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Trastornos de los vasos sanguíneos

renales
El suministro de sangre a los riñones es vital para su correcto
funcionamiento. Cualquier interrupción o reducción del aporte
sanguíneo puede causar problemas, como por ejemplo una lesión
renal, una disfunción renal y una presión arterial más alta
(hipertensión arterial).

Infarto del riñón

Un infarto renal es la muerte de una zona de tejido renal causada por


la obstrucción de la arteria renal, la arteria principal que lleva la
sangre al riñón.
La obstrucción de la arteria renal es rara y, cuando se produce,
habitualmente se debe a que una partícula que estaba flotando en el
flujo sanguíneo (émbolo) se aloja en la arteria. El émbolo puede originarse a partir de un coágulo
sanguíneo (trombo) en el corazón o por la rotura de un depósito de colesterol (ateroma) de la
aorta. Por otra parte, el infarto puede ser consecuencia de la formación de un coágulo sanguíneo
(trombosis aguda) en la misma arteria renal, provocado por una lesión de la arteria debido a
cirugía, a una angiografía o a una angioplastia. El coágulo puede también ser el resultado de una
arteriosclerosis grave, arteritis (inflamación de las arterias), drepanocitosis o la rotura de un
aneurisma de la arteria renal (una protuberancia en la pared de la arteria). Un desgarro del
revestimiento (disección aguda) de la arteria renal hace que el flujo de sangre en la arteria se
obstruya o que la arteria se rompa. Las causas subyacentes del infarto incluyen arteriosclerosis y
fibrodisplasia (desarrollo anómalo de tejido fibroso en la pared de una arteria).
El infarto renal puede ser producido por varias circunstancias: ocasionalmente de modo
terapéutico (infarto terapéutico) para tratar tumores del riñón, por una pérdida masiva de
proteínas por la orina (proteinuria) o por una hemorragia incontrolable del riñón. El flujo de
sangre al riñón se obstruye introduciendo un catéter dentro de la arteria que alimenta el riñón.

Síntomas y diagnóstico

Las pequeñas obstrucciones de la arteria renal a menudo no producen ningún síntoma. Sin
embargo, pueden causar un dolor constante y agudo en la zona lumbar (dolor en el costado)
sobre el lado afectado. Pueden producirse fiebre, náuseas y vómitos. La obstrucción parcial de la
arteria puede conllevar el desarrollo de hipertensión arterial.
La obstrucción total de ambas arterias renales, o de una sola en las personas que sólo tienen un
riñón, detiene completamente la producción de orina e interrumpe el funcionamiento de los
riñones (insuficiencia renal aguda).
Los análisis de sangre, por lo general, muestran un número anormalmente elevado de glóbulos
blancos. En la orina se encuentran presentes proteínas y cantidades microscópicas de sangre.
Pocas veces puede haber una cantidad de sangre suficiente como para que sea visible a simple
vista.
Es necesario efectuar pruebas de imagen del riñón para realizar el diagnóstico, porque ninguno
de los síntomas o de los exámenes complementarios identifican específicamente un infarto renal.
Durante las dos primeras semanas que siguen a un infarto extenso, la función del riñón afectado
es escasa. Una urografía endovenosa o las imágenes con isótopos radiactivos pueden mostrar el
escaso funcionamiento, dado que el riñón no puede excretar las cantidades normales de
sustancia radiopaca (que es visible en las radiografías) o de indicadores radiactivos utilizados en
estas pruebas.
Sin embargo, teniendo en cuenta que el escaso funcionamiento renal puede también ser
provocado por otras afecciones además del infarto, una ecografía o una urografía retrógrada
pueden ser necesarias para diferenciar entre las distintas causas. El mejor modo de confirmar el
diagnóstico y obtener una imagen clara del problema es efectuando una arteriografía renal, en la
que se inyecta una sustancia radiopaca dentro de la arteria renal.
Sin embargo, la arteriografía se lleva a cabo solamente cuando el médico tiene previsto intentar
desobstruir la arteria. La eficiencia con la que se restablece la función renal se puede evaluar
mediante una urografía endovenosa o con una gammagrafía con isótopos radiactivos repetidas a
intervalos de un mes.
Irrigación de sangre al riñón
Tratamiento

