Para combatir la desigualdad es necesario entenderla, y justo por eso es que este miércoles lanzará Oxfam un estudio sobre ese flagelo en México. Y nos debe ocupar este tema si nos preocupan la vida democrática y la libertad humana. La desigualdad económica es, quizás, el tema más debatido hoy en día en el mundo, y los trabajos de académicos como Atkinson, Milanovic, Bourguignon y Piketty a nivel internacional lo han puesto en la agenda de los hacedores de políticas públicas; sin embargo, aún hace falta mucho trabajo para entender sus múltiples causas y, todavía más importante, encontrar la forma de combatirla agresivamente. No es difícil apreciar que vivimos en un país repleto de desigualdades. En casi todos los aspectos de su vida cotidiana es posible distinguir sus efectos; vivimos en un entorno donde existen regiones tan ricas como en los países más desarrollados del mundo y en otras donde existen condiciones de marginación semejantes a las de los rincones más abandonados en África. Podemos tratar de entenderla al observar los cambios en las distintas mediciones que pretenden capturar su existencia. México ha tenido un avance en su índice de Gini si se le compara con la misma medición hace apenas una década; sin embargo, otras mediciones como el índice Palma apuntan en otra dirección: la desigualdad sigue creciendo. También es cierto que la probabilidad de subestimar la desigualdad en el ingreso en México es alta, pues los datos existentes en encuestas de ingreso no incluyen a muchas de las personas que tienen ingresos muy superiores al 5% más rico de la población. Quizá lo más grave entre todas estas mediciones es que la desigualdad antes y después de impuestos no cambia mucho, es decir que el esfuerzo redistributivo en el país no sólo no es suficiente, sino que en muchas ocasiones el gasto público, tal como se ejerce, es regresivo.