientemente bien para proporcionar una impresionante

floración cultural. Atenas se convirtió en el foco de la filosofía, la ciencia, el

arte y la literatura de la Hélade.

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2. LOS SOFISTAS

2.2. El giro filosófico

En esta época, se producirá una transformación de los intereses y gustos

culturales. La expansión imperial y de los intereses comerciales abren los ojos a la

diversidad de culturas y pueblos sus políticas y sus costumbres. Poco a poco se va

insertando una visión “laica” de la realidad en la que el principal conocimiento es el

que se refiere a las cosas humanas, más que el descubrimiento de los motivos de

los dioses o a la recreación de grandes cosmologías como las de los antiguos

filósofos.

Las nuevas necesidades de la democracia requerían de ciudadanos

preparados en nuevas prácticas sociales. No bastaba ya con ser piadoso con los

dioses y buenos ciudadanos cumplidores de sus deberes. Se necesitaban personas

prácticas capaces de resolver rápidamente los problemas a fin de contentar a una

impaciente asamblea. Y, sobre todo, se necesitaban profesionales que enseñaran

como enfrentarse a las complejidades de los nuevos tiempos: los sofistas

2.1. Vieja y nueva educación

La extensión de la democracia en el siglo

–V había conducido a una situación en la cual el

triunfo personal dependía de la propia

elocuencia y capacidad de argumentación. La

única manera de obtener influencia política

consistía en triunfar en la asamblea. Pero en la

asamblea no triunfaba necesariamente el

miembro de mejor familia o el más rico o el más

prudente o el más esforzado sino el que podía

convencer al auditorio. Y para triunfar en los

continuos pleitos y litigios que se presentaban a la asamblea era necesario hablar

bien y argumentar bien, es decir, persuasivamente. Este interés por dominar la

persuasión era especialmente grande entre los jóvenes acomodados, deseosos de

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triunfar socialmente y dispuestos a pagar un precio alto por adquirir esas

habilidades.

La educación tradicional buscaba convertir a los jóvenes en buenos

ciudadanos. La areté, la virtud tradicional

consistía para la vieja escuela en enseñar

cuales eran las virtudes públicas que

hacían del joven un buen ciudadano

respetado por todos. La “areté” así

entendida coincidía con la excelencia, la

mejora de las capacidades privadas en

provecho de los asuntos públicos. Por eso la enseñanza de un joven ateniense se

limitaba a las prácticas físicas para convertir a los jóvenes en guerreros (lucha,

esgrima, equitación) en nociones de cálculo, lectura, escritura, música y poesía

(como habilidades sociales).

Sin embargo los nuevos tiempos transforman el concepto de areté. El buen

ciudadano no es el que cumple sus obligaciones sino el que consigue el éxito. En la

Atenas democrática, el éxito se mide por el reconocimiento público, la popularidad

y la fama que, a su vez proporcionan bienestar económico y poder político. Es, por

tanto, natural que la educación se adapte a las nuevas necesidades sociales y se

transforme en una orientación práctica para la obtención del éxito.

Los sofistas nuevos profesionales de la enseñanza surgen para hacer frente

a la demanda de nueva formación Los sofistas proponían una nueva educación de

acuerdo con los nuevos tiempos. Siempre y cuando el posible alumno tuviera dinero

suficiente para pagar las enseñanzas que recibía.

Los sofistas (del griego sophistés, el practicante de la sophós, sabiduría),

eran magníficos oradores, eruditos, conocedores de multitud de formas de

conocimientos prácticos y grandes viajeros que recorrían la Hélade mostrando sus

habilidades dando clases y pronunciando discursos. Al final solían acabar en

Atenas, centro político y cultural del mundo griego y la más grande y rica y

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populosa de las democracias, la ciudad, por tanto, donde mayor era la demanda de

profesores de retórica y de areté política.

La influencia de estos nuevos maestros fue muy importante, tanto para la

evolución cultural de la Hélade como para la situación política de la propia Atenas.

