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De la India al Plata: el debate entre Mitre y Bilbao sobre la

cuestión indígena y la identidad nacional1

Fabio Wasserman
Instituto Ravignani
UBA – Conicet
fwasserm@filo.uba.ar

Introducción
Los letrados y publicistas hispanoamericanos elaboraron a lo largo del
siglo XIX una copiosa y heterogénea producción discursiva que tuvo una gran
influencia en la naciente vida pública del continente. En efecto, y más allá de la
diversidad de géneros, soportes, propósitos de los autores, densidad y calidad
de sus obras, fue en ellas que cobraron forma valores, ideas y representaciones
que, en un contexto plagado de incertidumbres, permitieron hacer inteligible su
presente así como también orientar las acciones de los sectores dirigentes. Una
de las cuestiones en las que el aporte de los sectores letrados resultó decisivo
fue en la definición de las identidades que tenían o debían tener los miembros
de las comunidades políticas que, en forma dificultosa, comenzaron a erigirse
sobre las ruinas del orden colonial. Esta indagación colectiva, inserta en la
trama de los conflictos regionales, sociales, económicos, étnicos, políticos e
1
Este trabajo retoma una parte del capitulo sexto de mi Tesis Doctoral Conocimiento histórico y representaciones del pasado en
el Río de la Plata (1830-1860) dirigida por José C. Chiaramonte. Agradezco sus comentarios, así como también los realizados
por Julio Vezub, Nora Souto y Gabriel di Meglio. Una versión más extensa titulada “Debates por la identidad: representaciones
de los pueblos indígenas en el discurso de las elites letradas chilena y rioplatense, 1840-1860”, se encuentra en trámite de
publicación. Por razones de espacio, en esta versión se suprimieron las referencias bibliográficas, así como también se
simplificaron los argumentos y la evidencia empírica..
1
ideológicos que caracterizaron el período, cobró mayor impulso a partir de la
década de 1830, entre otras razones por el progresivo influjo del romanticismo
y por la necesidad de cimentar los vínculos sociales y legitimar los poderes
públicos sobre nuevas bases ideológicas y discursivas. De ese modo se produjo
lo que podría considerarse como una extendida disputa por la identidad entre
cuyas múltiples facetas hay dos que merecen ser subrayadas. Por un lado se
debatió con vigor qué era lo americano, cuáles eran sus rasgos distintivos y
cómo éstos debían ser valorados, renovando así una discusión que, iniciada en
el momento de la conquista, aún perdura. Por otro lado comenzó a plantearse la
necesidad de diferenciar entre sí a las comunidades en formación, pues en
líneas generales éstas compartían atributos como lengua, religión, instituciones,
costumbres y composición de la población. Se trataba en suma de precisar el
modo en el que esas comunidades, existentes o proyectadas, debían imaginarse
y constituirse como singularidades.
En este marco surgió la necesidad de hacerse cargo de lo que en forma
anacrónica podríamos denominar como la cuestión indígena, vale decir, el lugar
asignado a los pueblos autóctonos en el devenir de las comunidades criollas. No
se trataba por cierto de un fenómeno novedoso, ya que las relaciones
interétnicas constituyen un problema nodal que atraviesa la historia de América,
razón por la cual se elaboraron durante siglos representaciones encontradas
sobre los pueblos indígenas que también incidieron en las identidades de
españoles y criollos. Pero a mediados del siglo XIX estas representaciones y
valoraciones adquirieron un cariz singular al entrecruzarse con la necesidad de

2
definir nuevas identidades comunitarias capaces de conjugar la dimensión
americana y la local o nacional.
Esta ponencia se propone examinar dicha problemática tomando como
objeto una polémica desarrollada en la prensa de Buenos Aires a fines de 1857.
La misma tuvo como protagonistas a dos de los más destacados políticos y
publicistas republicanos y liberales de su generación: el chileno Francisco
Bilbao (1823-1865) y el argentino Bartolomé Mitre (1821-1906). Las razones
de esta elección son varias, y entre ellas merece destacarse el hecho que se trata
de un debate mayormente desconocido a pesar de su indudable interés tanto
desde un punto de vista histórico como del de las posibles proyecciones que
puedan hacerse de los argumentos planteados por los contendientes. En ese
sentido cabe adelantar que en dicha discusión se expresaron posiciones
antagónicas sobre problemas sustanciales no sólo de carácter local, sino
también continental y mundial: las condiciones necesarias para hacer posible la
unión de las provincias del Plata; la valoración de los pueblos indígenas
americanos; la expansión de las potencias coloniales; y, finalmente, la propia
noción de civilización empleada por uno y otro autor para dar cuenta de todas
estas cuestiones.
Por otro lado, esta discusión permite apreciar también otro fenómeno que
en esos años afectó el proceso de construcción de identidades comunitarias en
el seno de las elites: la muy diversa valoración que se hacía de los pueblos
indígenas en Chile y en el Plata, al menos hasta mediados del siglo XIX. En
efecto, mientras que en el área rioplatense existía un extendido juicio negativo

