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Tal vez lo profundo no sea algo que se extiende hacia abajo, una
hondura del alma, un fondo, una cavidad interior en la que hacen pie
nuestras sombras. Quizá lo profundo sea un instante. La ilusión de ese
instante. Un estado de intensidad en el que se hace escuchar algo que
en seguida se rompe. Nietzsche se jacta de tener antenas para palpar lo
invisible y aletas de pez para andar ligero sobre la superficie de las
cosas.
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Me dice que siente que Nietzsche trata de hablar, hablar, hablar,
hasta vaciarse de pensamientos. Un punto impreciso en el que las
imágenes arden y las palabras hacen silencio.
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Dice que Nietzsche se salva a sí mismo. Como en la escena del ba-
rón de Münchausen, cuando está a punto de hundirse en un pantano,
se rescata tirándose de los pelos con su propia mano. Aunque, Nietzs-
che, no olvida que esa mano que (por pereza) llamamos propia res-
ponde, también, a los otros y al azar, a la sociedad y al universo.1
1 Me dice que Nietzsche alude a este mismo cuento para discutir con los que sostienen
que todo depende de la propia voluntad. Pero que, en seguida, previene de lo contrario:
el fatalismo de la determinación, el lamento de las voluntades débiles. Más allá del bien
y del mal, 21.
2Me aclara que prefiere leer este texto de La canción de la noche en la versión de
Eduardo Ovejero y Maury. Así habló Zaratustra. Aguilar, 1974. Buenos Aires.
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Dice leer en Nietzsche que la enfermedad es destierro y es desier-
to. Un lugar en el que no brota nada. Prematuro secado del alma. Caída
en un vacío, en un agotamiento, en una incredulidad. Tiranía del dolor
y suplicio del orgullo que rechaza las consecuencias de ese dolor. Dice
leer en Nietzsche3 (bajo la pregunta ¿Dónde están los médicos del
alma?.) que la peor enfermedad de las personas proviene de los modos
de luchar contra la enfermedad. Entiende que las culpas y autorrepro-
ches del enfermo añaden otro dolor, quizá más cruel, al dolor. Propone
tranquilizar la imaginación del enfermo, para que, al menos, no sufra
de pensamientos sobrantes. Le parece recordar que exclama: ¡cuántas
crueldades innecesarias, cuántos martirios producen las religiones que
inventaron el pecado!
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pensamientos se hacen de nosotros mismos: con nuestra sangre,
nuestro corazón, nuestro fuego, nuestra alegría, nuestra pasión,
nuestro tormento, nuestra conciencia, nuestra fatalidad. Que la vida
consiste en transformar todo lo que somos y todo lo que nos toca en
claridad y en llama. Que un gran dolor, lento y perezoso, en el que nos
consumimos como leños verdes, nos obliga a descender hasta nuestras
últimas profundidades. A desprendernos de la ilusión de un bienestar
puro. Incluso cree recordar que Nietzsche dice: “Dudo mucho de que
semejante dolor nos haga mejores, pero sé que nos hace más profun-
dos”.
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orilla, se vaya hacia la gran nada. Pero, ¿quién quiere aventurarse en
ese quizá? ¡Nadie quiere subirse en la barca de la muerte!”.6. Me dice
que, en la vida, aventurarse al quizá, tal vez, es desafiar el propio
miedo, el propio cansancio. Y menciona otro lugar7 en el que dice leer
que conviene dudar de todas las cosas. Que lo bueno y lo malo nos
habita entreverado en un mundo en el que vacilan las identidades. Y,
que por eso, no se puede hacer otra cosa que transitar por el peligroso
quizá.
6Me aclara que volverá a leer el punto 17 De las tablas viejas y nuevas, en Así habló
Zaratustra para revisar si omite algo en la cita.
7 Más allá del bien y del mal, 2.
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Me dice que sus taras neuróticas (esos nudos en los que trama sus
dominios la angustia) son, también, preguntas para su vida. Incluso
sabe que sus síntomas engordan con la creencia de que, gracias a ellos,
se protege de algo peor. Dice que le cuesta creer que esas extrañezas,
que tanto lo hacen sufrir, le pertenezcan.
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tentación de sentirse otro y, a la vez, intenta hospedarse siendo extran-
jero.8 Me aclara lo que sigue: “A veces, cuando me escucho contar mis
historias de dolor, la corriente del habla me arrastra hasta arrojarme
en otra orilla. En el trayecto, no sé bien por qué, algo se suelta. Enton-
ces siento que una intensidad flotante prueba hablar entre las cosas.”
8 Para que entienda lo que dice encontrar en Nietzsche me acerca esta cita: “Un nuevo
género de filósofos está apareciendo en el horizonte: yo me atrevo a bautizarlos con un
nombre no exento de peligros. Tal como yo los adivino, tal como ellos se dejan adivinar
–pues forma parte de su naturaleza el querer seguir siendo enigmas en un punto–, esos
filósofos del futuro podrían ser llamados, acaso también sin razón, tentadores. Este
nombre mismo es, en última instancia, sólo una tentativa y, si se quiere, una tentación”.
Más allá del bien y del mal, 42. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza
Editorial. Madrid, 1997.
9 “El convaleciente”, en Así habló Zaratustra.
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vida besado por una angustia y que, a veces, esa sombra anda con los
dientes afilados.
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precisamente donde la ilusión miente del modo más hermoso; pues el
abismo más pequeño es más difícil de salvar”.11
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ni siquiera es un segmento) en el infinito hablante que es su pequeño
mundo.
13 En Ecce homo.
14Antes de retirarse lee un fragmento que está en “Del espíritu de la pesadez”, de la
versión mencionada de Así habló Zaratustra. Dice: “El hombre es difícil de descubrir, y
descubrirse uno a sí mismo es lo más difícil de todo; a menudo el espíritu miente a
propósito del alma”.
15 En Ecce homo.
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esa tremenda tensión, se desata un torrente de lágrimas y llora como si
muchos, otros, lloraran en él. Tiene la conciencia de infinitos estreme-
cimientos que le llegan hasta los dedos de los pies. Se siente rociado
por un abismo de felicidad no exento de dolor y de sombras. Dice que
ese estar–fuera–de–sí acontece de manera involuntaria. Como si se
desatara una tormenta de sentimientos en la que los cuerpos y las
almas se mezclan.
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después de la locura consumada, reaparece la sombra de la angustia. Y
la conciencia, otra vez, no sabe qué hacer con ese abismo.
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