Sin embargo no formaron una tradición de pensamiento ni defendieron una doctrina

común, aunque sí existen entre ellos ciertas coincidencias de planteamiento.

2.4. Relativismo y escepticismo.

La enseñanza de lo sofistas era, sobre todo práctica. Ni pretenden tener

un conocimiento de las intenciones de los dioses como los sacerdotes ni intentan

descubrir el origen y las leyes de la naturaleza como los viejos filósofos.

Los sofistas enseñaban a no especular, a no enredarse en discusiones

abstractas sino que extraen sus conocimientos mediante métodos inductivos:

sacan sus enseñanzas de la experiencia, de la práctica cotidiana, ya sea propia o de

los demás.

Al basar su enseñanza en la práctica y en la experiencia propiciaban entre

sus discípulos un cierto escepticismo (ausencia de credibilidad) y relativismo

(falta de creencia en la universalidad de los valores y normas) que fue muy

criticado desde las posiciones tradicionalistas hasta el punto de que la palabra

“sofista” acabó convertida en un término despectivo similar al de “charlatán”.

Con respecto al relativismo, los sofistas habían comprobado que las

opiniones de las personas cambian con mayor o menor

facilidad dependiendo de la capacidad técnica del orador

para convencer al auditorio. Es natural, por tanto, que les

resultara difícil creer que los seres humanos puedan

llegar a ponerse de acuerdo sobre la verdad. Más bien

pensaban que la verdad era una creación del ser

humano de acuerdo a sus necesidades e intereses.

Como diría Protágoras de Abdera: “el hombre es la

medida de todas las cosas”.

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Esta posición se hace más evidente cuando discuten el dogmatismo de los

filósofos de la naturaleza. Así Gorgias de Leontino defendía que no hay diferencia

entre lo que son las cosas y lo que parecen ser. No hay conocimientos ocultos o

extraordinarios, todos los conocimientos son valiosos porque todas están al mismo

nivel: el de la opinión. Todas opiniones están en un mismo plano y todas cambian por

efecto de la persuasión.

El relativismo de los sofistas deriva en muchas ocasiones hacia el

escepticismo. No es sólo que los seres humanos tengamos montones de opiniones

sobre las cosas es que resulta imposible que ninguna de estas opiniones se pueda

convertir en verdad definitiva. El escepticismo es la posición filosófica que duda

de la existencia de verdades definitivas.

El escepticismo de los sofistas se podía comprobar especialmente en las

prácticas religiosas. Los sofistas rechazaban la religión cuyo origen y desarrollo

explicaban racionalmente.

Respecto a los dioses

unos sofistas, como

Protágoras se declaraban

agnósticos (no sabían

decir nada sobre ellos, ni

siquiera si los había o no)

mientras que otros eran

francamente ateos: así

Pródikos de Keos

sostenía que los seres

humanos empezaron a divinizar las fuerzas de la naturaleza, para pasar luego a

divinizar a otros hombres inventores de cosas útiles. Krítias, sostenía que los

dioses habían sido inventados por un astuto legislador a fin de inducir a los

ciudadanos a cumplir las leyes incluso cuando nadie los vigilaba.

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2.5. Naturaleza y convención: la dicotomía Physys / Nomos.

El escepticismo y el relativismo de los sofistas que hubieran causado un

gran escándalo en cualquier otro lugar (como, por ejemplo, en la tradicionalista

Esparta) no significaban un mayor problema dentro de una sociedad tolerante y

abierta en la cosmopolita Atenas. Sin embargo el relativismo y el escepticismo de

las opiniones se convierten en un grave problema cuando afectan a los asuntos

públicos.

Tal como vimos en el tema anterior los griegos y, especialmente, los

atenienses se habían educado en la convicción de que las leyes garantizan la

libertad y la seguridad de los ciudadanos. En la tolerante Atenas se puede discutir

sobre cualquier asunto por muy escandaloso que fuera: los dioses, la naturaleza, el

arte, la política. Pero se encontraban ante un problema especialmente grave cuando

se discutía la esencia de la ciudadanía: la objetividad de las leyes de la “polis”.