3
sobre todo aquello que estuviera asociado al mundo indígena2, en Chile estas
valoraciones si bien existieron y fueron importantes, también debieron convivir
con otras que tendían a reivindicar los pueblos conocidos por españoles y
criollos como araucanos –pueblos que se concebían a si mismos como reche y
luego como mapuches–. En efecto, un sector importante de la elite chilena
gustaba identificarse con algunas de las cualidades atribuidas a los araucanos
como su resistencia, valentía, amor a la tierra y sentido de la independencia.
Cualidades que, además, permitían trazar una línea de continuidad entre el
desafío presentado por estos pueblos al dominio español y el proceso
independentista, a la vez que dotaban de un carácter singular a la historia
chilena diferenciándola de la del resto del continente3. Y si bien solía tratarse de
una reivindicación retórica destinada a apuntalar la identidad nacional sin que
se asumiera un compromiso consecuente en ese sentido, en más de una ocasión
se propuso la integración efectiva de esos pueblos en el seno de la nación
chilena, tal como lo hizo Ignacio Domeyko tras su viaje a la región de Arauco4.

El debate entre Mitre y Bilbao

2
Quien mejor expresó esta posición fue Juan B. Alberdi al afirmar con su habitual claridad y crudeza que “El indígena no figura
ni compone mundo en nuestra sociedad política y civil”, en Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina, Buenos Aires, Plus Ultra, 1981, p. 82 [Valparaíso, 1852].
3
Así, para José V. Lastarria “En Chile no existia el indíjena envilecido i pusilánime a quien bastaba engañar para vencer,
mandar para esclavizar, sino un pueblo altanero i valiente, que léjos de correr a ocultarse en los bosques, esperaba a su enemigo
en el campo abierto, porque se sonreia con la seguridad de vencerlo i de hacerle sentir todo el peso de su valor. Esta
circunstancia tan notable influyó precisamente para diversificar la conquista de Chile de la del resto de la América",
Investigaciones sobre la Influencia social de la conquista i del Sistema colonial de los españoles en Chile, en Obras Completas,
t. VII, Santiago de Chile, Imprenta, Litografía i Encuadernación Barcelona, 1909, p. 36 [Santiago de Chile, 1844].
4
Debe tenerse presente que no se trataba tanto de un reconocimiento o una reivindicación de los modos de vida de los
araucanos, sino la constatación o la creencia de que éstos podrían ser modificados en pro de una homogeneización étnica en la
que esas comunidades quedarían disueltas como tales en el seno de la nación chilena. Igancio Domeyko, Araucania y sus
Habitantes. Recuerdo de un viaje hecho en las Provincias Meridionales de Chile en los meses de enero y febrero de 1845. Buenos
Aires, Ed. Francisco de Aguirre, 1971 [Santiago de Chile, 1845].
4
Las diferentes representaciones y valoraciones sobre los pueblos
indígenas, su posible pertenencia o inclusión en la nación o, al menos, en su
genealogía, y sus implicancias en la conformación de las identidades de las
elites criollas, pueden apreciarse en algunas discusiones e intervenciones
protagonizadas en la década de 1840 por publicistas rioplatenses como
Sarmiento, Alberdi y Vicente F. López, que se encontraban exiliados en Chile
con motivo de su oposición al régimen rosista5. Pero estas polémicas son
suficientemente conocidas, por lo que aquí me detendré en el examen de lo
sucedido una década más tarde del otro lado de la Cordillera. Claro que ahora
los exiliados eran liberales chilenos que buscaron refugio como consecuencia
de los conflictos desatados en su país por el acceso a la presidencia de Manuel
Montt en 1851.
Entre ellos se encontraba Francisco Bilbao quien, tras un paso por Perú y
Francia, recaló en la ciudad de Buenos Aires a principios de 1857. Pronto se