El tratamiento habitual consiste en la administración de


anticoagulantes con el fin de prevenir la formación de coágulos
adicionales que van a obstruir la arteria renal. Los fármacos
que disuelven coágulos (trombolíticos) son de introducción más
reciente y pueden ser más eficaces que otros tratamientos. Los
fármacos mejoran la función renal sólo cuando la arteria no
está completamente obstruida o cuando los coágulos se
pueden disolver en el plazo de 1½ a 3 horas, tiempo durante el
cual el tejido renal puede aguantar la pérdida de su aporte
sanguíneo.
Para eliminar la obstrucción, el médico puede hacer pasar un
catéter con un globo en el extremo, desde la arteria femoral en
la ingle hasta la arteria renal. Luego se infla el globo para
forzar la abertura de la zona obstruida. Este procedimiento se
denomina angioplastia transluminal percutánea.
El tratamiento óptimo del infarto renal es incierto, pero en
general se prefiere el tratamiento farmacológico. Aunque la
cirugía corrige la obstrucción de los vasos sanguíneos, implica
mayores riesgos, complicaciones y hasta la muerte, y la
función renal no mejora más que cuando son utilizados los
anticoagulantes o los fármacos trombolíticos solos. La cirugía
es el tratamiento preferido únicamente en el marco de una
rápida intervención (en el término de 2 a 3 horas), para
eliminar un coágulo sanguíneo en la arteria renal, provocado
por una herida (trombosis traumática de la arteria renal).
Aunque la función renal puede mejorar con el tratamiento, por
lo general no llega a recuperarse por completo.

Enfermedad ateroembólica del riñón

La enfermedad ateroembólica del riñón es un proceso en el que numerosas partículas (émbolos)


de materias grasas (ateromas) obstruyen las pequeñas arterias renales, provocando una
insuficiencia de la función de los riñones.
Las partículas de materias grasas alojadas en la pared de un vaso sanguíneo se desprenden,
desplazándose por las pequeñas arterias renales y obstruyendo el suministro de sangre a los
riñones. Esta situación puede producirse espontáneamente o como una complicación de la cirugía
o de los procedimientos que afecten a la aorta, como una angiografía, prueba durante la cual, de
forma involuntaria, se puede provocar el desprendimiento de trozos de la materia grasa que
reviste la aorta. La enfermedad ateroembólica del riñón se produce con mayor frecuencia en las
personas de edad avanzada y el riesgo aumenta con la edad.

Síntomas

Por lo general, la enfermedad ateroembólica provoca poco a poco una insuficiencia de los riñones
que no presenta síntomas hasta que la insuficiencia es avanzada. Si la obstrucción es el
resultado de un procedimiento sobre la aorta, el momento en el que la obstrucción se produce es
obvio y los riñones, con frecuencia, fallan repentinamente. En una insuficiencia renal completa,
aparece una amplia variedad de síntomas, comenzando por cansancio y una sensación de
enfermedad generalizada (malestar). Los síntomas no son causados específicamente por la
enfermedad ateroembólica renal, sino secundarios a la insuficiencia renal; incluyen trastornos de
los músculos, los nervios, el corazón, el aparato digestivo y la piel.
Generalmente los émbolos no están limitados a las arterias renales. Frecuentemente obstruyen
los vasos sanguíneos de otros órganos, como el páncreas y el intestino; los síntomas más
frecuentes son dolor abdominal, heces sanguinolentas y diarrea. Cuando los émbolos se
desplazan a las extremidades, pueden provocar una coloración algo purpúrea de la piel, nódulos
musculares dolorosos e incluso gangrena. Los émbolos que se desplazan a un ojo pueden causar
ceguera repentina.
Diagnóstico y tratamiento