Respecto a las costumbres morales y políticas nadie tenía una idea tan clara

de su relatividad como los sofistas. Una cosa eran las leyes naturales y otra las

leyes sociales.

Las leyes naturales, - Physis- como la obligación de ocuparse de la propia

familia o el deseo de obtener riquezas y vivir desahogadamente, etc. son leyes de

obligado cumplimiento, no se pueden evitar a menos de que se quiera ir contra la

propia naturaleza (serían, por tanto, actitudes antinaturales o artificiales).

Las normas morales y políticas – nomos- no forman parte del orden

necesario de la naturaleza ni son expresión de la voluntad de los dioses sino que

son meras convenciones de los hombres. Las leyes que se cumplen en la ciudad,

como la de someterse al poder de los gobernantes o las normas de la buena

educación serían fruto de una convención, un pacto o un acuerdo, que depende de la

voluntad de los ciudadanos.

Sin embargo, aunque los sofistas reconocen el que las leyes y normas

morales no se fundamentan en nada absoluto (no hay un tribunal divino o

sobrehumano que juzgue la conducta de los hombres), no significa que haya que

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rechazarlas. Aunque fruto de un acuerdo, de una convención entre los hombres, la

sociedad humana no puede funcionar sin leyes convencionales.

Las múltiples discusiones sobre lo que pertenecía a la naturaleza y a la

convención y sobre el papel de ambas en la vida humana jugaron un importante

papel en lo que podría llamarse la filosofía de los sofistas. De hecho fueron ellos

los fundadores de la filosofía del derecho y la ética. Y fueron los primeros en

poner en cuestión la distinción entre bárbaro y heleno, o entre hombre libre y

esclavo no era más que un prejuicio muy discutible.

2.6. ¿La escuela sofística?

Como se ha comentado anteriormente, a pesar de su unidad de

planteamiento no existió una comunidad en cuanto a los temas tratados y a la

resolución de los problemas. No obstante podemos hablar de que existió una

primera y una segunda generación sofística en función de las actitudes tomadas

ante los problemas que se planteaban.

En un primer momento los sofistas se atenían a ser profesionales de la

enseñanza con mayor o menor éxito entre los posibles alumnos. Entre ellos destaca

dado su interés y su cercanía a los principales círculos políticos (especialmente

próximo a Periklés) a Protágoras, que elaboró una sofisticada teoría relativista

expuesta en su libro Sobre la verdad que empezaba con la famosa frase “El hombre

es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no

son en cuanto que no son”. Es decir, nada es de un modo u otro, sino en la medida en

que así le parece a alguien, es el hombre quien debe decidir que es lo que está

bien o lo que está mal, qué es lo justo o lo injusto.

Por otra parte, Gorgias es un escéptico que no pretende

enseñar a nadie qué es la virtud sino solo la retórica, el arte de

persuadir, al que considera el más importante de los saberes. De

entre sus obras destaca Acerca de lo existente o sobre la

naturaleza en la que defendía contra la escuela eleática las tres


tesis siguientes: nada existe, si algo existiese no podríamos conocerlo, si algo

pudiéramos conocer no podríamos comunicarlo a los demás. Es decir, con lo único

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que contamos son solo apariencias y opiniones y, por tanto es inútil afirmar la

existencia de una única verdad y una única realidad.

La segunda generación de sofistas extrema aún más este tipo de

planteamientos, en el sentido de afirmar la necesidad (obligación de su

cumplimiento) de la ley natural y el antinaturalismo de las leyes de la polis. Autores

como Calicles afirman que las leyes de las polis están hechas por los débiles,

cuando lo natural es el dominio de los fuertes. La moral vigente es, por tanto,

antinatural.