convirtió en colaborador y director de diversos medios de prensa como la
Revista del Nuevo Mundo aparecida en esta ciudad durante 1857 y desde cuyas
páginas insistió en la necesidad de unificar la nación argentina, paso necesario
para su ambicioso proyecto de confederación continental6. Es por eso que se
5
Es el caso del juicio crítico que le mereció a Sarmiento la valoración de los araucanos hecha por Lastarria en su Memoria, a
la que consideraba un resabio ideológico de la etapa revolucionaria que no podía seguir siendo mantenida a riesgo de
obstaculizar la construcción de una república moderna en la que esos pueblos no podían tener lugar alguno. En tal sentido
sostuvo que se debía “(...) apartar de toda cuestión social americana a los salvajes, por quienes sentimos, sin poderlo remediar,
una invencible repugnancia, y para nosotros Colocolo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes civilizados y nobles de
que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos, a quienes habriamos hechos colgar y mandaríamos colgar
ahora, si reapareciesen en una guerra de los araucanos contra Chile, que nada tiene que ver con esa canalla”, D. F. Sarmiento,
"Investigaciones sobre el sistema colonial de los españoles por J.V. Lastarria", en Obras Completas, t. II, Buenos Aires,
Editorial Luz del Día, 1948, pp. 219/220 [El Progreso, 27/9/1844].
6
Tras la derrota de Rosas en la batalla de Caseros a comienzos de 1852, y bajo la dirección del entrerriano Justo J. de Urquiza,
las provincias rioplatenses constituyeron un Estado federal mediante la sanción de una Constitución en 1853 y la elección de
autoridades nacionales. Buenos Aires desconoció lo acordado y mantuvo su soberanía dictándose una Constitución propia en
1854.
5
mostró crítico de las posiciones sostenidas por Sarmiento y Mitre desde El
Nacional y Los Debates, pues éstos consideraban como un obstáculo
insuperable para la unión la presencia de Urquiza al frente de la
Confederación7.
En el marco de esa contienda cualquier tema podía ser utilizado para
sentar las diversas posiciones como puede apreciarse en el tratamiento hecho a
un problema que entonces había cobrado gran importancia a nivel
internacional: los conflictos derivados de la expansión colonial protagonizada
por las potencias occidentales. En una breve nota Bilbao denostó la
intervención inglesa en la India tras un sangriento levantamiento de su
población, equiparando además la suerte de ese pueblo a la del desgraciado
Tupac Amaru. Esto le valió una dura respuesta de Mitre, quien reconocía que
los ingleses habían actuado en forma brutal, pero entendía que lo que estaba en
juego era el avance de la civilización a cuya marcha sólo cabía adherir a pesar
de sus sombras. Asimismo aprovechó la discusión para homologar críticamente
la simpatía que podía despertar el levantamiento de los hindúes frente a los
ingleses, con el apoyo que podía recibir Calfucurá –líder indígena local que
había organizado una poderosa confederación– frente a “los defensores de la
civilización y el cristianismo”8. Este argumento ya lo había utilizado dos meses
antes para criticar lo que entendía era un resabio de las valoraciones del mundo
7
Se debe tener presente que a pesar de sus agudas diferencias, Mitre manifestaba respeto por Bilbao, de quien incluso publicó
su artículo “Un recuerdo del ideal en el 25 de Mayo. Aniversario de la Revolución argentina” (Los Debates, nº 9, 25, 26 y
27/5/1857) así como también el Programa anunciando la aparición de su revista (Los Debates, nº 25, 15 y 16/6/1857). Claro
que lo relegaba al rol del utopista que defiende bellas pero impracticables ideas. Así, por ejemplo, su anhelada confederación
sud americana la consideraba como un “sueño dorado, que no tiene más base que un sentimiento exaltado, reminiscencia del