La insuficiencia renal se diagnostica fácilmente con análisis de sangre. La enfermedad


ateroembólica renal se diagnostica con una biopsia de riñón: el examen de una muestra de tejido
obtenida a través de una aguja detecta partículas microscópicas de grasa que obstruyen las
pequeñas arterias.
Los únicos tratamientos posibles para la insuficiencia renal avanzada causada por la enfermedad
ateroembólica renal son la diálisis renal y el trasplante.

Necrosis cortical

La necrosis cortical renal es una rara forma de muerte del tejido renal que afecta a una parte o a
la totalidad de la zona más externa de los riñones (corteza), pero no a la interna (médula).
La necrosis cortical es el resultado de una obstrucción de las pequeñas arterias que van a la
corteza renal, causada por muchas circunstancias.
La necrosis cortical puede producirse a cualquier edad. Alrededor del 10 por ciento de los casos
se produce en la primera infancia y en la niñez. Más de la mitad de los recién nacidos con esta
afección tiene partos complicados por el desprendimiento brusco de la placenta (abruptio
placentae); la segunda causa más frecuente es una infección bacteriana en la circulación
sanguínea (sepsis bacteriana). En los niños, la necrosis cortical puede aparecer tras una
infección, una deshidratación, shock o el síndrome hemolítico-urémico. En los adultos, la sepsis
bacteriana causa una tercio de todos los casos de necrosis cortical. Aproximadamente el 50 por
ciento de los casos informados se produce en las mujeres que tienen complicaciones durante el
embarazo, como puede ser el desprendimiento brusco de la placenta, la posición anómala de la
placenta (placenta previa), una hemorragia uterina, infecciones inmediatamente posteriores al
parto (sepsis puerperal), la obstrucción de una arteria (embolia) por líquido amniótico, la muerte
del feto dentro del útero y la preeclampsia (hipertensión arterial con presencia de proteínas en la
orina o retención de líquido durante el embarazo).
Otras causas incluyen rechazo de un riñón trasplantado, quemaduras, inflamación del páncreas
(pancreatitis), lesiones, mordedura de víbora e intoxicaciones (por ejemplo, por fósforo o
arsénico).

Síntomas

La necrosis cortical renal puede asemejarse a otros tipos de insuficiencia renal. Sin embargo, los
médicos sospechan necrosis cortical cuando la producción de la orina disminuye brusca y
radicalmente sin que haya evidencia de una obstrucción en los uréteres o en la vejiga y que
además se encuentre sangre en la orina de un paciente con una enfermedad que puede provocar
necrosis cortical. Con frecuencia hay fiebre. Es frecuente hallar una ligera hipertensión arterial o
incluso una hipotensión.
La poca cantidad de orina producida contiene proteínas y muchos glóbulos rojos, junto con
glóbulos blancos y cilindros (aglomeraciones de glóbulos rojos y blancos junto con otros
residuos). Las concentraciones de algunas enzimas, que pueden medirse en una muestra de
sangre, son anormalmente elevadas en los primeros estadios de la enfermedad.

Diagnóstico y tratamiento

Por lo general, el diagnóstico puede establecerse mediante ecografía o por medio de la


tomografía computadorizada (TC). Se puede efectuar una biopsia de riñón o una arteriografía,
pero en la mayor parte de los casos no es necesario. Los depósitos de calcio que se observan en
las radiografías sugieren necrosis cortical renal, pero éstos se desarrollan tardíamente en el
curso de la enfermedad como resultado de la curación y se encuentran solamente en un 20 a un
50 por ciento de las personas.
El tratamiento a menudo es complicado porque hay que tratar la enfermedad subyacente. La
insuficiencia renal requiere diálisis. En algunos casos, la función renal se recupera lo
suficientemente como para interrumpir la diálisis al cabo de varios meses. Aproximadamente
entre el 20 y el 40 por ciento recuperan parcialmente la función renal. Sin embargo, por lo
general, el trasplante de riñón o la diálisis durante toda la vida son las únicas soluciones.
Nefroangiosclerosis maligna