3. SOKRATES: MÉTODO E INTELECTUALISMO MORAL.

3.1. VIDA Y MUERTE DE SÓCRATES.

3.1.1. La filosofía como forma de vida

Sokrates (Sócrates) nació en Atenas en el

año –470 o –469, en el seno de una familia de

clase media baja. La figura de Sokrates no era

muy agraciada. Tripudo, de labios gruesos, de

nariz chata y respingona y ojos saltones, descalzo

y desaliñadamente vestido, su apariencia era que

ni pintada para hacerle objeto de chistes y burlas,

que él recibía con ironía y buen humor. Pero por

debajo de esta fachada se escondía una

personalidad de rara intensidad, que fascinaba a

amigos y oyentes. Precisamente en ninguna

circunstancia se encontraba Sócrates tan a gusto como rodeado de amigos y

discípulos entre los que se encontraba lo más granado de la juventud dorada de

Atenas. Los discípulos se sentían al tiempo turbados y extasiados con Sokrates que

en inacabables conversaciones les hacia dudar sobre sus creencias y les enseñaba a

pensar con una claridad que a ellos les parecía admirable.

Era una relación, intelectual y afectiva a la vez, que no tenía precio y, en

efecto, Sócrates no cobraba por las clases que daba. En eso se diferenciaba de

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los sofistas: él enseñaba por amor, no por dinero. Por otra parte, Sokrates no

pronunciaba discursos, tampoco escribió nada, sino que se pasaba el día charlando,

dialogando y discutiendo. No obstante, ese afán por la discusión hacía que mucha

gente le confundiera con un sofista como hizo Aristófanes al caricaturizarlo como

tal en su comedia Las nubes.

3.1.2. La política, la condena y la muerte

Buen ciudadano, cumplió sus obligaciones militares con dedicación e incluso

actuó heroicamente en varias batallas. Pero también, era, ante todo, cumplidor de

sus propias convicciones que le impidieron, a riesgo de la propia vida y libertad,

aceptar órdenes de los treinta tiranos que tras la guerra del peloponeso se

hicieron con el poder en Atenas.

Sin embargo, al restablecerse la democracia en Atenas, Sokrates era

objeto de una viva antipatía en muchos sectores de la población. Y así en el año –

399, Sócrates, que contaba entonces con 70 años de edad fue acusado ante la

asamblea y condenado a muerte. Así acababa su vida y comenzaba su mito. Los

hechos sucedieron según diversos testimonios de la época de la siguiente manera:

Como se ha comentado anteriormente la democracia y el influjo de los

sofistas habían socavado los principios tradicionales en los que se basaba la vida

ateniense. Muchos jóvenes, los más brillantes y prometedores acudieron a la

política con tanta ambición como falta de escrúpulos provocando con ello desastres

políticos que acabarían con la derrota de Atenas contra Esparta y la sangrienta

dictadura de los 30 tiranos. Después de estos años de convulsión la gente estaba

harta de tanta degradación moral, de tanta locura colectiva azuzada por los

demagogos, de la falta de escrúpulos y la arrogante ambición de poder de líderes

brillantes pero irresponsables y criminales en la práctica, como el aventurero

Alkibiades (Alcibíades) o el sanguinario Kritías (Critias). Ambos reconocidos

discípulos de Sócrates.

Sokrates fue víctima de esta reacción. Una vez restablecida la

democracia, los líderes del partido popular, como Anytos (Anito), querían llevar a

cabo escarmientos contra los que se habían relacionado de alguna forma u otra con

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los tiranos. Sokrates se había negado a colaborar con la tiranía pero entre sus

amigos y discípulos se encontraban algunos de los responsables de la caída de

Atenas en la corrupción, la demagogia y el crimen. La idea, pues, era la de

desterrar a Sócrates castigándole por las nefastas acciones de sus discípulos. Le

acusaron así de impiedad (ateismo, algo insólito en la tolerante Atenas) y de

corromper a los jóvenes para que fueran contra las leyes de la ciudad.