americanismo de la guerra de la independencia, y aunque con tendencias más elevadas y generosas una repetición del
americanismo de Rosas”, “Revista del Nuevo Mundo”, en Los Debates, nº 155, 19/11/1857
8
B. Mitre, “Los ingleses en la India”, Los Debates nº 136, 22/10/1857.
6
indígena provenientes del período revolucionario. Es que en la propuesta para
una nueva nomenclatura de las calles de Buenos Aires se había incluido el
nombre de Tupac Amaru cuyo terrible final, creía Mitre, podía despertar
simpatías, pero no implicaba en modo alguno que debiera ser reivindicado por
la “culta Buenos Aires” cuyos habitantes descendían de los españoles que éste
habría exterminado de haber triunfado. Además aseveraba que de de aceptarse
ese nombre también debería hacérselo en algún momento con los de caciques
como Caupolicán, Chañil y el temido Calfucurá9.
Bilbao entendía las cosas de otro modo: desde muy joven había
considerado que los indígenas formaban parte de la nación chilena como puede
apreciarse en un texto titulado Los Araucanos que escribió en 1847 mientras se
hallaba exilado en Francia y que sólo fue conocido en forma póstuma y
parcial. En dicho escrito retoma el trabajo de Domeyko procurando dar con
los medios más adecuados que permitieran su incorporación al Chile
republicano. Pero Bilbao no creía que ese destino debiera ser sólo para sus
admirados araucanos, y su derrotero en el Plata y Perú le dieron la
oportunidad de argumentar en ese sentido como puede apreciarse en un
artículo publicado poco tiempo antes de su polémica con Mitre en el que
criticaba a quienes predicaban el exterminio de los indígenas. Para ello
retomaba un trabajo sobre la frontera escrito en 1811 por Pedro García que
proponía un proceso de colonización y de estrechamiento de vínculos a fin de
permitir su incorporación progresiva y pacífica10.
9
B. Mitre, “Nomenclatura de calles” en Los Debates nº 84, 29/8/1857.
10
F. Bilbao, “La Frontera”, en La Revista del Nuevo Mundo nº 10, 1857, pp. 257-262. También fue publicado por Clara A. Jalif
de Bertranou en Francisco Bilbao y la experiencia libertaria de América. La propuesta de una filosofía americana, Mendoza,
7
Teniendo en cuenta estos antecedentes no resulta extraño que Bilbao
polemizara duramente con Mitre y que fuera más allá del hecho puntual en
discusión. Por un lado, porque propuso otra lectura sobre el sentido que debía
tener el proceso civilizatorio así como también una interpretación de las
nacionalidades en clave anticolonialista. Por el otro, porque le recordó a Mitre
que los ciudadanos y los principales dirigentes de Bolivia, Perú y Colombia
descendían de los indígenas que él despreciaba por bárbaros, preguntándole
además si las menciones a los Incas en el Himno argentino y de Lautaro y Colo
Colo en el chileno eran sólo retóricas. Desde luego que Bilbao creía que no lo
eran, y que la independencia se había realizado para promover la solidaridad de
razas que fundaría la nacionalidad americana. Finalmente, y para terminar de
poner en claro sus diferencias, trazaba otra línea genealógica al sostener que los
americanos no eran herederos de la conquista sino de la independencia que
había acabado con ella11.
Más allá de la simpatía que puedan despertar los argumentos de Bilbao,
debe notarse que fue Mitre quien logró imponerse en el debate, entre otras
razones por la existencia de un marco ideológico y político favorable a su
posición. Es que el chileno no pudo hacerse cargo de las críticas que le había
hecho por equiparar los levantamientos en la India y Perú con la defensa de
Calfucurá, de quien además la prensa porteña no se cansaba de señalar su
connivencia con Urquiza. Una cosa era proponer la incorporación de los
indígenas a la sociedad republicana, hecho que aunque a regañadientes podía