La nefroangiosclerosis maligna es una afección asociada con la hipertensión arterial (hipertensión


maligna) en la cual las arterias más pequeñas (arteriolas) de los riñones se lesionan y aparece
una insuficiencia renal que progresa rápidamente.
La nefrosclerosis con hipertensión maligna es más frecuente en los varones de 40 a 60 años y en
las mujeres de 30 a 40 años. Así mismo, es más frecuente entre las personas de etnia negra que
entre las de etnia blanca y es poco frecuente entre las personas que sufren de hipertensión
arterial.
La arteriosclerosis de las arterias renales (nefrosclerosis benigna) acompaña frecuentemente el
envejecimiento y se asocia al desarrollo de hipertensión arterial. La nefroangiosclerosis maligna
es una afección mucho más grave que cursa junto con hipertensión maligna. La hipertensión
maligna muy a menudo es la consecuencia de una hipertensión arterial escasamente controlada,
pero también puede ser el resultado de otras afecciones, como glomerulonefritis, insuficiencia
renal crónica, estenosis de la arteria renal (hipertensión vascular renal), inflamación de los vasos
sanguíneos renales (vasculitis renal) o, en raras ocasiones, trastornos hormonales como
feocromocitoma, síndrome de Conn o síndrome de Cushing.

Síntomas y diagnóstico

Los síntomas se deben a lesiones en el cerebro, el corazón y los riñones como consecuencia de
la hipertensión arterial grave. La presión arterial diastólica está, por lo general, por encima de
130 milímetros de mercurio (mm Hg). Los síntomas comprenden intranquilidad, confusión,
somnolencia, visión borrosa, dolor de cabeza, náuseas y vómitos. Observando el fondo del ojo
con un oftalmoscopio, el médico puede ver zonas de hemorragias, acumulaciones de líquido y la
tumefacción del nervio óptico. El corazón se dilata y es frecuente que aparezca insuficiencia
cardíaca. El coma puede ser la consecuencia de la hinchazón (edema) o de una hemorragia en el
cerebro.
Debido al mal funcionamiento de los riñones, las proteínas pueden pasar a la orina. Mediante un
examen al microscopio pueden detectarse células sanguíneas en la orina, donde también se
pueden ver cilindros de glóbulos rojos agrupados. La anemia con frecuencia es el resultado de la
destrucción de glóbulos rojos y de una insuficiente producción de los mismos. También se
presenta con frecuencia coagulación de la sangre en el interior de los vasos sanguíneos. Los
valores en sangre de renina y aldosterona (sustancias producidas por los riñones que ayudan a
regular la presión arterial) son extremadamente elevados.

Pronóstico y tratamiento

Si no se trata la afección, aproximadamente la mitad de los casos fallece antes de los 6 meses y
la mayor parte de los demás antes de un año. Alrededor del 60 por ciento de las muertes son
causadas por insuficiencia renal, el 20 por ciento por insuficiencia cardíaca, el 20 por ciento por
un accidente vascular cerebral y el uno por ciento por ataques cardíacos (infartos de miocardio).
Si se disminuye la presión arterial y se trata la insuficiencia renal, se reduce el índice de
mortalidad de forma significativa, especialmente la mortalidad debida a insuficiencia cardíaca,
insuficiencia renal y accidentes vasculares cerebrales.
Los casos de insuficiencia renal menos grave mejoran, casi todos, sin ningún tratamiento. En la
mayoría de los casos, la hipertensión muy alta puede controlarse satisfactoriamente con una dieta
adecuada y con la toma de fármacos. Los casos con insuficiencia renal progresiva pueden
mantenerse en vida con diálisis y en algunas ocasiones llegar a mejorar lo suficiente como para
interrumpir la diálisis.