Sin embargo Sokrates, que podría haberse salvado fácilmente de la condena

de haberse mostrado humilde y arrepentido, hizo una defensa en un tono

justamente contrario al que se esperaba. Consideraba que no había cometido

ninguna falta y que admitir las acusaciones sería negar los principios que habían

guiado toda su vida. Así, aunque sus acusadores se habrían conformado con el

destierro, él prefirió la muerte antes de admitir la culpa por acciones que

jamás había cometido. Su condena constituyó un gran malentendido, pues, en

realidad se había pasado la vida polemizando contra las ideas relativistas y

amorales con las que ahora se lo identificaba.

3.2. EL PENSAMIENTO SOCRÁTICO.

Sokrates no escribió nada. Cuanto de él sabemos procede de los escritos de

Platón, Aristófanes, Xenofón y Aristóteles. De hecho, la importancia histórica de

Sócrates estriba en la enorme influencia de su actitud ante la vida, en el

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escándalo que significó su muerte y en el mito que sus numerosos discípulos

transmitieron a la posteridad más que en sus aportaciones teóricas.

3.2.1. Autoconocimiento: la búsqueda de la propia identidad

Después de la derrota contra Esparta los atenienses vivían sumidos en la

confusión y la duda. En momentos de confusión lo más común es aferrarse a las

viejas creencias, especialmente los cultos religiosos que ofrecen la seguridad de

una creencia inquebrantable. Otra fórmula consiste en integrarse en un grupo

social que si bien no ofrece las garantías de la religión al menos proporciona el

consuelo y el acompañamiento del público.

Otros, sin embargo, encuentran la propia identidad en el reconocimiento

público, el éxito social que se manifiesta en el ejercicio del poder y la obtención de

dinero. En este último caso las convicciones, las normas morales y las leyes

políticas no son más que convenciones, acuerdos establecidos por conveniencia y

por tanto sometidos a la relatividad del momento, tal como enseñaban los sofistas

Para Sócrates, estas opciones resultaban inviables: las certezas que

ofrecen las creencias religiosas o el convencimiento de la mayoría no garantizan

que se esté por el buen camino, que se pueda llevar una buena vida, como mucho,

nos garantizan seguridad, pero a cambio de la libertad y la independencia moral.

Pero, por otra parte, el relativismo de los sofistas le resulta intolerable: si las

normas de conducta dependen de la situación nuestra vida se convierte en un

continuo deseo de agradar a los demás, caemos en la peor de las esclavitudes la

dependencia de los deseos de los demás. Creemos que tenemos éxito cuando los

demás nos lo reconocen, cuando en realidad lo que estamos haciendo es renunciar a

nuestra propia personalidad, a nuestra identidad

La condena y muerte de Sócrates, se convierte para las generaciones

posteriores en el máximo ejemplo de mantener la propia independencia, la

identidad aún a costa de la propia vida. Ni siquiera ante el tribunal que lo

condenaría a muerte renunció a sus convicciones. Es más pensaba que su tarea

como ciudadano de Atenas, como hombre libre consistía en encontrar su propia

personalidad. “Conócete a ti mismo” era su divisa

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No obstante, lo que resulta novedoso en Sócrates no la obstinación en

mantener sus opiniones sino la forma en como se busca esa propia identidad.

Sócrates proponía que solo se podía eliminar la confusión, la duda, el desánimo

mediante el ejercicio intelectual, la filosofía Es decir, para ser hay primero que

saber, es lo que se conoce como intelectualismo moral.

3.2.2. El saber: los conceptos

Durante la época de prosperidad de Atenas, la “areté”, la mejora personal y

social se identificaba con el éxito. Ser alguien equivalía a ser conocido y popular.

Pero el éxito, la popularidad depende de las apariencias. Y la búsqueda del éxito se

convertía en un constante “salvar las apariencias”, mientras se renunciaba a las

creencias, deseos o convicciones más íntimas, a la propia autenticidad.

Para Sócrates la búsqueda de la autenticidad empieza por el reconocimiento

de que las virtudes, los valores, las normas no eran para Sócrates simples

palabras que se usan en los grandes discursos sino realidades objetivas y

consistían en ciertos saberes que se pueden conocer y se pueden enseñar.

