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MUNDO”
Las risas y el humor recorren las páginas de los libros de Ricardo Mariño, escritor de cuentos
infantiles, periodista y guionista. Tiene más de setenta títulos publicados y obtuvo numerosos
reconocimientos por su labor, como el Premio Casa de las Américas. Un diálogo con un escritor
que crea universos disparatados y contradictorios, pero que demuestran que con la
imaginación las posibilidades son infinitas, los resultados inesperados y las aventuras
impredecibles.
— Llegué a la literatura infantil por casualidad. No estaba en mis planes, ni conocía nada de
esa producción, hasta que a los 20 o 21 años, alguien me propuso escribir un cuento. Para mí
fue un descubrimiento en relación a la apertura natural que tiene este género hacia el humor y
lo fantástico.
— No prefiero una u otra, pero noto diferencias. Valoro, por ejemplo, que la literatura infantil
es menos grave, menos impostada y más propensa al juego, al disparate, al absurdo.
— ¿Podría decirse que, más allá de las diferencias entre ambos universos, existen puntos de
contacto como quizás lo demuestre Algo que cae, premiado como un cuento para adultos?
— Sí, los puntos de contacto son múltiples y en los casos de libros que pertenecen a ambos
subconjuntos, como Alicia de Lewis Carroll o Tom Sawyer de Mark Twain, queda claro que
cuando es buena literatura, la clasificación sólo tiene una función de ordenamiento.
— Hace muchos años escribí cuentos que tenían a Cinthia Scoch como personaje y que están en
distintos libros. Después escribí Cinthia Scoch y la guerra al malón, un libro con cuentos donde
están ese personaje y su familia, y ahora, en los últimos dos o tres años, hice esta serie que
lleva cuatro libros que serán seis, luego de retomar aquellos cuentos y agregar otros nuevos.
También hay un par de libros que incluyen exclusivamente textos de humor, que se supone
escribió Cinthia.
— ¿Cómo es el proceso de construcción del humor y el absurdo en tanto dos características que
atraviesan su escritura?
— ¿Cuál es el lugar que tiene el juego literario en los libros infantiles en la actualidad?
— Hay mucho de juego en los libros para más chicos, incluido en el llamado libro/álbum. Pero
creo que es más audaz el juego gráfico que lo literario propiamente dicho.
— ¿Qué espacio cree que ocupa la literatura en la vida de los chicos al estar asediados por
tantos estímulos tecnológicos?
— En algunos casos la veo sobrevalorada o deformada: como la de alguien que sabe sobre
chicos, educación, fenómenos culturales relacionados con la infancia, incluso que debería ser
modelo para los niños. Lo deseable es que sepa escribir libros para chicos y creo que eso es lo
que habría que evaluar de un escritor en primer lugar.
— De los pocos libros que pasaron por mis manos de chico recuerdo dos: el primero que leí, que
se llamaba Nubat el valeroso, que nunca más volví a ver, pero que de todas formas me reveló
la lectura de una novela como algo maravilloso; y El corsario rojo, de Emilio Salgari, leído a los
8 o 9 años, que me hizo descubrir que la lectura, además de maravillosa en sí, podía ser mejor
aún cuando se trataba de un buen libro.
Las risas y el humor recorren las páginas de los libros de Ricardo Mariño, escritor de cuentos
infantiles, periodista y guionista. Tiene más de setenta títulos publicados y obtuvo numerosos
reconocimientos por su labor, como el Premio Casa de las Américas. Un diálogo con un escritor
que crea universos disparatados y contradictorios, pero que demuestran que con la
imaginación las posibilidades son infinitas, los resultados inesperados y las aventuras
impredecibles.
— Llegué a la literatura infantil por casualidad. No estaba en mis planes, ni conocía nada de
esa producción, hasta que a los 20 o 21 años, alguien me propuso escribir un cuento. Para mí
fue un descubrimiento en relación a la apertura natural que tiene este género hacia el humor y
lo fantástico.
— No prefiero una u otra, pero noto diferencias. Valoro, por ejemplo, que la literatura infantil
es menos grave, menos impostada y más propensa al juego, al disparate, al absurdo.
— ¿Podría decirse que, más allá de las diferencias entre ambos universos, existen puntos de
contacto como quizás lo demuestre Algo que cae, premiado como un cuento para adultos?
— Sí, los puntos de contacto son múltiples y en los casos de libros que pertenecen a ambos
subconjuntos, como Alicia de Lewis Carroll o Tom Sawyer de Mark Twain, queda claro que
cuando es buena literatura, la clasificación sólo tiene una función de ordenamiento.
— Hace muchos años escribí cuentos que tenían a Cinthia Scoch como personaje y que están en
distintos libros. Después escribí Cinthia Scoch y la guerra al malón, un libro con cuentos donde
están ese personaje y su familia, y ahora, en los últimos dos o tres años, hice esta serie que
lleva cuatro libros que serán seis, luego de retomar aquellos cuentos y agregar otros nuevos.
También hay un par de libros que incluyen exclusivamente textos de humor, que se supone
escribió Cinthia.
— ¿Cómo es el proceso de construcción del humor y el absurdo en tanto dos características que
atraviesan su escritura?
— ¿Cuál es el lugar que tiene el juego literario en los libros infantiles en la actualidad?
— Hay mucho de juego en los libros para más chicos, incluido en el llamado libro/álbum. Pero
creo que es más audaz el juego gráfico que lo literario propiamente dicho.
— ¿Qué espacio cree que ocupa la literatura en la vida de los chicos al estar asediados por
tantos estímulos tecnológicos?
— En algunos casos la veo sobrevalorada o deformada: como la de alguien que sabe sobre
chicos, educación, fenómenos culturales relacionados con la infancia, incluso que debería ser
modelo para los niños. Lo deseable es que sepa escribir libros para chicos y creo que eso es lo
que habría que evaluar de un escritor en primer lugar.
— De los pocos libros que pasaron por mis manos de chico recuerdo dos: el primero que leí, que
se llamaba Nubat el valeroso,que nunca más volví a ver, pero que de todas formas me reveló la
lectura de una novela como algo maravilloso; y El corsario rojo, de Emilio Salgari, leído a los 8 o
9 años, que me hizo descubrir que la lectura, además de maravillosa en sí, podía ser mejor aún
cuando se trataba de un buen libro.