Universidad Nacional de Cuyo, EDIUNC, 2003.


11
F. Bilbao, “La nacionalidad y la conquista” en La Revista del Nuevo Mundo nº 13,1857, pp. 340-344.
8
admitirse como motivo de debate, y otra reivindicar el accionar de quienes
desafiaban a esa sociedad afectando la vida y los bienes de sus miembros, por
más justificaciones o explicaciones que se prodigaran al respecto.
Mitre publicó dos artículos más sobre el tema que terminaron de poner la
discusión en su favor, aunque se debe tener presente que Bilbao dejó de editar
la Revista del Nuevo Mundo por lo que no le pudo responder. En el primero
insistió en su crítica añadiendo el horror que le causaba la disposición mostrada
ahora por el chileno de apoyar a Argelia si ésta luchara por independizarse. En
ese sentido lo acusó de privilegiar un hecho –la autonomía– por sobre los
principios que encarnaba la civilización. Entendía que esa independencia no
podía ser más que la de la barbarie, la esclavitud y la tiranía, por lo que los
principios esgrimidos por Bilbao eran errados si no se tenía presente la realidad
en las que estaban encarnados. En ese sentido lo chicaneaba alegando que si
ahora apoyaba a los hindúes y en el futuro a los árabes, era natural que también
lo hiciera con los indios de la pampa que asolaban las fronteras peleando por su
autonomía, debiendo entonces congratularse cuando éstos clavaran su
estandarte en el centro de Buenos Aires. Por último le hacía notar que,
siguiendo su lógica, también debería apoyarse a los araucanos si éstos se
sublevaban para reconquistar sus posesiones en manos de los chilenos. De ese
modo concluía que es falso como principio que toda conquista deba
desaparecer, advirtiendo además que cuando chocan dos civilizaciones está
destinado a imponerse la más avanzada.

9
Ahora bien, para entender el sentido de esta intervención se debe tener
presente que lo que estaba en discusión eran las condiciones que debían darse
para alcanzar la unión nacional, desenlace con el que ambos acordaban pero
proponiendo caminos diversos. Por eso Mitre se permitía ironizar que tras
haber dado la vuelta al mundo había venido a parar al Arroyo del Medio, línea
que separaba a Buenos Aires de las provincias argentinas. En tal sentido
retoma la idea según la cual cuando chocan dos principios debe imponerse el
más fecundo, en este caso el representado por Buenos Aires donde gobernaba
la opinión pública en oposición al caudillaje que le atribuía a Urquiza12.

Consideraciones finales
Más allá de lo referido a la unidad nacional, la discusión protagonizada
por Mitre y Bilbao permite dar cuenta de las muy diferentes visiones que ambos
tenían sobre la población indígena, sobre el lugar que le correspondía a ésta en
la historia y en el futuro de América y sobre su posible incidencia en la
construcción de identidades nacionales. Lo notable es que en este caso Bilbao
no sólo expresaba una posición personal, sino también la de un sector
importante de la elite chilena que gustaba reivindicar a los araucanos –basta
pensar que el periódico del gobierno conservador llevaba por título El
Araucano, algo impensable del otro lado de la Cordillera–.
Sin embargo en el momento de la polémica con Mitre esa posición
también estaba perdiendo peso en Chile. En efecto, la valoración positiva de los
araucanos había comenzado a declinar a lo largo de la década de 1850, a la vez
12
B. Mitre, “Buenos Aires, La Confederación y la India” Los Debates nº 167, 4/12/57
10
que comenzaba a imponerse su consideración como bárbaros o salvajes y, por
tanto, radicalmente exteriores a la civilización y a la nación chilena. Para
entender este giro debe tenerse presente el interés que por razones económicas,
políticas y estratégicas despertó la ocupación del extenso territorio que
ocupaban los mapuches al sur del Bío Bío. Esta ocupación, anticipada
administrativamente en 1852 con la creación de la Provincia de Arauco, sería
concretada durante las décadas siguientes en medio de fuertes discusiones
públicas sobre los mejores medios que debían emplearse para ser llevada a
cabo.
De ese modo se cerraba una etapa en las relaciones interétnicas en Chile,
quedando clausurada también la posibilidad de dar forma a una identidad
nacional capaz de reconocer componentes indígenas. Esta homologación de los
discursos dominantes a uno y otro lado de la Cordillera de los Andes pone de
relieve las dificultades existentes para toda voz que de ahí en más quisiera
reivindicar a los pueblos indígenas como parte de las sociedades chilena y
argentina o tan siquiera que como un aporte en la constitución de sus
identidades comunitarias. Del mismo modo, alentaba y justificaba la
ocupación de su territorio así como también su sometimiento y exterminio que
se llevarían a cabo pocos años más tarde amparados en ideologías racistas que
dominarían la escena pública durante décadas y que aún hoy día perduran
apenas remozadas en el discurso social.

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