Efectivamente, el bien y el mal, la cobardía y la valentía, la belleza y la

fealdad, la educación, la amistad, el odio, el amor, etc. no pueden ser un simple

cálculo de lo que convenga en cada momento porque entonces nosotros no

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decidimos sino que decide la situación. Por el contrario estos valores y virtudes si

lo son tienen que ser objetivos, deben ser verdaderos independientemente de la

situación en la que se den. Y puesto que son objetivos pueden y tienen que ser

reconocidos por todos.Por tanto, la búsqueda de una mismo (“conócete a ti mismo”)

tiene necesariamente que pasar por la búsqueda del auténtico conocimiento y no la

apariencia del mismo que se ve en los discursos huecos que enseñan los sofistas.

Pero para llegar al verdadero conocimiento antes debía eliminar el escepticismo y

el relativismo que se había impuesto en la vida pública ateniense, puesto que

trataba de llegar a un punto de entendimiento válido para todos los ciudadanos.

Según Sócrates, los ciudadanos se llenan la boca con grandes palabras como

justicia, bien o libertad sin saber realmente que es lo que están diciendo,

añadiendo la confusión de los discursos de sofistas, políticos y religiosos a la propia

confusión personal. Sócrates interrumpía al político que hablaba de justicia para

que precisara que es lo que estaba diciendo exactamente; o al poeta que hablaba de

belleza o al ciudadano que invocaba la libertad de las leyes de Atenas. Unos y otro

replicaban dando ejemplos. Pero esto a Sócrates no le bastaba puesto que no le

interesaba esta o aquella forma concreta de justicia, belleza o cualquier otro valor

moral sino el significado común de una palabra en todos los usos que hacemos

de ella.

Por tanto el verdadero conocimiento de pasa por tener un conocimiento

objetivo. Y el conocimiento objetivo, el saber sólo es posible si encontramos la

definición precisa, decir si dejamos de usar las palabras como formas de

persuasión para interesarnos por el significado de las mismas. Para Sócrates la

filosofía, la búsqueda del conocimiento de uno mismo sólo es posible si somos

capaces de precisar con exactitud qué es lo que estamos diciendo cuando

empleamos las palabras. Es decir el conocimiento equivale a definición de las

palabras y la definición exacta convierte a las palabras en conceptos,

realidades objetivas.

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3.2.3. El intelectualismo moral

¿Por qué es tan importante para la búsqueda de la propia identidad, el

conocimiento objetivo, las definiciones precisas de los conceptos? Porque Sócrates

es tiene la convicción de que la virtud y saber coinciden.

Nadie hace el mal a sabiendas, el malvado no es más que un ignorante: el que

conoce lo que es recto actuará con rectitud y solo por ignorancia se hace el mal. Y

así como nadie canta o navega mal voluntariamente, sino solo porque no sabe

hacerlo mejor, así también el comportamiento moralmente malo es siempre

involuntario, basado en la ignorancia del bien. Todo el mundo persigue el bien pero

los malos no lo conocen, son ignorantes y, por ello, al actuar mal no saben que lo

hacen.

Ahora bien, una vez que investigamos, buscamos la definición precisa ¿cómo

podemos saber que no nos hemos equivocado? ¿Cómo podemos saber con seguridad

que lo que creemos bueno (es decir, tengo la convicción “sé con seguridad”) es algo

más que una opinión? Esto es así porque todos, de una u otra manera todos tenemos

un conocimiento innato de los valores morales, todos somos capaces de reconocer

la belleza o la justicia aunque no seamos conscientes de ello. Por eso también

sabemos distinguir el verdadero saber de la simple opinión interesada cuando se

nos muestra.

Sócrates denomina a ese reconocimiento intuitivo su daimon su demonio

particular que le orientaba sobre las acciones buenas o malas. Este daimon era una

forma poética de referirse a lo que posteriormente en la filosofía y la religión se

conocería como conciencia moral, es decir, la capacidad de todos los individuos

conscientes de reconocer las buenas acciones de las malas. De la misma manera,

trataba Sócrates los asuntos públicos. La educación y la ilustración de los

ciudadanos les conducirán al auténtico saber lo que equivale a la auténtica bondad.