Trombosis de la vena renal

La trombosis de la vena renal es la obstrucción de la vena encargada de transportar la sangre


fuera del riñón.
La obstrucción puede ser aguda (repentina) o crónica (progresiva), produciendo una amplia gama
de síntomas y dando como resultado, en general, el síndrome nefrótico, situación en la que se
pierden grandes cantidades de proteínas por la orina.
En los adultos, este trastorno generalmente ocurre asociado a otros trastornos renales que
provocan la pérdida de proteínas por la orina. Puede ser ocasionado por un cáncer de riñón o por
procesos que comprimen la vena renal (por ejemplo, un tumor) o la vena cava inferior, en la cual
desemboca la vena renal.
Otras causas posibles son el uso de contraceptivos orales, las lesiones o, en casos raros, la
tromboflebitis migrans (una afección en la que la coagulación se va produciendo
consecutivamente en diversas venas por todo el cuerpo).
Síntomas y diagnóstico
Los pacientes con trombosis de la vena renal, generalmente, no tienen síntomas y el trastorno
pasa desapercibido. Cuando sí causa síntomas, sigue uno de los dos modelos, en función de si el
comienzo es gradual o repentino.
En los adultos, el comienzo y la evolución son por lo general graduales. La orina contiene
proteínas y su volumen disminuye. Cuando el comienzo es repentino, el dolor se produce
típicamente en el costado, entre las costillas y la cadera. El sujeto tiene fiebre, sangre en la
orina, orina poco, retiene agua y sal (sodio) que causa hinchazón de los tejidos (edema), un
número anormalmente elevado de glóbulos blancos y evidencia de insuficiencia renal en los
análisis de sangre. En los niños se producen síntomas similares pero, frecuentemente, el
trastorno comienza con diarrea, deshidratación y una tendencia creciente de la sangre a la
coagulación. La destrucción masiva del riñón ocurre sólo en raras ocasiones.
La ecografía muestra un riñón agrandado cuando la obstrucción se ha desarrollado
repentinamente, mientras que si ha tenido un progreso gradual, su tamaño es reducido. Los
exámenes de imagen, como la urografía endovenosa y las exploraciones con isótopos radiactivos,
muestran un escaso funcionamiento renal. En estas pruebas, se inyecta una sustancia radiopaca
en la vena y luego se sigue su trayectoria. Las radiografías de la vena cava inferior o de la vena
renal (venografía) pueden revelar el perfil de la trombosis. Si se necesita más información, se
lleva a cabo una tomografía computadorizada (TC) o radiografías de las arterias renales.

Pronóstico y tratamiento

El pronóstico depende de la causa de la trombosis, sus complicaciones y el grado de la lesión


renal. La muerte causada por este trastorno es rara y, por lo general, es consecuencia de una
causa subyacente mortal o de sus complicaciones. Una complicación grave es la embolia
pulmonar, en la que un coágulo se incrusta en los pulmones. El funcionamiento renal depende de
si se han afectado uno o ambos riñones, de la restauración del flujo sanguíneo y del estado de la
función renal anterior a la trombosis.
Casi nunca se efectúa una intervención quirúrgica sobre la vena renal para eliminar los coágulos.
Un riñón se extirpa solamente cuando se ha producido la muerte de todo el tejido del mismo por
la interrupción total del flujo sanguíneo (infarto total).
Los fármacos anticoagulantes por lo general mejoran la función renal al evitar la formación
adicional de coágulos; además, pueden prevenir la embolia pulmonar. El uso de fármacos que
disuelven los coágulos (trombolíticos), además del uso de los anticoagulantes, está aún en fase
experimental, pero los resultados se muestran esperanzadores.

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