Y como el que es bueno es, necesariamente feliz, a la felicidad del individuo

depende del buen gobierno del estado. Puesto que solo hace el bien quien sabe lo

que es, consecuentemente el gobierno debe ser confiado a los que saben

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gobernar, a los que saben cual es el bien para el estado. Solamente los gobernantes

sabios (buenos) pueden garantizar la felicidad de los ciudadanos.

El problema, sin embargo es más complicado. Nadie admitiría, de buen grado

que en realidad no sabe de que está hablando. Ningún político admitirá que no sabe

que es el buen gobierno, o un poeta que no sabe que es la belleza o un juez que no

sabe lo que es la libertad. Por eso para Sócrates la tarea del filósofo no consiste

en dar grandes y graves discursos morales que solo añaden confusión a la que ya

existe sino poner a sus conciudadanos en la posición de tener que revisar sus

propios conocimientos. Lo cual implica una modificación sustancial de la manera, del

procedimiento en como se venía haciendo la filosofía.

3.2.2. El método.

Para Sócrates, ciudadano de Atenas e inspirado por el profundo sentimiento

de colectividad del griego de la época, el conocimiento de uno mismo, no puede

conseguirse de manera aislada. Sócrates entiende la filosofía, es decir, la

búsqueda del propio conocimiento, como un diálogo, una búsqueda colectiva. Cada

hombre posee la verdad en su interior, pero para descubrirla debe emplear la

ayuda de otros.

El diálogo es un proceso de investigación inductivo. Cuando dialogamos con

los demás empezamos partiendo de las propias experiencias, de las opiniones

ingenuas, los conocimientos aparentes y los prejuicios logramos descubrir la

verdad. En este proceso inductivo, se pueden distinguir, no obstante, dos

momentos: un primer momento negativo, la ironía y otro positivo, al que Sócrates

llama “mayeútica”.

• La ironía es un procedimiento por el cual se pone en evidencia lo absurdo y

contradictorio de las opiniones que generalmente se consideran como

irrefutables. Mediante preguntas y contraejemplos Sócrates mostraba a su

interlocutor que las ideas expresadas en un primer momento, fruto de la

irreflexión solo llevan a consecuencias absurdas. De este modo se le iba

conduciendo a una situación sin salida aparente en la que todos los

conocimientos que admitía anteriormente sin discusión se volvían

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Filosofía 2 Tema 2: La sofística y Sócrates

problemáticos y tenía que reconocer junto con Sócrates una nueva forma de

sabiduría: “sólo sé que no se nada”. Es decir, el reconocimiento de la

propia ignorancia es el principio del autentico conocimiento. Y a este

reconocimiento solo se llega mediante el cuestionamiento de las propias

convicciones

• A este momento negativo del método, le sucedía un momento positivo. La

mayeútica, consistente en hacer preguntas a nuestro interlocutor, de tal

manera que llegue a descubrir por sí mismo la verdad que alumbra en su

interior y que él mismo desconoce poseer. Le denomina mayeútica, es decir,

el arte de la partera, porque de la misma manera que la partera ayudaba a

concebir, Sócrates pretendía no imponer sus conocimientos al otro sino

orientar a sus discípulos en la búsqueda de la verdad común que se

encuentra oculta en el interior e cada uno.

Sin embargo, para la mayoría de la gente esta manera de enseñar en la que

se desenmascaraban las ideas preconcebidas, este plantear preguntas pero no

ofrecer respuestas le valió un gran resentimiento. A los ojos del pueblo Sócrates

era un sofista más, un charlatán locuaz y embaucador que confundía las sanas ideas

de los honrados ciudadanos y sembraba de escepticismo la mente de los jóvenes. Lo

cual, como sabemos, sería, a la larga la causa de su condena y muerte.

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